´El idiota´, Clara Sanchis Mira

El idiota no miente. En medio de la noche, la lectura de Dostoyevski produce el efecto de una droga muy adictiva. El idiota no miente, vuelvo a leer. Lo dice un personaje de la novela. La frase es de una actualidad rabiosa. El que no miente es idiota. Si no sospecháramos que el mundo está lleno de grandes inteligencias honestas, la idea sería desoladora. En realidad, la inteligencia dificulta el engaño, porque alerta de sus consecuencias. Pero sobre todo porque desnuda al individuo, implacable en la autocrítica. Y la mayoría de las personas deseamos sentirnos conformes con nuestros actos. Dormir tranquilos. Llegados a este punto, cabe matizar que una cosa son los inteligentes y otra muy diferente los listos. Diccionario en mano, desentraño el asunto. Por inteligencia se traduce "capacidad de entender o comprender" - por entender, "tener idea clara de las cosas"; por comprender, "abrazar, ceñir, rodear por todas partes algo"-.Pero la definición de listo se resume en diligente o sagaz. O expedito, o sea, libre de todo estorbo. Se pide al inteligente una mirada sobre sus actos a la que no parece obligado el listo. La persona capaz de abrazar y rodear por todas partes una acción propia parece menos propensa a violar la confianza del vecino que aquella que, siendo sagaz, no le da necesariamente demasiadas vueltas a nada, entregada a la mera acción.

Los poderosos corruptos, cuando roban al ciudadano que, de una forma u otra, les ha regalado el don precioso y delicado de su confianza, no pueden ser inteligentes. Más bien son una panda de listos, cortos de miras - como quienes los encubren o simplemente callan-,incapaces de prever las consecuencias de su porquería. No sólo las inmediatas, sino las de largo alcance. Las consecuencias de sembrar en la calle la filosofía de la capa más superficial de los personajes de Dostoyevski, cuando desprecian la honestidad del idiota. Porque el autor sitúa la mirada en el lado opuesto. Si el idiota no miente, es porque tiene razón. El idiota es idiota según la lógica de un mundo desencajado que no distingue la inteligencia de la astucia. En otro planeta, el idiota que es idiota porque no miente sería un sabio.

Pero la mente del corrupto es un misterio. El robo del poderoso no puede justificarse por la necesidad - y sin embargo es el robo menos castigado-.¿Es vicio, enfermedad, desprecio infinito a los demás? El hombre que se paga un palacete con dinero público, ¿está loco? ¿Qué se está contando a sí mismo para justificar sus actos vergonzosos? El corrupto confeso del Palau, en su carta expiatoria, recordemos, llamaba equivocaciones a todos sus robos. Reconozco que me equivoqué, decía, cuando desvié tal dinero para tal familiar. Llamar equivocación al acto consciente de robar, como hacen muchos, no engaña a nadie más que al propio delincuente de élite que utiliza el lenguaje como bálsamo para su conciencia.

Abandonada la lectura de El idiota,me puse a mirar el cielo nocturno, sin cigarrillo, y sin intención alguna de ver algo parecido a una estrella a través de la bóveda contaminante. Aun así, al imaginar un puntito incandescente en la noche, tuve una revelación. Los corruptos no hablan lenguas extraterrestres. No laten con sentimientos incognoscibles ni exóticos. Tampoco pertenecen a poblados de países recónditos envueltos en nebulosas polvorientas. No han llegado desde ciudades cercanas o de barrios vagamente periféricos. No vienen ni siquiera del bar de al lado. Siempre han estado aquí. Debajo de la cama.

Inquieta, miré debajo del colchón. Tumbada en el suelo, entre las sombras del somier, no tardé en vislumbrar algo parecido a un codo, y luego unos cuantos codos más. Había también varios puñados de rodillas, y un buen número de pies. Ahí estaban, confirmando mis sospechas. Tomé algunas notas en mi cuaderno y luego ya me dormí.

20-I-12, Clara Sanchis Mira, lavanguardia