´Contraproducente guerra afgano(-pakistaní)´, Fawaz A. Gerges

La guerra pakistaní de Obama (1)

Aunque ha decidido reducir el número  de soldados desplegados en Afganistán y sacar a EE.UU. de los campos de la muerte de ese país, el presidente Obama no ha dado muestra alguna de relajación en la guerra que se está librando en el vecino Pakistán. La guerra de Obama, su "guerra justa", se ha cobrado en Pakistán mayor precio social, cultural y político que en Afganistán, donde 150.000 soldados estadounidenses y de la OTAN combaten a los talibanes.

Obama ha intensificado desde el principio en Pakistán el número de operaciones encubiertas contra Al Qaeda y los talibanes pakistaníes, y lo ha hecho desplegando como arma favorita los aviones no tripulados Predator de la CIA. A lo largo del primer año en el cargo, ordenó más ataques teledirigidos que George W. Bush en sus dos mandatos. También amplió el uso de los aviones no tripulados para combatir objetivos de bajo nivel, como soldados de infantería o incluso narcotraficantes financiadores de los talibanes (una definición muy amplia de "apoyo material" al terrorismo). Aunque esos ataques han acabado con decenas de jefes talibanes y de Al Qaeda, también han matado a más de mil civiles desde el 2004, incluidos mujeres y niños. Según un análisis de fuentes oficiales estadounidenses, la CIA ha matado a más combatientes de bajo nivel que de nivel medio y alto desde que intensificó los ataques teledirigidos en el verano del 2008. Y el principal objetivo ha sido Pakistán y no Afganistán.

En el 2010, los Predator dispararon más de 100 misiles en suelo pakistaní, más del doble de los utilizados en Afganistán, el teatro de guerra reconocido. En Pakistán, los ataques con aviones no tripulados casi se han convertido en un asunto cotidiano, con un aumento que casi multiplica por cuatro la actividad de los años de Bush. Según han informado The New York Times y The Wall Street Journal, el Gobierno de Obama ha desviado incluso aviones teledirigidos y armas del frente de batalla afgano para ampliar de modo significativo la campaña de la CIA contra los militantes en sus refugios pakistaníes. Ello ha aumentado la presión sobre las relaciones EE.UU-Pakistán yha intensificado las tensiones entre los dos aliados, unas tensiones que casi llegaron al punto de ruptura tras el asesinato de Bin Laden.

Por tanto, el Gobierno de Obama ha intensificado en la práctica la "guerra contra el terror" en Pakistán; su ambicioso plan busca perseguir los restos de Al Qaeda y los que llama sus "aliados extremistas", los talibanes pakistaníes. Obama se ha centrado en matar a terroristas individuales más que en capturarlos.

Obama tiene sus razones para los ataques aéreos teledirigidos; ha subrayado el hecho de que han degradado las capacidades de los talibanes pakistaníes y Al Qaeda sin poner en riesgo a soldados estadounidenses en territorio pakistaní. Tras la muerte de Bin Laden, los funcionarios estadounidenses han seguido defendiéndolos como un medio para destruir la red central de Al Qaeda en Pakistán. Ante la pregunta de si lamentaba haber ordenado la operación que mató a Bin Laden, Obama respondió que autorizaría una operación similar de conseguir datos de inteligencia sobre algún objetivo de gran valor como Ayman al Zauahiri, mano derecha y sucesor de Bin Laden como nuevo jefe de Al Qaeda.

Sin embargo, este análisis pasa por alto el daño que los ataques de los aviones no tripulados han infligido a la reputación de EE.UU. en el mundo musulmán y las "posibilidades de un efecto bumerán" sobre las que ha advertido la CIA, que dirige los ataques con los Predator. Dichos ataques han exacerbado la furia antiestadounidense entre afganos y pakistaníes, incluidos importantes miembros de los servicios de seguridad y la clase media urbana, quienes sienten que su país es impotente para enfrentarse a su poderoso aliado.

"Muchos pakistaníes se sienten impotentes frente al preponderante poder estadounidense; ello ha tenido una repercusión terrible sobre la sociedad", ha afirmado Mustafa Qadri, un periodista independiente radicado en Pakistán. "Muchos pakistaníes piensan que es necesario devolver el golpe, porque el islam es objeto de ataque". La violación de la soberanía pakistaní por helicópteros de la OTAN a mediados de mayo y que concluyó con la muerte de tres guardias fronterizos paramilitares constituye un síntoma de la escalada militar y ha intensificado los sentimientos antiestadounidenses en el país. Para mostrar su protesta, el proestadounidense Gobierno de Islamabad cerró a la OTAN una carretera vital para el transporte de suministros destinados a sus soldados en Afganistán.

