´El artículo cero´, Jordi Graupera

El artículo cero de todas las constituciones democráticas, si existiera, diría algo así: "Todo el mundo está equivocado de una manera u otra". La primera frase de la declaración de Independencia americana, por ejemplo, dice: "Sostenemos que estas verdades son autoevidentes", que es una forma muy refinada de decir: "No tenemos ni idea de cómo demostrar que estas son verdades como puños y, de hecho, hay evidencias que sugieren que más bien es todo el contrario, pero tú ya me entiendes, ¡compatriota!".

Normalmente, si el pueblo escoge a sus líderes, es de esperar que no escogerá a un sádico. Pero eso no evita que nos equivoquemos. El truco está en poder rectificar. Regar el árbol de la libertad con la sangre del tirano, como decía Jefferson, está muy bien, pero no tener que eliminar físicamente a los gobernantes para echarlos es mucho más eficiente. Así, la clave de la democracia es asumir de entrada la imperfección de todos los actores políticos: votantes, representantes y burócratas. El proceso de ensayo y error es lentísimo y exasperante, dura generaciones, pero hay que reconocer que un sistema que presupone la estupidez y la ignorancia es muy realista.

Y su verdadero éxito es la gestión de esta estupidez e ignorancia. ¿Cómo lo hace? Primero, extirpa del mundo de la política la capacidad de ordenar todos los comportamientos humanos: el riesgo de un pueblo esclavizado por la estupidez de un hombre es excesivo. Segundo, condena los métodos rígidos, impermeables al cambio, a la disidencia y a la negociación. Y tercero, refuerza sus trucos retóricos (verdades autoevidentes, derechos fundamentales, representación del pueblo) con la autoridad formal y el monopolio legal de la violencia.

El movimiento de los indignados, más allá de particularidades, ha aparecido como una degradación ulterior de estos tres mecanismos que tan mal funcionan en nuestro país. Primero, sus principios políticos han apuntado a ampliar los límites del poder público, sin explicitar ningún límite. Segundo, a pesar de la pulsión deliberativa de las asambleas, la incapacidad para sintetizar el debate en un consenso hace evidente la rigidez de su método. Y por último, el movimiento cuestiona, pacíficamente o no, el papel de la autoridad legítima y el monopolio de la violencia del Estado. Así, la alternativa que hoy suponen los acampados, en forma y fondo, obliga a la otra gente crítica con nuestra democracia a defender incluso los errores de esta.

Si el éxito del movimiento radica en la incapacidad del sistema actual para el cambio -una verdad como un templo-, también es cierto que, al final de su proceso deliberativo, la mayoría de las propuestas que aparecen ya están recogidas en diversos programas electorales que, normalmente, reciben escaso apoyo. Cuando eso pasa, lo único que les queda es la sensación frustrante de tener razón. En democracia, sin embargo, tener razón es irrelevante, porque todo el mundo está equivocado de una manera u otra.

18-VI-11, Jordi Graupera, lavanguardia