´España: una cultura política anticuadamente grotesca´, Ferran Requejo

La diversidad nacional y cultural de las sociedades contemporáneas requiere a gritos hacer más complejos los valores, más refinadas las democracias y menos arrogantes los discursos. Un valor como
la igualdad ofrece muchas dimensiones que, en la práctica, devienen conflictivas en contextos con distintos tipos de pluralismo. Y hay que afrontar esta situación, no negarla en nombre de determinadas visiones simples y uniformizadoras que asocian toscamente “igualdad de derechos” con centralización y homogeneidad legal. Algunos liberales desinformados del debate interior al mismo liberalismo político
de los últimos veinte años, como Vargas Llosa, dicen verdaderas barbaridades cuando hablan de “liberalismo” o de “nacionalismo”. Ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. De hecho, todos los estados son agencias nacionalistas. Todos tratan de imponer políticas de “construcción nacional” a los ciudadanos en favor de las características culturales, sociales e históricas de las mayorías hegemónicas. No hay excepciones a esta regla.

El constitucionalismo democrático tradicional muestra aquí un marcado sesgo nacionalista a favor de las mayorías, carente de justificación en contextos de pluralismo nacional. Sin embargo, las democracias avanzadas han ofrecido tres soluciones institucionales para acomodar sociedades plurinacionales: las instituciones “consociacionales” basadas en un equilibrio igualitario entre mayoríasy minorías nacionales (Suiza, Bélgica), el partenariado y el federalismo plurinacional
asimétrico (Canadá) y los procesos de secesión de las minorías nacionales. En España, la experiencia muestra que las dos primeras soluciones resultan poco realistas en términos prácticos. Las premisas nacionalistas de la cultura política de PSOE, basada en un vergonzante jacobinismo afrancesado, y la del PP, que aún refleja el conservadurismo de la retrógrada España cañí predemocrática, dan muy poco de sí. Sus marcos intelectuales son anticuadamente grotescos. Ambos se sitúan en las antípodas de una acomodación liberaldemocrática moderna del pluralismo nacional del Estado. Catalunya y el País Vasco deben avanzar hacia la secesión de un Estado cuyas reglas constitucionales (y para los catalanes, también las reglas de financiación) les son hostiles, y así poder decidir de forma independiente sus interacciones en un mundo globalizado.

28-III-11, Ferran Requejo, lavanguardia