´México y la globalización del narcotráfico´, Mariano Aguirre

Corrupción, desempleo juvenil, cultivo de droga y rutas ilícitas hacia EE. UU., proliferación de armas, estado débil con caudillismo local, pobreza: ingredientes de una receta violenta. México en 2011, un eslabón en el negocio global del narcotráfico.

País puente entre América Central y del Sur y Estados Unidos. Tierra de fronteras: hacia abajo un línea porosa por la que entran guatemaltecos, hondureños, salvadoreños y hasta haitianos. Por arriba, el Río Grande, las barreras electrónicas, los grupos paramilitares de la ultraderecha estadounidense atrapando inmigrantes, los coyotes que ayudan o traicionan a los ilegales, y los traficantes de armas que van a Texas y Arizona a comprar legalmente fusiles de asalto y pistolas de guerra para revenderlas a los narcos en México.

Tras décadas de una revolución falsa y una democracia limitada, el país ha estallado por su eslabón más violento: el narcotráfico. Desde 2006 hasta 2011 han muerto violentamente entre 22.000 y 33.900 personas. El número se torna escandaloso cuando se suman huérfanos, heridos y familias desprotegidas. La población está atrapada entre el crimen organizado y las fuerzas de seguridad.

El escritor Carlos Fuentes acusa al Gobierno de Felipe Calderón de elevar a los narcos a la categoría de amenaza nacional y lanzar contra ellos una guerra. El Gobierno se ha atrapado a sí mismo respondiendo a un problema social con una campaña militar. No quiso ver que parte de los funcionarios policiales, jueces, parlamentarios y periodistas están comprados por el enemigo. El Gobierno lucha, en parte, contra sí mismo mientras el crimen organizado - los cárteles de Juárez, Sinaloa o los Aztecas-libra una guerra contra el Estado y otra entre sí para controlar el paso y el comercio de la droga, el tráfico de armas y la prostitución.

Además de la brutalidad de los narcos, según Amnistía Internacional y organizaciones mexicanas de derechos humanos las violaciones que comete el ejército incluyen desapariciones forzadas, homicidios, tortura, detenciones sin garantías y mal trato a los inmigrantes centroamericanos. La violencia se extiende a América Central donde se repite el panorama: jóvenes sin futuro, estados débiles, armas y drogas. México tiene más capacidad para resistir el embate del crimen organizado, pero Honduras o Guatemala se están convirtiendo en narcoestados.

Los expertos denominan a este fenómeno "el efecto balón": desde que EE. UU. inició la "guerra contra la droga" cada vez que se aprieta represivamente en un país, la producción y el tráfico se desplazan a otro. Así se ha movido de Bolivia a Colombia, y de ahí a México y América Central. Entre tanto, el consumo es sostenido en EE. UU. y Europa mientras crece en las clases medias de países del Sur.

Vanda Felbab-Brown, de la Brooking Institution, explicó recientemente al Financial Times que el margen de ganancia de los narcos es tan extraordinario que su capacidad de absorber costes es "fenomenal". O sea, sus posibilidades de descentralizar, comprar funcionarios, cambiar de país, abrir mercados y rutas internacionales, por ejemplo en ÁfricaOccidental. Cuando un kilo de cocaína sale de Colombia cuesta 1.000 dólares; cuando pasa por México su precio subió a 100.000 dólares.

En marzo pasado el poeta Javier Sicilia, cuyo hijo fue asesinado en la guerra del narco, dijo ante miles de personas: "Ante el avance del hampa vinculada con el narcotráfico, el poder ejecutivo asume que hay sólo dos formas de enfrentar esa amenaza: administrándola ilegalmente como solía hacerse y se hace en muchos lugares o haciéndole la guerra con el ejército en las calles". Para Sicilia, "se ignora que la droga es un fenómeno histórico que (…) sometido ahora al mercado y sus consumos, debió y debe ser tratado como un problema de sociología urbana y de salud pública, y no como un asunto criminal".

Esta es la línea del reciente informe de la Comisión Global de Políticas de Drogas, formado por el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, el ex secretario general de la ONU Kofi Annan y el ex jefe de la diplomacia europea Javier Solana, entre otros. La comisión propone terminar con la criminalización y la marginalización de las personas que usan drogas pero que no hacen ningún daño, y que los gobiernos experimenten con modelos de regulación legal de las drogas para socavar el poder del crimen organizado. Pide focalizar las acciones represivas en las organizaciones criminales violentas, pero de forma que se desgaste su poder y su alcance, dando prioridad a la reducción de la violencia y la intimidación. Invertir, en definitiva, en prevención y comenzar con la transformación del régimen mundial de prohibición de drogas.

2-VII-11, Mariano Aguirre, director del Norwegian Peacebuilding Resource Centre, lavanguardia