Por otra parte, la capacidad del ejército de EE.UU. para invadir el espacio aéreo pakistaní, matar a Bin Laden y abandonar el lugar sin ser detectado supuso una humillación para los militares pakistaníes. En todos los cuarteles cunde la indignación entre las filas del ejército (el séptimo del mundo en personal activo). Las élites pakistaníes (incluidos los militares) albergan de forma generalizada la percepción de que los ataques con aviones no tripulados violan la soberanía y la dignidad nacionales. Según las entrevistas hechas a oficiales militares pakistaníes de alto rango, las suspicacias en relación con EE.UU. se han profundizado entre los oficiales más jóvenes. "En los rangos inferiores, el sentimiento antiestadounidense se encuentra en su punto más alto", declaró, bajo la condición del anonimato, un oficial del norte del país a The Washington Post.

En palabras de Yusuf Raza Gilani, primer ministro pakistaní y político proestadounidense, existe un "déficit de confianza" con Estados Unidos. "El ISI (servicios secretos) ha colaborado tradicionalmente con la CIA", declaró a Time,pero "lo que se observa ahora es que no hay ningún nivel de confianza". En una inhabitual comparecencia ante el Parlamento, el teniente general Ahmed Shuja Pasha, jefe de los servicios de inteligencia del país, denunció la incursión estadounidense como una "operación encubierta".

Luego el Parlamento aprobó una resolución declarando que los ataques con aviones no tripulados violaban la soberanía nacional, igual que lo había hecho el ataque secreto contra la casa de Bin Laden. Los legisladores advirtieron que, de producirse nuevos ataques, podrían cortar las líneas de suministros a las fuerzas estadounidenses en Afganistán. Tanto Robert Gates, entonces secretario de Defensa, como el almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto, sostienen que la operación para matar a Osama bin Laden ha supuesto para los pakistaníes una "experiencia humillante" que ha mancillado la imagen que tienen de sí mismos. No obstante, los encargados estadounidenses de formular políticas no aprecian una intensidad de sentimientos nacionalistas entre los militares pakistaníes y unas potenciales repercusiones para la seguridad. Y, en lo que constituye otro golpe para el ejército pakistaní, el Congreso estadounidense ha reducido la ayuda militar en casi mil millones de dólares.

Sin embargo, las tensiones ya se habían incrementado incluso antes de la humillante incursión contra la soberanía pakistaní del 1 de mayo que acabó con la vida de Bin Laden. Muchos pakistaníes, incluidos algunos residentes en Occidente, ven esta guerra cada vez más intensa como un ataque a la identidad musulmana; y no es casual que detrás de las recientes tramas terroristas se encuentren una gran cantidad de pakistaníes y afganos.

Los talibanes pakistaníes y otros militantes se mueven para explotar esta indignación manipulando los crecientes sentimientos antiestadounidenses y juran llevar a cabo atentados suicidas en grandes ciudades occidentales. Los ataques con aviones no tripulados se han convertido en un llamamiento a la resistencia y alimentan el flujo de voluntarios a un red reducida y difusa que es más difícil aún de detectar que la misteriosa Al Qaeda. Según Jeffrey Addicott, antiguo asesor legal de operaciones especiales del ejército de Estados Unidos, la estrategia está "creando más enemigos de los que se matan o capturan".

Un Pakistán con armas nucleares podría representar para Estados Unidos un problema muchísimo más grave que Al Qaeda en su época de apogeo.

 

 7-IX-11, Fawaz A. Gerges, director del Centro de Oriente Medio en la London School of Economics, autor de ´The rise and fall of Al Qaeda" (Oxford University Press), lavanguardia
 
El efecto bumerán (2)
 
No cabe duda de que Pakistán-Afganistán ha sustituido a Iraq como nueva fuente de radicales endógenos. Los militantes pakistaníes han llegado hasta Yemen y Somalia. No obstante, los altos funcionarios del Gobierno de Obama, junto con sus homólogos europeos, no parecen dispuestos a extraer un vínculo causal entre el incremento de la implicación militar estadounidense en Pakistán-Afganistán y la nueva oleada de extremistas.

A pesar de su éxito táctico, las medidas contraterroristas estadounidenses (como la intensificación de los ataques de la CIA con aviones no tripulados y las incursiones de las fuerzas especiales) alimentan los sentimientos antioccidentales y las llamadas a la venganza. El caso es que ni el aparato de seguridad nacional estadounidense ni los expertos sobre terrorismo aceptan establecer un vínculo entre el nuevo fenómeno del extremismo "de arriba abajo" o terrorismo endógeno y la guerra contra el terror de EE.UU. (sobre todo, en Afganistán-Pakistán).

