ŽEl ruidoŽ, Laura Freixas

Cualquiera que viva en España por fuerza tiene que acostumbrarse al ruido. A las motos que atruenan las calles día y noche; a las radios y televisores encendidos a todas horas, a todo trapo, en todas partes; a las películas que te imponen en los autocares; al hilo musical en tiendas, restaurantes, piscinas, ascensores; a las obras en la calle; a los indocumentados que irrumpen en un vagón de metro y con tanto entusiasmo como falta de misericordia, se ponen a berrear, desafinando horriblemente, cualquier canción pegadiza; a quienes vociferan, con o sin teléfono móvil, en trenes, calles, playas y piscinas; a los que en plazas y parques torturan los oídos de los transeúntes con trompetas y acordeones (más un amplificador que además de multiplicar los decibelios, les añade unos cuantos pitidos y chirridos)... Hasta algo en principio tan inofensivo como los secadores de manos de los lavabos públicos, tiene a gala, en nuestro país, aportar su granito de arena a al estruendo reinante, rugiendo como helicópteros. Y si todo eso ya es difícilmente soportable en invierno, en verano -aunque parezca imposible- empeora: se le añaden las ventanas abiertas, el bullicio en la calle hasta la madrugada, los altavoces de los chiringuitos, los transistores en la playa, las lanchas motoras y las motos náuticas.

¿Por qué nuestro país es tan ruidoso, mucho más que Francia o Inglaterra y muchísimo más que Escandinavia? Yo creo que es por falta de tradición cívica, democrática, de respeto a los otros. Son muchos siglos de obedecer a una autoridad impuesta (la Iglesia católica, la dictadura de turno), en vez de asumir, cada uno de nosotros, la necesidad de negociar nuestros derechos con los derechos del vecino. No estamos acostumbrados a pensar en los demás, a entender que el volumen de la radioo de la voz - como el acto de fumar-no debe graduarse en función de la posibilidad de que nos multen, sino teniendo en cuenta el derecho del prójimo a no disfrutar de nuestro humo o nuestra música. No diré, como decía mi abuelo, que "en España necesitamos mano dura", pero está visto que necesitamos leyes hasta para regular las cosas más cotidianas. La eficacia -también pedagógica- de la ley del tabaco ha sido ejemplar. Ojalá que con la misma contundencia se adopten ahora normas para erradicar este último síntoma de la vieja barbarie española, la algarabía.

18-VIII-11, Laura Freixas, lavanguardia