´¿Adónde habéis ido?´, Cristina Sánchez Miret

Si no llega a ser por un reflejo de ultimísimo minuto hubiera empezado este artículo diciendo que este año no había tenido vacaciones, cuando en realidad quería decir que no he hecho y las dos cosas no son en absoluto lo mismo. Las vacaciones han ido pasando a formar parte de uno de los capítulos más importantes de nuestra existencia, pero se han instalado en nuestro imaginario de modo gradual y con diferentes intensidades, aunque ahora parezca que siempre han estado aquí justo como las entendemos en este preciso momento y que la vida sin ellas no tiene sentido.

De hecho muchísima gente habla de ellas, y no me refiero sólo a lo que pasó hace unos días en el Parlament - tengo en la cabeza especialmente un "yo también tengo derecho a hacer vacaciones" que me lanzó fuera de contexto alguien que no viene al caso, no hace demasiados días-,como si no se pudiera vivir sin ellas o como si no hacerlas de una manera determinada fuera inadmisible.

Recuerdo los largos veranos de pequeña en los cuales hacer vacaciones era sólo sinónimo de tenerlas, es decir, dejar de ir a la escuela. Recuerdo también que las vacaciones eran sólo para mí y para mi hermana, porque mi padre seguía trabajando y mi madre también, cada uno en sus ocupaciones habituales. De hecho, ellos sólo añadían a su quehacer diario el calor y yo una buena dosis de aburrimiento, a pesar de disfrutar del no hacer nada, y leer, y no sé cuántas cosas más.

Quedarnos en casa era la norma, y eso que algún año habíamos ido a algún otro lugar, pero en ningún caso hacíamos sinónimo de tener vacaciones el hacerlas fuera de casa. Igualmente recuerdo también los años de juventud, cuando la fiebre de irse de casa por vacaciones se iba extendiendo a clases sociales que lo más que habían hecho hasta el momento era ir al pueblo; y ya empezaba a sonar mal no haber viajado a ningún sitio mínimamente interesante.

Los amigos de mis hijos se preguntan adónde has ido y no se entiende ninguna respuesta que no signifique una estancia que complemente el caché que mostramos al mundo con nuestro coche, nuestra casa, la escuela, la ropa y el resto de cosas que marcan un estilo de vida, si no igual, lo más parecido al umbral de aceptabilidad que ha fijado la publicidad.

5-IX-11, Cristina Sánchez Miret, socióloga, lavanguardia