Aunque la relación de causa y efecto es algo básico para los científicos sociales y los historiadores, esa cuestión se pierde en la traducción al discurso sobre terrorismo.

Este último ofrece una fórmula más simple: los tentáculos de Al Qaeda difunden veneno por todo el mundo; y su cúpula, vigorizada más que desalentada por la pérdida del padre fundador, está dirigiendo la nueva oleada terrorista.

"Se tiene que entender de dónde vengo", declaró Faisal Shahzad, el terrorista de Times Square, alejándose de modo inusual de las rígidas declaraciones de culpabilidad ante un tribunal. "Me considero... un soldado musulmán". Shahzad es un caso clásico de terrorismo endógeno. Era un responsable miembro de la clase media con un MBA. Forma parte de un reducido grupo de jóvenes musulmanes relativamente bien integrados en las sociedades occidentales que se han visto radicalizados y militarizados por la guerra contra el terror de EE.UU. Entre ellos se encuentran Najibula Zazi, inmigrante afgano residente en EE.UU. y conductor de autobuses en el aeropuerto de Denver, que se declaró culpable en febrero del 2010 de planear varios atentados en Nueva York; el nigeriano Umar Faruk Abdulmutallab, que intentó volar un avión con una bomba oculta en los calzoncillos y se había graduado en Ingeniería por la Universidad de Londres; el comandante Nidal Malik Hasan, de la base militar de Fort Hood (Texas); cinco estadounidenses musulmanes de Virginia del Norte; y el suicida de Estocolmo Taimur Abdulwahab al Abdaly, que estudió en Gran Bretaña, estaba casado y tenía tres hijos.

Tras su atentado frustrado en Times Square, Shahzad habría dicho a los investigadores que actuó movido por la rabia ante los ataques con predators de la CIA en Pakistán; en especial, por un ataque ocurrido mientras estaba de visita en ese país. El comandante Hasan de Fort Hood, un psiquiatra militar nacido en Estados Unidos, expresó públicamente su furia contra la invasión estadounidense de Iraq y Afganistán. La guerra de Afganistán-Pakistán llevó a cinco musulmanes de Virginia del Norte a los campos de batalla de Pakistán. Esos jóvenes se dirigieron finalmente a los mentores de Al Qaeda, como el clérigo estadounidense-yemení Anuar el Aulaki, en busca de guía y seguridad.

Fueron ellos quienes iniciaron el contacto. Shahzad, por su parte, habría declarado a los investigadores que buscó facciones extremistas en Pakistán para aprender técnicas de fabricación de bombas. Al realizar su declaración de culpabilidad le dijo a la juez Miriam Goldman Cedarbaum que estaba "vengando" la guerra en Afganistán y la intervención estadounidense en Pakistán, Iraq, Yemen y Somalia. "Soy parte de la respuesta a la aterrorización por parte de EE. U. de los países musulmanes y el pueblo musulmán".

Interrogado acerca de la razón de atentar contra civiles si su objetivo era tomar represalias contra los soldados estadounidenses, Shahzad respondió: "Los aviones no tripulados atacan en Afganistán e Iraq, no ven a los niños, no ven a nadie. Matan a mujeres y niños. Es una guerra; y, en una guerra, matan a la gente. Están matando a todos los musulmanes".

Shahzad no es un caso único. Najibula Zazi, que se declaró culpable de planear la colocación de una bomba en el metro de Nueva York, es también un ejemplo de radicalización "de abajo arriba". Como Shahzad, Zazi dijo al tribunal estadounidense que en agosto del 2008 decidió ir con unos amigos a Pakistán para unirse a los talibanes. Fue él quien acudió a los talibanes, no al revés; y mientras estaba en Pakistán fue convencido por los operativos de Al Qaeda para que regresara a Estados Unidos y se convirtiera en suicida. "Estaba dispuesto a sacrificarme para llamar la atención sobre lo que Estados Unidos estaba haciendo con los civiles de Afganistán, a sacrificar mi alma para salvar las suyas", afirmó Zazi.

De modo similar, los cinco hombres de Virginia viajaron a Pakistán; y Abdulmutallab fue a Yemen y contactó con la rama de Al Qaeda y El Aulaki. En estos casos, hubo señales de alarma. Las familias de los cinco hombres de Virginia y también el padre de Abdulmutallab avisaron a las autoridades estadounidenses de la radicalización de sus hijos.

