´Que bucólica es la vida en los aeropuertos´, Quim Monzó

El aeropuerto de Castelló de la Plana fue inaugurado el 25 de marzo pasado. El martes se cumplirán ocho meses. Ocho meses durante los cuales no ha despegado ni ha aterrizado ningún avión. Es uno de los diversos aeropuertos inaugurados estos últimos tiempos que no sirven más que para invertir dinero en su mantenimiento.

Pues bien, dentro de dos semanas - el lunes 7 de noviembre, día de san Florencio de Estrasburgo y de san Atenodoro de Neocesarea-ese aeropuerto sacará a concurso el contrato para controlar y expulsar a los animales que molestan. Como es sabido, se trata de los pájaros - gran peligro para la navegación aérea-yde algunos de tierra, que pueden meterse entre las ruedas durante los aterrizajes y los despegues. Lo explicaban el otro día en la Ser. El contrato fija los servicios de ocho hurones y ocho halcones como mínimo; probablemente sean más. Como es fácil de deducir, los hurones se encargarán de los animales de tierra - básicamente conejos-y los halcones, de los pájaros. Se trata de un contrato de 456.500 euros y un plazo de ejecución de tres años.

La noticia es chocante, y lo es aunque - supongo-halcones y hurones no empiecen a trabajar hasta que empiecen los vuelos. El Gobierno valenciano dice estos últimos tiempos que eso ocurrirá probablemente en abril, un añoyunmes después de su inauguración. Es bastante, pero ¿nos lo tenemos que creer simplemente porque habrá pasado tanto tiempo que no puede ser que aún no lleguen aviones? ¿Tenemos que creernos que en abril ya habrá, y pilotos con maletitas con ruedas, y azafatas con faldas deslibidinizadoras, y ruido en el almacén de carga, y colas ante los mostradores de embarque...? Es difícil de creer, en un aeropuerto que fue inaugurado con gran charanga mediática - ¡sin que volasen aviones!-por el entonces presidente Francisco Camps, del brazo de Carlos Fabra, que en aquella época presidía la Diputación de Castelló. ¡Es difícil creerse algo de un aeropuerto que, meses y meses después de haber sido inaugurado, aún no había pedido los permisos de vuelo! En un aeropuerto así yo no pondría la mano en el fuego por nada. En un aeropuerto así todo es posible: incluso que, por mucho que digan y prometan, los únicos vuelos que haya sean los de esos ocho halcones, que al final acabarán aburridos de tanto dar vueltas y vueltas a una torre de control en la que no hay nadie que controle nada, por la sencilla evidencia de que no hay ningún avión al que dar indicaciones. Los halcones planearán con majestuosidad por encima de la formidable estructura aeroportuaria y de vez en cuando echarán un vistazo hacia abajo, para distraerse viendo cómo, corriendo por las pistas de aterrizaje y de despegue, los hurones matan las horas persiguiendo conejos.

22-X-11, Quim Monzó, lavanguardia