la India del siglo XXI

'La India del siglo XXI'
Justo Barranco, La Vanguardia, 29-I-06.

La mayor democracia del mundo despega, pero repleta de contradicciones. India, que combina la espiritualidad con la indiferencia al sufrimiento de los pobres, la democracia con una elevada corrupción o un brutal ascenso en las tecnologías de la comunicación con el mayor número de analfabetos del mundo, afronta el siglo XXI con enormes posibilidades, pero también con incertidumbres.

Pavan K. Varma, diplomático indio que dirige el Centro Nehru de Londres, ha escrito La India en el siglo XXI,un amplio retrato de su complejo país que intenta abordar sus claroscuros y exponer los retos para que el subcontinente indio abandone la pista de aterrizaje. Y lo hace sin concesiones.

Los indios, arranca, son extremadamente sensibles al cálculo de poder, y cooperan con los poderosos con tal de sacar provecho. Eso explica que India fuera la joya de la corona inglesa. Los que se resisten al poder son adorados no por su ejemplo, sino por superar lo irresistible. Los indios son jerárquicos, y el estatus es de enorme trascendencia. Aún más: "No son democráticos por instinto o temperamento, la democracia ha sobrevivido y prosperado en India porque pronto se vio como uno de los sistemas más efectivos para la movilidad social y la adquisición de poder personal y riquezas".

"Los indios - prosigue- no han sido ni jamás serán espirituales.Ansían los bienes materiales que este mundo puede ofrecerles y admiran a los ricos. Persiguen el beneficio con mayor tenacidad que la mayoría. Son los más astutos comerciantes y los empresarios más ingeniosos y hábiles". Y "su espiritualidad, aunque sea de una elevada metafísica, en la práctica religiosa es en gran parte un medio de utilizar la ayuda divina para el poder y el lucro. Sin embargo, sirve para sobrellevar los periodos de adversidad, reforzando su resistencia".

Las deidades más importantes en la vida de un hindú son Lakshmi, diosa de la fama, la buena fortuna y la prosperidad, y Ganesha, dios de la riqueza material y el éxito comercial, invocado en todos los actos importantes. En un mundo feroz, su prioridad es la supervivencia, y la prima está en la flexibilidad y el pragmatismo. En una economía de escasez han desarrollado la inventiva para improvisar recursos y reducir costes. Los indios cultos reutilizan el papel de regalo, y la calle es el mayor empleador del país. El sector organizado de la economía emplea sólo al 3% de la población activa. Y el 60% del ahorro en bruto proviene del sector desorganizado.

El espectacular crecimiento de la pequeña empresa es una prueba de la energía empresarial india, considerando los estragos de una burocracia que extorsiona y que recibe 1.000 millones de dólares al año en sobornos. La corrupción es tan generalizada que hay demanda mundial de expertos contables indios por su habilidad para moldear los balances.

En 1991 llegó la gran oportunidad: el primer ministro Narasimha Rao, aconsejado por su ministro de finanzas Mammohan Singh - hoy primer ministro-, inició una reforma dirigida a desmantelar los controles estatales que venían desde Nehru y preparar a los indios para participar en la economía global. Brotó el consumismo y el crédito se disparó. Entre 1995 y 2002 100 millones de personas ingresaron en la clase media. Una clase que sigue indiferente a la pobreza: la gente nace marcada por su destino y sufrirán o prosperarán según sus karmas anteriores. La redención del hambre puede esperar al siguiente nacimiento. El año 1991 empujó a los indios al único paradigma económico coherente con su carácter: el aumento del pastel disminuirá la pobreza.

Así, hubo una explosión empresarial. La industria farmacéutica es la cuarta mundial en volumen. La estrella es la industria del software, cuyas exportaciones en breve superarán el valor de todas las otras juntas. Bangalore produce el chip de todos los teléfonos de Nokia. Y el 40% de las 500 empresas más grandes del mundo disponen de oficinas de procesamiento en India. Para el autor, no es casualidad. Por cultura tienen un talento intuitivo sobre el comportamiento de los números, y también disponen por su religión de una receptividad natural a la interconexión de las cosas. Además, se ha invertido mucho en educación técnica por la presión de la clase alta, poco interesada en la básica.

De todos modos, el autor lamenta que las iniciativas en India acaban siendo miméticas porque el ambiente premia más las influencias que el mérito. Cuando los indios trabajan fuera innovan: el confundador de Sun Microsystems, Vinod Khosla, el creador del chip Pentium, Vinod Dham, y el creador de Hotmail, Sabeer Bhatia, son indios.

Frente a China, con mejores datos, tienen una ventaja: la democracia. Que los indios puedan luchar por lo que más les gusta puede acabar siendo determinante. Eso sí: si India se enfrenta a sus problemas de sobrepoblación.