El mayor Hasan había pedido indirectamente ser medicado y tratado antes de que asesinara a sus compañeros. También el sospechoso acusado de un supuesto plan para volar en octubre del 2010 diversas estaciones del metro de Washington había llamado la atención del FBI por haber preguntado a diversas personas sobre la forma de luchar contra los soldados estadounidenses en Afganistán y Pakistán. Faruk Ahmed, de 34 años, nacido en Pakistán y naturalizado ciudadano estadounidense, habría proyectado viajar a su país natal y combatir allí. No fueron los talibanes ni Al Qaeda quienes lo reclutaron, sino que fue engañado por un correo electrónico de un agente del FBI para que acudiera a una primera cita en el vestíbulo de un hotel cercano al aeropuerto Washington-Dulles y cayó en la trampa urdida por los agentes. A lo largo de los siete meses siguientes, Ahmed habría contado a los operativos encubiertos del FBI que se hacían pasar por terroristas que estaba dispuesto a convertirse en mártir y que "quería matar al mayor número posible de soldados", según la declaración jurada.

Ahmed es otro ejemplo de radicalización "de arriba abajo". Aunque es demasiado pronto para establecer una motivación definitiva, la declaración jurada de 12 páginas indica con claridad que Ahmed, ingeniero con una licenciatura por el City College de Nueva York, se radicalizó por el conflicto de Afganistán-Pakistán. Su objetivo último era viajar a "Afganistán para combatir y matar estadounidenses". Al carecer de acceso a los talibanes o Al Qaeda, Ahmed y un amigo habrían intentado contactar con una célula terrorista para que los ayudara a viajar a Afganistán y Pakistán, según afirmó el FBI. Los investigadores orquestaron un falso plan terrorista que lo habría engañado por completo.

La universitaria Roshonara Choudhry, de 21 años, proporciona un ejemplo más. Según las transcripciones publicadas en The Guardian,Choudhry, una prometedora estudiante en el King´s College de la Universidad de Londres, intentó asesinar al diputado laborista Stephen Timms apuñalándolo en el estómago por haber votado a favor de la guerra en Iraq. Tras ser desarmada por el ayudante de Timms, Choudhry declaró a los agentes de policía que quería "vengar el pueblo de Iraq".

De modo similar, los amigos del suicida de Estocolmo Taimur al Abdaly, de 28 años, lo describen como alguien a quien le gustaba jugar al baloncesto y las fiestas. Qadeer Baksh, presidente del centro islámico de Luton, donde Abdaly acudió a rezar durante una breve temporada, afirmó que el suicida creía que los gobiernos occidentales no tenían derecho a intervenir militarmente en Iraq y Afganistán e instaba a los demás a "tomarse la justicia por su cuenta" porque las mezquitas tradicionales no eran lo bastante proactivas.

Tres semanas antes del atentado, Abdaly desapareció de su casa sin dar explicaciones. Las fuentes británicas de seguridad e inteligencia afirman que no hay pruebas ni indicios de que estuviera dirigido por algún jefe de Al Qaeda y que probablemente planeó su propio atentado.
 
8-IX-11, Fawaz A. Gerges, director del Centro de Oriente Medio en la London School of Economics, autor de ´The rise and fall of Al Qaeda" (Oxford University Press), lavanguardia
 
Acabar con las guerras del 11-S (y 3)
 
Cuando se cumple el doloroso décimo aniversario del 11-S, ha llegado el momento de hacer balance de las devastadoras guerras libradas en su nombre y de los efectos secundarios y las consecuencias no deseadas que esas guerras han desencadenado en las propias sociedades occidentales. Por ejemplo, la radicalización que se ha visto en su seno no tiene tanto que ver con la red original de Al Qaeda como con la virulenta guerra contra el terror en el gran Oriente Medio. He entrevistado a varios sospechosos pertenecientes a comunidades musulmanas occidentales que habían sido declarados culpables por tribunales estadounidenses y casi todos ellos mencionaron de modo específico los conflictos de Iraq, Afganistán y Pakistán como principal causa de su radicalización; clamaban, desde luego, contra la guerra estadounidense contra el terror, que percibían como una cruzada contra el islam y los musulmanes, pero la política identitaria era el verdadero motor de su deslizamiento hasta la militancia.

Muchos dijeron que se habían visto atrapados en el calor del momento y se habían unido a la lucha, casi on line, contra Estados Unidos. La mayoría parecían estudiantes radicales, expertos en la teoría pero ignorantes de las consecuencias reales de sus actos: prolongadas condenas de cárcel bajo regímenes de máxima seguridad. En muchos casos, hicieron declaraciones descabelladas y se implicaron en conspiraciones rocambolescas. No obstante, también hubo planes internos que habrían matado a estadounidenses y occidentales, una evolución muy alarmante que debemos analizar críticamente. Con el fin de comprender el deslizamiento hasta el extremismo de las opiniones moderadas de unos jóvenes musulmanes occidentales es necesario ampliar el estrecho prisma de los expertos en terrorismo. El fenómeno encierra algo más que un profundo odio al país natal o de adopción, o la "radicalización por medio de internet".

