ŽUna tragedia egipciaŽ, Walter Laqueur

Las elecciones en Egipto, cuya primera etapa comenzó el pasado 28 de noviembre, continuarán hasta el próximo mes de enero aunque cae dentro de lo posible que no solucionen nada. Hay unos setenta partidos en liza, pero el sistema electoral es complicado, confuso y contradictorio. Un tercio de los escaños debería reservarse a obreros y campesinos, pero probablemente serán designados por alguien. Bajo el antiguo régimen, 66 escaños se reservaban a mujeres, pero esto ya no es así y las mujeres egipcias, las grandes perdedoras de la revolución, pueden encontrarse sin representación alguna.

Tal es la tragedia de un país que se acerca al caos a pasos agigantados. Después de las grandes esperanzas suscitadas el pasado enero, cuando el presidente Hosni Mubarak fue derrocado, ¿qué perspectivas se abren ahora? El objetivo de las manifestaciones y disturbios de los últimos días eran las reliquias del antiguo régimen, como cabe calificar a los generales de las fuerzas armadas comandadas por el mariscal Tantaui. Puede añadirse aquí que las protestas estaban justificadas y que los generales se caracterizaron por su incompetencia. Todo el mundo puede encontrar un motivo de protesta: los trabajadores que están en huelga en demanda de un salario mínimo, los médicos, profesores y muchos otros sectores asimismo en huelga. Pero, lamentablemente, no hay dinero para satisfacer sus demandas porque el país está en bancarrota. El capital huye de Egipto, la moneda ha perdido su valor, las acciones en bolsa cotizan a la baja. Queda suficiente dinero para pagar las importaciones de alimentos de los próximos cuatro meses, pero no más. Tanto quienes se quejan de una seguridad inadmisible en la calle y del aumento de la delincuencia como quienes se quejan de la brutalidad de la policía tienen razón.

¿Por qué atraviesa Egipto este caos? ¿Hacia dónde se encaminará a partir de ahora? En primer lugar, debería haber quedado claro desde el primer día de la llamada revolución que las perspectivas de democracia en Egipto no eran buenas (para decirlo comedidamente). Los manifestantes de la plaza Tahrir no eran "el pueblo", sino una pequeña parte de él. La mayoría de los egipcios quieren orden, estabilidad y una vida mejor; por eso los sectores progresistas y demócratas preferían ahora que no hubiera elecciones porque comprenden la certeza de su derrota. Debe admitirse que los islamistas, incluidos los Hermanos Musulmanes, se hallan asimismo divididos, pero siguen contando con el apoyo de millones de electores, cosa que no pueden decir los demócratas.

¿Por qué la verdadera situación reinante no fue debidamente reconocida por los numerosos observadores que afluyeron a Egipto a principios de año? Es largo de contar, pero los principales factores en juego eran la ignorancia y el hecho de concebir esperanzas sin fundamento. A los mencionados observadores les impresionaron los cientos de miles de manifestantes que acudían a la plaza Tahrir, olvidando que Egipto es un país extremadamente pobre de 86 millones de habitantes dotado de escasos recursos naturales, si es que posee alguno.

Quienes se mostraban tan optimistas la pasada primavera se pronuncian ahora de forma más discreta, pero todavía consideran que el país podría hallarse en la senda acertada. ¿Y si los islamistas se imponen en las urnas? ¿No se han convertido en demócratas deseosos de aceptar un sistema democrático a la manera del AKP, el partido islamista turco en el poder? Sin embargo, que el AKP sea un partido verdaderamente democrático es materia sujeta a discusión y, de todas formas, los Hermanos Musulmanes y los salafistas no comparten demasiadas cosas con ellos. Es verdad que no son simpatizantes de Al Qaeda y que aun los sectores más radicales de los islamistas egipcios no aspiran a una situación como la que impera en Irán. En comparación, son casi progresistas. Sus líderes son personas de edad dotadas de cierta prudencia. No obstante, de nuevo hay que insistir en que se hallan convencidos de que el islam posee todas las respuestas, en que siguen aspirando a un régimen teocrático basado en la charia, en que su doctrina fundamental descansa en el supuesto de que el poder supremo debe estar en manos de Alá y de los intérpretes del Corán (no del pueblo ni de la sociedad civil). Una vez más cabe admitir que a principios de año manifestaron su deseo de alcanzar acuerdos de amplio alcance con un sistema y sus correspondientes elementos democráticos en el país. Sin embargo, posteriormente, cuando cobraron conciencia de su fuerza y de la debilidad de los demócratas, insistieron en mucha mayor medida en el carácter islámico del futuro orden político egipcio.

¿Qué depara el porvenir? ¿Un gobierno de salvación nacional encabezado por Mohamed El Baradei, el ex director de la Agencia Internacional de Energía Atómica? ¿Podría tal gobierno restablecer la estabilidad y la confianza? Desgraciadamente, parece más probable que el caos se agrande todavía más. Los impopulares generales habrán de irse, pero ¿quién los reemplazará? Un éxito de ventas publicado en Alemania después de la Primera Guerra Mundial se titulaba El emperador ha huido a los Países Bajos, los generales siguen en el poder.En Egipto, probablemente, los generales serán sustituidos por los coroneles.

Ha sucedido antes en Egipto, en 1952, cuando tras un periodo de caos político Naser subió al poder. Probablemente aguarda entre bastidores un grupo de jóvenes oficiales ambiciosos y patriotas. ¿Triunfará tal tipo de régimen? Nuevamente hay que decir que la perspectiva no es halagüeña. Naser fracasó aunque su tarea resultó más fácil; el país tenía entonces la mitad de población que el Egipto actual. Naser fue enemigo de los Hermanos Musulmanes, más de la mitad de cuyos líderes fueron encarcelados y varios ejecutados. En la actualidad, los mandos militares habrán de alcanzar acuerdos con los islamistas, la fuerza individual más fuerte en el país, cosa que no será fácil. Algunos países árabes ricos en petróleo han prometido una ayuda de diez mil millones de dólares pero, como suele suceder, poco se ha visto de tal cantidad. Incluso esa suma no representaría más que un respaldo temporal.

Los milagros suceden incluso en la política, pero no con frecuencia. Es posible que el Egipto pobre padezca más penuria y represión que bajo Mubarak, cuyo pecado principal (y ruina definitiva) no fue la corrupción sino el hecho de no retirarse diez o doce años antes.

1-XII-11,W. LAQUEUR, consejero del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicosde Washington, lavanguardia