´Consell de set´, Xavier Bru de Sala

Al terminar una de las tantas reuniones con Josep M. Bricall, que entonces acababa sus funciones como líder del proyecto del Consell de Cultura i de les Arts, éste me espetó al oído y en voz casi inaudible, "el que no sé és d´on els treurem", en referencia a los veinte y pico de miembros entonces previstos. Llevaba toda la razón. Entendámonos, no es que no los haya suficientemente preparados, y si me apuráis hasta el doble; es que con una severa normativa de incompatibilidades, que tendrá que haberla, la inmensa mayoría de los que podrían ser sus miembros deberían renunciar a demasiadas cosas para aceptar. Por otra parte, y tal como andamos por aquí de intereses cruzados, es muy posible que hubiera alianzas, pactos, cuotas personales y de grupo, que acabarían situando el Consell a la altura de la Institució de les Lletres Catalanes, en cuyas comisiones subvencionadoras y becadoras hay codazos para entrar y hacer entrar. Como la nueva institución estará bajo el punto de mira de no pocos (y aunque así no fuera), hay que evitar de entrada tanto como su politización, su compartimentación por sectores o cuotas.

En efecto, la primera labor del Consell es prestigiar el Consell, merecer el reconocimiento de su autoridad moral, lo que no se logra con publicidad o reparto de prebendas, sino con rigor y un acierto que sólo puede venir del conocimiento en singular y en plural. A tal fin, y como propone con acierto Jordi Coca en un artículo reciente, cuantos menos miembros tenga mejor. Al presentar Mascarell al Parlament la correspondiente propuesta de ley, en teoría consensuada pero en el fondo impuesta por su antecesora a los del grupo de Sant Boi, el número de miembros se redujo en un tercio. Nadie se fijó en este u otros cambios, en apariencia menores. Total, como la legislatura estaba cercenada y no había tiempo para tomar el asunto consideración y menos a aprobarlo, la cuestión era demostrar las mejores intenciones. Heredando esta graciosa disponibilidad, Tresserras la volvió a presentar tal cual, pues lo primordial volvía a ser el mensaje. Luego ya vendrían, si se terciaban, las modificaciones, y no digo los debates porque a juzgar por las opiniones vertidas en los medios, parece que hay muy poco a debatir. Bendigamos las excepciones.

Parece que estamos entrando ya en la recta final, así que antes de fin de año tendremos Consell. Va siendo hora pues de ventilar posibles enmiendas. La propuesta por Coca de recorte drástico de sus miembros, en una horquilla que va de cinco a ocho, es más que pertinente. En primer lugar, porque los nombres serán sopesados uno por uno, y no unos en función de sus equilibrios con los otros. Si fueran muchos o bastantes, entonces habría que ver su reparto geográfico y sectorial. Que si hay pocos que sean de fuera de Barcelona. Que no hay un pintor o un crítico de arte. Que falta un representante de la danza. Que la mayoría son de izquierdas. El cuento de nunca acabar. Pero siendo tan pocos, bastaría con que no estuviera compuesto sólo por varones. La lupa, si lupa examinadora hubiera, que es lo deseable, iría dedicado a evaluar la calidad individual y al currículum de los propuestos.

Una última cuestión o escollo. Comento el artículo que estaba terminando de otro modo a un amigo que ha leído el de Coca y me trata de ingenuo: "si son siete, pues convergentes y socialistas van a pensar, ´dos para cada uno de nosotros y uno para cada uno de los tres pequeños´, así que de todos modos te quedas con cuotas por afinidad política". Hombre, para este viaje, mejor dejarlo correr. Las direcciones y aparatos de los partidos, siempre tan atentos a colocar nombres de las interminables listas de espera para cargo o prebenda, deberían entender que la primera y primordial gracia del Consell, allí donde lo hay, consiste en apartar un poco la política de la cultura y del reparto de subvenciones. Hablar de eso es como volver a la casilla de salida, pero había que hacerlo.

lavanguardia/culturas, 11-VII-07.