Cada vez hay más pruebas de que los conflictos de Pakistán, Afganistán y Somalia están militarizando a importantes elementos de la clase media urbana de esos países, pero también a unos pocos musulmanes que viven en Occidente. El efecto bumerán de esas guerras ha llegado a las costas occidentales y es probable que perdure mientras Estados Unidos se vea envuelto en guerras en tierras musulmanas, una dolorosa verdad que los expertos en terrorismo y los funcionarios occidentales se niegan a reconocer.

La causa fundamental de muchos intentos de atentado proyectados por terroristas interiores se encuentra en los violentos conflictos de Iraq, Afganistán, Pakistán, Somalia y otras partes. La guerra estadounidense contra el terror inflama el sentimiento antiestadounidense y antioccidental en los países musulmanes y crea más terroristas; ha permitido que una variopinta fuerza guerrillera se presente como guerreros musulmanes legítimos y defensores de la comunidad musulmana en todo el mundo.

Es casi seguro que alguno de estos planes occidentales tendrá cierto éxito. Dado el grado en que Al Qaeda domina la imaginación de estadounidenses y occidentales, un atentado con éxito avivará los miedos públicos y ejercerá presión sobre los dirigentes políticos para que intensifiquen la respuesta militar, iniciando con ello un ciclo mortal que puede volver a tener consecuencias no deseadas.

Mientras se libre la guerra en tierras musulmanas, es probable que haya resistencia armada y llamamientos a la venganza. Al Qaeda y también las facciones y los individuos de ideología afín, como los talibanes pakistaníes y Anuar el Aulaki, seguirán explotando la presencia de soldados occidentales para incitar a los jóvenes musulmanes a que tomen las armas contra los invasores extranjeros.

¿Qué puede hacerse? Los encargados de formular políticas en Estados Unidos deben poner fin a la guerra contra el terror. Ha llegado el momento de cerrar este costoso capítulo y pasar a una estrategia de contención para enfrentarse con los restos de Al Qaeda y sus socios locales. Cualquier estrategia de contención debe hoy implicar la dotación de poder a las sociedades musulmanas y el ejercicio de un comedimiento sensato en el uso de la fuerza.

Los dirigentes occidentales deben ser sinceros con sus ciudadanos y hacer un llamamiento a la reflexión; una declaración de que la seguridad absoluta no existe y de que su propia seguridad está orgánicamente vinculada a la del resto de la humanidad. También tiene que ser una declaración sobre los límites y los costes de la fuerza en los asuntos internacionales.

El terrorismo no puede erradicarse pulsando un botón, como en los ataques con aviones no tripulados, ni tampoco con una intervención militar, porque lo más probable es que eso provoque un efecto bumerán y, en última instancia, más y no menos terrorismo.

En cuanto a la forma de enfrentarse a las recientes tramas terroristas y la radicalización interior, hay una necesidad urgente de acelerar la retirada de tropas occidentales (en particular, estadounidenses) de los territorios musulmanes.

Para los musulmanes, la presencia de decenas de miles de soldados estadounidenses y de la OTAN en su patria constituye un constante recordatorio muy doloroso y humillante del legado colonial europeo, un legado de dominio y subyugación.

En contra de la opinión común en Estados Unidos y algunas capitales europeas, ni los iraquíes ni los afganos, y menos aun los pakistaníes, perciben la presencia militar estadounidense como benéfica y desinteresada, ni tampoco concebida para proporcionarles seguridad, paz y democracia; más bien, la ven como una ocupación extranjera, una violación intrusiva y humillante. La mayoría de los planes para cometer atentados desarticulados últimamente eran una reacción contra las campañas y tácticas militares estadounidenses en los países musulmanes.

Los funcionarios estadounidenses saben ya que su sobredependencia del militarismo yel uso excesivo de la fuerza radicaliza a las poblaciones musulmanas e incita las llamadas en favor de la resistencia y la venganza, tanto en los propios países como en el extranjero. Desde el 11-S, las guerras estadounidenses han creado más yihadistas antiestadounidenses de los que ha puesto nunca sobre el terreno Al Qaeda.
 
11-IX-11, Fawaz A. Gerges, director del Centro de Oriente Medio en la London School of Economics, autor de ´The rise and fall of Al Qaeda" (Oxford University Press), lavanguardia