´Ana o Polina´, Francesc-Marc Ālvaro

Anna o Polina

Los periódicos regalan coincidencias terribles e iluminadoras. El mismo domingo que leíamos la noticia del asesinato a tiros de la periodista rusa Anna Politkovskaya en Moscú podíamos leer también en La Vanguardia una entrevista de Víctor M. Amela a Polina Dashkova, novelista rusa muy satisfecha con el liderazgo de Putin, de quien dijo que es el primer presidente de Rusia que no le hace sonrojar. Esta escritora, para demostrar que el Gobierno de Putin no ejerce la censura, explicó algo que ahora, después del crimen contra Politkovskaya, suena a chiste muy negro: "En la tele hay una famosa periodista que critica al Gobierno y luego se va a su casa en su coche y no tiene problemas". Pueden apostar a que no habrá grandes manifestaciones en Barcelona reclamando que el Kremlin permita una investigación independiente para saber la verdad de este caso. A pesar del tremendo impacto que supone el ataque mortal contra la valiente reportera que se significó por explicar las masacres de Putin en Chechenia, la moral mayoritaria de la opinión pública europea (incluida la de aquí) está más cerca de la novelista Dashkova que de la periodista Politkovskaya.

Este principio de sensibilidad variable según la geografía ya se vio cuando el presidente Zapatero - campeón del pacifismo- no tuvo ningún reparo en fotografiarse alegremente junto a Putin, al igual que otros ilustres mandatarios de la Europa sensible y siempre reticente con las administraciones norteamericanas, ya sea la de Bush o la de Clinton, que tampoco era tan apreciado como ahora parece. ¿Qué diferencia hay entre una foto junto a Bush y una foto junto a Putin? Muy fácil. De las falsedades y de los errores de Bush tenemos, afortunadamente, gran número de información diaria. De las falsedades y errores de Putin - por no hablar de sus acciones militares y policiales- tenemos una aproximación escasa y desdibujada a causa de la censura, la corrupción y el miedo. Sólo gracias a trabajos excepcionales como los de Politkovskaya nos acercamos a la miseria de las campañas contra los chechenos, guerras de aniquilación realizadas en medio del silencio de la Unión Europea y la opinión pública proclive a movilizarse siempre en contra de los gobiernos de Washington, Londres o Tel Aviv.

El campo de prisioneros de Guantánamo es algo que todos los demócratas europeos querríamos ver cerrado inmediatamente; mientras dura ese insostenible limbo legal, existe, al menos, la posibilidad de denunciar para frenar la impunidad. En cambio, los prisioneros de guerra de Putin - o los cadáveres de la Grozny destrozada- nunca merecen la atención de las buenas conciencias locales.

Francesc-Marc Àlvaro, lavanguardia, 10-X-06