´Dueños peligrosos´, Cristina Sánchez Miret

Hasta final de año la Guardia Urbana de Barcelona está llevando a cabo una campaña de concienciación de comportamiento responsable en el espacio público para los dueños de perros. El número de denuncias relacionadas con perros potencialmente peligrosos ha aumentado respecto del año anterior, pero las interpuestas a los propietarios por la policía no ha aumentado de la misma manera.

Hay que diferenciar entre no llevar microchip o no estar censado, o no tener licencia, que son aspectos directamente comprobables por los agentes, del comportamiento incívico e irresponsable de los propietarios de perros mucho más difícil de prever y sancionar. Estas conductas atrevidas son del todo habituales; ya sea porque se considera que el perro tiene derecho a distraerse o porque están convencidos de que su perro no hace nada, o por las dos cosas al mismo tiempo. Hay incluso quienes van más allá y les encanta que su perro dé un poco de miedo a los otros; los parece que así son más importantes, más fuertes y un poco más amos del espacio. Ni en un caso ni en el otro hay distinción de edad; no del perro, del amo.

Hace unos meses leía una carta en este periódico que relataba cómo un niño de 8 años se había quedado sin media oreja paseando por la calle en Terrassa. Un perro –reincidente y que seguía en la calle– se la había arrancado de un mordisco. La impotencia del padre era patente en cada línea.

La misma impotencia con la que unos padres me explicaban que no pueden ir al parque de los Drets Humans de l’Hospitalet de Llobregat. El espacio ha sido colonizado a pesar de su nombre –que se convierte, ante los hechos, en una mera caricatura– por los perros y sus dueños; convirtiéndose en un mal rato intentar disfrutar de una tarde de parque con las criaturas. Los sustos son constantes y están atemorizados. Es habitual que los perros se abalancen sobre los pequeños al verlos correr, o sobre el helado que llevan en la mano. También lo son las discusiones entre padres y dueños de perros, pues estos no reconsideran su actitud y sólo hablan de sus derechos sin tener en cuenta los de los otros.

Entiendo que los perros quieran correr y jugar, pero no entiendo que los propietarios piensen que las criaturas son juguetes de sus mascotas. No son sólo los perros considerados potencialmente peligrosos aquellos que hay que vigilar y
llevar atados por la calle y en los parques.

7-XI-11, Cristina Sánchez Miret, lavanguardia