´Mariscada de cordero´, Quim Monzó

Tenía que llegar este día. Hace décadas, muchos barceloneses instauraron la costumbre de ir a comer a restaurantes mexicanos "pero que no piquen, ¡eh!". Hasta el punto que, en Barcelona -y en toda Catalunya, por imitación- hoy las enchiladas no han visto los chiles ni en pintura. Barcelona es la ciudad donde los restaurantes han reducido tanto el ajo y el vinagre del gazpacho que en muchos directamente ni ponen, como si ajo y vinagre no fuesen elementos imprescindibles. Barcelona es la ciudad donde las patatas bravas han dejado de ser bravas para convertirse en emasculadas, servidas con salsa dulzona ¡y de color rosa! Cuando los cocineros indios llegan aquí, lo primero que aprenden es a anular el picante obligado de muchos de sus platos, porque los catalanes ya encuentran picante hasta el ketchup. Barcelona es la ciudad donde, a los dos días de inaugurarse, los restaurantes italianos dejan de cocinar la pasta al dente porque los catalanes la encuentran dura, acostumbrados a estropearla a base de hervirla demasiado. En una ciudad gastronómicamente tan degenerada era inevitable que un día alguien decidiese que pedir steak tartare es cool pero, como la carne cruda le da asco, pide al camarero que sea a la brasa. El camarero, claro, en vez de decirle que a la brasa se convierte en hamburguesa, agacha la cabeza y sirve al cliente el supuesto "steak tartare a la brasa". Calculo que a estas alturas, cuando se lo piden, el camarero ya debe preguntar: "¿Y el steak tartare, señor, como lo quiere? ¿Poco hecho, al punto o muy hecho?" "Muy hecho, por favor. ¡No lo soporto crudo!", contesta el cliente mientras centrifuga el vino de la copa.

20-VII-11, Quim Monzó, lavanguardia