´Desafío saudí´, Said K. Aburish

El rey Abdalah de Arabia Saudí, de 84 años y en el trono desde hace tan sólo dos años, ha sacudido Oriente Medio hasta sus cimientos. Claro que, aunque ese edificio se resquebraje, tal circunstancia no le ahorrará futuros fracasos a EE. UU. La edad del monarca y los continuos informes en el sentido de que no está preparado para desempeñar su alto cometido no constituyen precisamente señales esperanzadoras.

Abdalah ha adoptado iniciativas rupturistas en el ámbito interno, regional e internacional. En el plano interno, ha modificado el sistema sucesorio. Antes el rey se elegía según rígidos esquemas. La edad y experiencia, la posición en el seno de la familia reinante y la bendición de los ulemas (líderes religiosos) eran factores determinantes. Además, el rey podía designar a su sucesor. Actualmente, un comité formado por los hijos de monarcas anteriores elige al rey por votación mayoritaria y el mismo comité elige al sucesor y heredero. Nadie posee la facultad de alterar este proceso.

El heredero de Abdalah es su hermanastro, el ministro de Defensa, príncipe Sultan. La familia saudí no se pone de acuerdo sobre el sucesor de este último. Sultan, de 82 años, padece cáncer y su muerte podría crear una crisis sucesoria. De modo que permanece libre el segundo puesto en la línea de sucesión.

El príncipe Bandar, ex embajador en EE. UU. y actualmente responsable de los servicios de seguridad saudíes con rango de ministro, cuenta con el respaldo estadounidense y es uno de los favoritos en el ánimo de su tío el rey Abdalah. Sorprendentemente, no es el favorito de su padre, Sultan, actual heredero. Pero Bandar es hijo de una esclava yemení, una de las mujeres de su padre; carece de legitimidad religiosa y no puede ser rey. Queda por ver si superará este enorme obstáculo.

El príncipe Jalid, hermanastro de Bandar, es jefe de las fuerzas armadas y favorito de su padre. Ha estado preparándose durante años para acceder al trono. Entre otras operaciones compró Al Hayat,destacado periódico saudí que promueve su causa. Además, se ha rodeado de consejeros en asuntos internos e internacionales.

Saud Faisal, el competente ministro de Asuntos Exteriores actual, es la tercera opción. Es hijo del rey Faisal, el más respetado de los monarcas saudíes, y ha pasado por la Universidad de Princeton. Sostiene que no está interesado en convertirse en rey, pero su padre ya mostró idéntica actitud hace 50 años. Goza de simpatías entre los miembros mejor formados de su familia y es bien conocido de los líderes árabes.

El flamante príncipe Talal bin Ualid es otro contendiente y hombre de negocios multimillonario. Fahd bin Sultan, piloto y astronauta, rezó a La Meca desde el espacio y el hijo del propio Abdalah, Mitib, es también otro candidato. Y hay decenas más...

Sea como fuere, lo más probable es que el nuevo rey suba al trono en un momento crucial del país, del mundo árabe en general y de EE. UU. El reino está escindido además en tendencias laicas, el islamismo oficial y el islamismo radical. Las fuerzas laicas exigen la formación de un gobierno representativo. Quieren que el pueblo saudí elija un cuerpo político representativo que les permita participar en las decisiones sobre su futuro. De momento se limitan a dirigir sus peticiones al rey, que suelen desatenderse aunque en ocasiones sus autores van a parar a la cárcel. La población, de talante islámico, no simpatiza en principio con tales fuerzas renovadoras, que se debilitan más y más.

El islamismo oficial sigue las directrices de la familia real. El Estado saudí es un Estado religioso y la familia real sigue la senda del wahabismo, comunidad islámica fundada en el siglo XVIII, de orientación rigorista. Un cuarenta por ciento de los espacios televisivos se dedica a emisiones de carácter religioso. Escuelas e instituciones religiosas siguen la senda de la rama real del islam. Y el Gobierno ha contribuido a cimentar el respaldo de buena parte de la población a tal orientación.

En cuanto al islamismo radical, se trata de seguidores de Osama bin Laden; su fuerza ha aumentado tras los conflictos de Palestina e Iraq. Representan al menos una cuarta parte - en expansión- de la población y suscriben el uso de la violencia para alcanzar sus objetivos.

En el plano regional, Abdalah ha impulsado una activa política. Aprovechando los recursos de su riqueza derivada del petróleo para someter al resto de los países árabes a la condición de partidarios o seguidores, hace unas semanas les forzó prácticamente a adoptar el plan Abdalah para solucionar el conflicto árabe-israelí, un plan que apenas ofrece novedad y es una variación de la resolución 242 de la ONU a favor de tierra por paz.

En la cuestión de Iraq, Arabia Saudí ha expresado su punto de vista en el sentido de que no tolerará un Iraq controlado por el chiismo iraní. Irán es chií, herético a ojos de la casa real saudí. Se ha señalado que miembros de la familia real aportan enormes sumas de dinero a la insurgencia suní en Iraq.

Arabia Saudí está enfadada porque EE. UU. ha consentido vara alta a los chiíes y a Irán en Iraq. A Arabia Saudí le preocupa mucho más el golfo Pérsico que Palestina. Los saudíes desean impulsar un plan moderado para solucionar el conflicto árabe-israelí a cambio del respaldo estadounidense en el Golfo. Temen una combinación chií irano-iraquí, además de las sorpresas que pudiera dar su propia población chií, un quince por ciento.

En relación con el futuro inmediato, EE. UU. afronta arduas decisiones. ¿En quién confiará? ¿En qué cederá? Arabia Saudí no posee brillantes diplomáticos o enormes ejércitos, pero puede liderar a los árabes. Los saudíes - en tanto nadan en petróleo y Egipto puede seguir desempeñando su función en el tablero- parecen haber elegido un momento oportuno: ya se trate de Abdalah, Sultan o cualquier otra figura que les herede o suceda, el hecho es que Abdalah ha reivindicado para sí una posición de liderazgo regional e internacional que sus sucesores no pueden echar a perder y que en todo caso tiene lugar a costa de la hegemonía estadounidense. Mejor será que EE. UU. se apreste a responder al desafío saudí.

lavanguardia, 26-V-07.