y él nunca lo supo

y él nunca lo supo
Anna Soler-Pont

Naguib Mahfuz nunca lo supo. Nunca llegó a saber que conocerle marcó por completo el rumbo de mi vida. Fue en El Cairo, en octubre de 1991. Sólo le vi dos veces, pero esos momentos han quedado fijados en mi memoria. Como una película que se ha visto muchas veces y cuyas imágenes se van repitiendo, incluso muchos días después de haber salido del cine.

Su presencia imponía, pese a su fragilidad. Era un hombre menudo y delgado, totalmente sordo sin sus aparatos conectados en cada oído. Sus gafas de montura de pasta, ya demasiado grandes para su cara, eran casi inútiles para sus ojos agotados. Y, sin embargo, su mirada, que ya había recorrido prácticamente todas las décadas del siglo XX, se clavaba en la mía con una fuerza difícil de olvidar. "Tener el premio Nobel no significa nada", me dijo. "Tienes que conocer a escritores mucho más jóvenes que yo, ellos sí que son importantes". Cuando tienes veintipocos años y el mito de las letras árabes modernas te dice algo así, mirándote fijamente, te lo crees. Pero seguí su consejo. Le acompañé otro día hasta una de sus concurridas tertulias en un café a orillas del Nilo. Los participantes eran, en su mayoría, hombres, jóvenes, y no tan jóvenes; todos se querían parecer a Naguib Mahfuz. Incluso en su forma de vestir y en el modelo de sus gafas anticuadas.

Todavía faltaban tres años para que un integrista intentara acabar con su vida clavándole un puñal en el cuello, a la puerta de su casa. Pero su corazón ya era muy frágil. Iban a operarle en Londres y los intelectuales cairotas temían por su salud.

Regresé de El Cairo a Barcelona con las novelas de seis escritoras egipcias desconocidas en la maleta. Y con el recuerdo bien grabado de las dos conversaciones con Naguib Mahfuz empecé la aventura de ser agente literaria. Ahora que ha pasado más de una década desde ese inicio y todo lo que vino después, sé que mi trayectoria se la debo a él. Y él nunca lo supo.

Naguib Mahfuz murió con la sensación de haber escrito todo lo que tenía que escribir. Y esa debe de ser una sensación agradable.

lavanguardia, 31-VIII-06