´La Inmaculada Constitución´, Pilar Rahola

La han sacralizado tanto los adalides del constitucionalismo -término usado para darle en el cogote a nacionalistas catalanes o vascos-, que es difícil no confundirla con el día de la Inmaculada Concepción. Al fin y al cabo, si la segunda es una gran fiesta católica, la primera se vende a sí misma como si fuera la patrona de la de la unidad española, cuyo dogma de fe es más inapelable que el de la Concepción divina. Es decir, ambas se revisten de sacro, con la diferencia de que la Inmaculada se ganó tal categoría con siglos de fe religiosa, mientras que la Constitución se lo autoimpuso vía decreto.

Pero como cualquier fe religiosa, también la fe constitucional topa con el temible concepto de la razón, que tiende a hacer preguntas incómodas, allá donde el dogma no permite discutir las repuestas. Y en esas estamos, en pleno proceso herético, con los pueblos díscolos rechazando la fe del imperio. Me dirán que la Constitución es un texto democrático, que es la Carta Magna que garantiza nuestras libertades y que su imposición lo ha sido por la vía de las urnas. Cierto, pero también es cierto que los partidos de Estado se han apropiando lentamente de su doctrina, se han convertido en propietarios únicos del texto de todos y, además, han montado una farsa de tribunal para que todo esté atado y bien atado.

6-XII-11, Pilar Rahola, lavanguardia