´Desequilibrio en el súper´, Francesc-Marc Álvaro

En el supermercado, una chica de veintitantos con un abuelo. La misión es comprar para su casa y la del viejo. La nieta -con un tatuaje espectacular en la espalda y el cabello cortísimo- lleva el carrito mientras el veterano se ayuda con un bastón para andar entre las ofertas multicolores. Lo primero que oigo: "Escucha, yayo, no vayas al pan hasta que salgamos, ¿lo entiendes, verdad? No vayas al pan todavía, ven conmigo; ¿vale?". El hombre, pantalones de color indeterminado y camisa azulada de antes de todas las guerras, dice que sí, sin acabar las frases. Frente a los estantes de las olivas, se produce el gran debate: "Yayo, ¿también quieres olivas? ¿Negras o verdes? Yo compro las negras". El viejo -ahora sí le entiendo perfectamente- dice: "Negras, que son mejores". Pero, entonces, la nieta se inviste de médico y sanadora y guía espiritual: "Me parece que las olivas no te convienen para la presión, mejor no las cogemos". El rostro del abuelo es un poema. No dice nada y anda hacia el área de las cervezas, en busca de un espejismo de libertad. La voz de la hija de su hija (o de su hijo, eso no lo sé) se escucha por todo el pasillo, entre los tarros de tomate frito y las patatas fritas: "¿Adónde vas ahora? ¿No puedes parar ni un minuto? Te caerás y tendremos lío; ¡yayo, detente!". El viejo, finalmente, hace caso.

Por el lado opuesto del súper, se mueve un joven - bermudas, camiseta de tirantes y perilla de dj enrollado-que lleva de la mano a un niño de dos o tres años luciendo un casco de ciclista rojo y mayor que todo él. El progenitor, sin cesto ni carrito, se detiene delante de un estante y hace la pregunta del millón a la criatura: "¿Te gusta el cuscús?". El niño no dice ni mu, y yo estoy a punto de proponer, por el altavoz de las cajeras del supermercado, que el abuelo que he visto hace cinco minutos sea adoptado por el padre joven mientras el niño que es tratado como un adulto pase a ser educado por la nieta expeditiva. Creo que así contribuiré, modestamente, a rehacer el equilibrio cósmico que ahora, ante mis ojos, es más que escaso. El padre lo consulta todo con el hijito que, por lo que estoy viendo, todavía no es consciente de la posibilidad de instaurar fácilmente su tiranía; tiempo al tiempo. El momento más interesante llega delante de las galletas: "¿Qué te parece, guapo, las cogemos con doble de fibra o nos llevamos las normales?". Reprimo, no sé de qué manera, las ganas de aplaudir.

En la cola de las cajas, el abuelo amaga con escapar del control de la nieta, hacia los helados. La voz de la sargento truena: "¡Yayo, quieto! ¡Nada de helados! ¡Siempre montas el mismo número!". Las cajeras, que cada día ven de todo, van a lo suyo sin inmutarse. El niño, adiestrado con ganas desde que lo parieron, señala el exhibidor de los chicles y el padre es fiel a su guión: "¿De fresa, menta o tropical, rey?".

2-VIII-11, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia