Estos días abundan tanto en las playas, que es difícil no contemplarnos. Primero, y sin mojigatería innecesaria, porque estos jóvenes trabajados en el músculo y la depilación tienen algo de la turbadora perfección de los héroes griegos. ¿Quién no se siente atraído por la belleza, sea cual sea su oculta intención?
Personalmente los hombres que se pasean por las playas del verano luciendo sus bíceps de gimnasio, me producen esa atracción en la mirada, pero confieso que no me producen ninguna otra atracción de tipo más fatal. Sin duda será la edad, que prefiere señores con más recorrido en el libro de la vida, porque ciertamente estos jóvenes atrapados en la rueda implacable de la belleza, cuya principal virtud es haber comido mucho arroz con pollo, haberse machacado en la máquina de muscular, pasar por la depiladora - ingles brasileñas incluidas-y pasear obsesivamente el body,me resultan tan bellos como anticonceptivos. Tienen algo gélido, inconsistente, como si fueran un mero proyecto de sí mismos. Como si fueran lo que parecen ser, víctimas del culto obsesivo al cuerpo. Resulta decepcionante observar cómo los hombres están empezando a caer en la misma dictadura de la belleza en el que hace siglos que caímos las mujeres y cuyas garras nunca nos han permitido escapar. Es cierto que el clásico antiguo, que dibujaba al macho ideal como una especie de oso peludo de olor corporal insoportable, pasó a mejor vida, y, con el descubrimiento de la colonia para hombres, las mujeres volvimos a tener nariz. Por supuesto estoy a favor de los hombres que saben cuidar su cuerpo y se preocupan por su imagen, pero hay una gran diferencia entre arreglarse y obsesionarse, entre cuidarse y ultramuscularse, entre querer gustar y vivir pegado a un espejo. Algunas veces, la frontera entre la obsesión y la enfermedad acaba siendo muy delgada… Si añadimos a la depilación la hipermusculación y el bamboleo playero, una buena colección de tatuajes, la cosa empeora por momentos. Es evidente que un dibujo corporal puede ser muy atractivo, pero hay jóvenes con tal sobredosis de tatuajes que acaban pareciendo una de esas paredes sucias y pintarrojeadas de barrio. ¿Por qué será que todas las modas carcelarias - como los tattoos o los pantalones caídos-se convierten en tan populares? En fin, ciertamente que hagan lo que quieran, porque cada cual debe encontrar su imagen, y al final lo único importante es sentirse bien con uno mismo. Sin embargo, ¿están realmente buscando su propia imagen? ¿O se han convertido en robots de modas impuestas que los esclavizan más allá de su voluntad? Susan Sontag lo dijo hace años: "No está mal ser bella; lo que está mal es la obligación de serlo". En su tiempo, la frase valía para las mujeres. Ahora valdría también para los hombres. Curiosa contradicción: en lugar de liberarnos nosotras, se han esclavizado ellos.
30-VII-11, Pilar Rahola, lavanguardia