´El hombre del hidrocarburo´, Mariano Marzo

Según la mitología griega, dos titanes, Prometeo y su hermano Epimeteo, tenían encomendada la tarea de proporcionar a cada animal un poder que le ayudara en su lucha por la supervivencia. Las serpientes recibieron colmillos para inyectar veneno, los osos una enorme fuerza y las gacelas una gran velocidad. Pero cuando llegó el turno del hombre ya no quedaban poderes por distribuir. Conmovido por su desamparo, Prometeo robó el fuego a los dioses y se lo dio a los humanos. Encolerizado, Zeus, el rey del Olimpo, encadenó al titán a una montaña, donde permaneció hasta que Hércules lo liberó. Con el mito de Prometeo, los griegos expresaron la enorme importancia que el fuego tenía en sus vidas.

Con anterioridad al fuego, la potencia de los humanos se fundamentaba en la fuerza de sus músculos. El descubrimiento y control del fuego cambió el día a día del hombre primitivo, permitiéndole ver en la oscuridad, calentarse, mantener a raya a los predadores, cocinar, secar y endurecer la madera, así como el acceso al uso de los metales. ¿Cuándo se produjo el regalo de Prometeo? Las primeras pruebas de la utilización del fuego por los humanos provienen de China y se remontan unos 500.000 años en el pasado.

Habría que esperar cientos de miles de años para que se produjera otro gran salto cualitativo en la utilización de la energía por el hombre. Éste consistió en la domesticación de los animales. Ciertas pruebas arqueológicas sugieren que hace unos 12.000 años los perros ya estaban domesticados en China y el sudoeste asiático. Ovejas, cabras y cerdos lo habrían sido alrededor del 8.000 a. C., el ganado vacuno hacia el 6.000 a. C. y los caballos, burros y búfalos en torno al 4.000 a. C. La utilización de la potencia de los animales permitió a los humanos multiplicar su productividad, de modo que la extensión de tierra cultivable y el número de cosechas por unidad de superficie experimentaron un crecimiento espectacular.

Con un suministro alimenticio más adecuado y seguro, el hombre empezó a evolucionar hacia el sedentarismo, lo que le permitió crear y acumular herramientas nuevas, mejores y más grandes. Como consecuencia, los avances en el desarrollo de la tecnología energética empezaron a sucederse a mayor velocidad.

Pero incluso así, con las excepciones de la vela, el molino de viento, la noria y la pólvora, la tecnología utilizada por la gente corriente no cambió mucho en el transcurso de varios milenios. Los romanos contemporáneos de Jesucristo posiblemente habrían entendido sin demasiadas dificultades la ciencia del siglo XVI. No fue hasta finales del siglo XVII, con la invención de la máquina de vapor, cuando se produjo el definitivo despegue tecnológico.

Con posterioridad a este acontecimiento la vida de las personas empezó a cambiar a un ritmo frenético, marcado por los continuos progresos tecnológicos y la progresiva sustitución de las fuentes de energía primaria. Una trayectoria que ha desembocado en una absoluta dependencia de los hidrocarburos y de la biomasa tradicional, fuentes energéticas ricas en carbono, cuya combustión en cantidades crecientes ha situado a la humanidad frente a un inesperado desafío: las elevadas cantidades de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero emitidas a la atmósfera están sobrecalentando el planeta.

Un análisis histórico de la energía revela tres tendencias. La primera es que la historia de la energía es realmente la historia de nuestro desarrollo material. El hombre ha sabido construir máquinas cada vez más sofisticadas para aprovechar la energía y multiplicar su capacidad. Esto ha incrementado de tal manera la productividad humana que, al menos en los países industrializados, los niños no tienen que trabajar para comer, los ancianos pueden disfrutar de una merecida jubilación y las mujeres se sitúen en un plano de igualdad con el hombre. No en vano la tecnología hace que el cerebro sea más importante que la fuerza muscular.

La segunda es que en los últimos doscientos años el ser humano ha efectuado más descubrimientos e invenciones que durante milenios. Sin duda, este hecho es consecuencia de que cualquier hallazgo científico o invento conduce a otro. Pero, con toda probabilidad, el factor determinante fue la transformación política hacia formas de mayor libertad personal experimentada por las sociedades humanas. El individuo que se siente libre para actuar y poder disfrutar del resultado de sus actos tiene un mayor incentivo para inventar herramientas que le ayuden a incrementar su productividad y bienestar. Los esclavos y los siervos no tienen este incentivo. Creatividad y libertad van íntimamente ligadas.

La tercera es que el ser humano tiene una enorme capacidad inventiva. En su devenir histórico, el hombre ha tenido que encarar numerosos e importantes desafíos y encontrar las soluciones pertinentes. Ciertamente, el vigor, resistencia e ingenio del ser humano se forjan en la adversidad. Esta tendencia insufla ciertas dosis de optimismo para afrontar el reto energético que la humanidad tiene actualmente planteado. Éste no es otro que la urgente necesidad de concretar un nuevo modelo que sepa compaginar el viejo paradigma de la disponibilidad de energía abundante y barata con las irrenunciables y acuciantes exigencias de sostenibilidad y respeto al medio ambiente.

 

MARIANO MARZO, catedrático de Recursos Energéticos de la UB, lavanguardia, 21-VII-07.