sucesión saudí en clave (aún más) teocrática

La primavera árabe, con todas sus ilusiones e incertidumbres, no alcanza al reino del petróleo y el islam, de los saudíes. La designación, esperada, del príncipe Nayef Abdul Aziz como príncipe heredero tras la muerte la pasada semana en Nueva York del anterior sucesor del trono, príncipe Sultan, refuerza la tendencia más conservadora de la dinastía.

A diferencia del rey Abdulah, con sus veleidades de tímidas reformas, más cacareadas que efectivas, el nuevo príncipe heredero es reputado por su puño de hierro en el ejercicio del poder sin contemplaciones ante lo que considera amenazas contra el reino.

En su biografía se cita un consejo que pronunció ante un grupo de notables que mendigaban pequeñas reformas. "Lo que se conquista por la espada - afirmó con energía-será mantenido por la espada". No en balde, el príncipe heredero, nacido en 1934 en Taef y gobernador de Riad, es también ministro de Interior y tiene bajo su mando a 130.000 agentes de la seguridad estatal.

Basa su poder, además, en dirigentes religiosos islamistas, fieles a la doctrina puritana y reaccionaria wahabí, pilar ideológico del reino. Como ministro detuvo a activistas partidarios de leves cambios en la monarquía absoluta, denegó la posibilidad del voto femenino en las municipales del 2005 y hace pocas semanas hizo detener a las mujeres que protestaban contra la prohibición de conducir automóviles.

El príncipe no sólo estima que Al Qaeda es una amenaza contra la casa real - uno de sus hijos salió indemne de un atentado suicida-sino también la cofradía de los Hermanos Musulmanes. Y ordenó aplastar las manifestaciones de la minoría chií en las regiones del este, con sus ricos yacimientos petrolíferos, en las tentativas de organizar protestas durante la efímera primavera saudí. El príncipe, conservador pragmático, percatado de la importancia de la seguridad y estabilidad del reino, guardará la privilegiada alianza con el gran protector estadounidense.

Ante estas mareas árabes que se rompen en las costas de la península arábiga, la casa de los Saud ha reaccionado con un reflejo de consolidar, contra viento y marea, su gerontocracia, ensimismándose frente al mundo de jóvenes y de anhelos de reformas.

En la década de los años sesenta, el primer Estado petrolífero de la Tierra ya se sintió amenazado por las corrientes nacionalistas modernizadoras, progresistas y laicas, de Gamal Abdel Naser o del partido Baas. Cuando el rey Abdulah regresó el pasado invierno a Riad, después de un largo tratamiento en el extranjero, ya había estallado la primavera árabe. En marzo ordenó reforzar los destacamentos de seguridad y dispuso distribuir millones de dólares a sus súbditos para aplacar sus exaltados ánimos. La dinastía confía en que su título de Custodio de los Santos Lugares del Islam la inmunice de revueltas y revoluciones. Y la denominada comunidad internacional prefiere la estabilidad, a todo precio, de la monarquía saudí a la promoción de la democracia.

29-X-11, T. Alcoverro, lavanguardia