Ellen Johnson Sirleaf

Un edificio en ruinas es la pincelada clave de una Nobel de la Paz. Situado en el corazón de Monrovia, capital de Liberia, el inmueble albergó en el 2006 el despacho de Ellen Johnson Sirleaf, primera mujer elegida democráticamente presidenta de un país africano. Sigue siendo la única.



A los seis meses de su nombramiento, el edificio ardió en llamas. La reacción de Sirleaf la definió: al frente de un país devastado tras 14 años de guerra civil, rechazó reconstruir el edificio porque había otras prioridades -educación y sanidad, dijo-y se instaló en una habitación de la cercana sede de Exteriores. Ahí sigue.

Hija de un jefe local y una mujer mercado-señoras que venden frutas y baratijas en la calle-, Sirleaf se labró un perfil de gestora en Harvard y lo curtió en laONUy el Banco Mundial. El jurado le distinguió ayer su trabajo por la paz y el desarrollo económico y social desde que manda en Liberia ya que en cinco años hay un 40% más de niños escolarizados, la mayoría niñas.

Pero su cintura para hacerse perdonar millones de deuda, atraer inversores y limpiar la imagen de Liberia en el mundo le han valido el aplauso internacional, no el de casa. El próximo martes el estado más antiguo de Áfricacelebra elecciones y se dudaba de que Sirleaf fuera a ser reelegida. Al menos hasta ayer: la oposición en bloqueo mentó al diablo al enterarse del premio.

De nuevo, el edificio en ruinas del centro de Monrovia sintetiza el por qué de esas dudas. Tras el incendio, varias familias se instalaron en su esqueleto. Sin lavabos, agua ni electricidad. Ahí siguen.

Liberia tiene una tasa de desempleo del 80% y un porcentaje similar de pobreza extrema.

Pero tras varios años en el exilio y combatir la brutalidad de los dictadores liberianos, con detenciones y cárcel incluidas, Sirleaf ha hecho de la perseverancia su motor. No se dio por vencida cuando perdió sus primeros comicios. Tampoco cuando heredó un país por hacer de nuevo. Por entero. Creó una Comisión de la Reconciliación que la salpicó por su apoyo inicial al dictador Charles Taylor del que pronto se desmarcó para convertirse en una crítica feroz y peleó contra la corrupción enquistada en el país. Y siempre fiel a dos convicciones: la educación y la mujer. Por eso ayer se lo dedicó a ellas: "fueron quienes trabajaron bajo el sol y la lluvia por la paz", dijo. Ayer, otro Nobel de la Paz, Desmond Tutu, definió ese tesón en un suspiro: "Llevó estabilidad a un lugar que se iba al infierno…"

8-X-11, X. Aldekoa, lavanguardia