discurso Premio Príncipe de Asturias 1998

Discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias 1998 a la Cooperación Internacional

Asturias p9


Discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias 1998 a la Cooperación Internacional


Majestad,
Alteza,
Excmos. Srs.,
Queridos amigos, Señoras y Señores:

Es un gran honor para mí recibir hoy, en el Principado de Asturias, en Oviedo, este importante Premio. Con una mención muy especial de agradecimiento para Su Majestad la Reina de España cuya presencia hoy en este acto es para nosotras altamente significativa y simbólica.

Y me honra tener el privilegio de agradecerlo también en nombre de Graça, de Fatiha, de Rigoberta, de Somaly, de Olayinka y de Fatana.

Todas y cada una de ellas, a través de su experiencia y de su historia personal, aportan una contribución decisiva a la causa de los derechos humanos y más, en concreto, a los de la mujer. Su experiencia colectiva, sus frustraciones y sus éxitos son el mejor ejemplo de las causas por las que seguimos luchando hoy.

Este Premio, Alteza, Majestad, es ante todo un reconocimiento al papel de la mujer en la defensa de los derechos y de los valores más fundamentales en tantos lugares del mundo: desde tierras muy lejanas como Afganistán hasta esta misma región de Asturias.

Desde Afganistán, donde las mujeres de Kabul parecen fantasmas envueltas en un velo de los pies a la cabeza -el burka- y donde no pueden elegir su forma de vida ni tener siquiera acceso a la ayuda humanitaria. Como ellas lo han perdido todo, hasta su derecho a la palabra, nosotras debemos hablar en su nombre. Por ello, porque quizás seamos su única esperanza, es por lo que desde la Comunidad Europea, con el apoyo de su propio Presidente de la Comisión, Sr. Santer, impulsamos este año una campaña para dedicar el Día Internacional de la Mujer, el pasado 8 de marzo, a las mujeres de Kabul.

Y desde Afganistán hasta esta región de Asturias donde mujeres de gran temperamento afrontan con valentía, día tras día, las duras realidades de la reconversión económica, del paro o de la mina. Nuestro corazón está hoy también en especial con tantas y tantas viudas de los pozos que trágicamente siguen aún cobrándose su tributo de vidas humanas.

Ninguna de nosotras es visionaria ni santa. Simplemente, como seres humanos trabajamos para que la Comunidad Internacional -y los Estados que la componen- pongan en práctica los principios recogidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos cuyo cincuentenario celebramos este año. Para que se apliquen las disposiciones que solemnemente han firmado y ratificado.

Y me pregunto: ¿es que en realidad podemos hablar de celebración cuando en este final de siglo se suceden las violaciones sistemáticas de los derechos más elementales? ¿Cuando hay más de 23 millones de refugiados y desplazados, en su mayoría mujeres y niños, a causa de los conflictos que se multiplican desde los Grandes Lagos hasta Kosovo o Afganistán? ¿Cuando más de mil millones de personas viven en la más absoluta miseria en este planeta que, por otro lado, ha conocido los avances más espectaculares en la ciencia y en la tecnología? Yo creo que no, que no hay mucho que celebrar. Creo que, por el contrario, la humanidad está volviendo a la barbarie en este final de siglo.

Nunca he sido yo feminista en el sentido estricto y militante de la palabra. No creo que baste ser mujer para ser mejor. Y no basta tampoco ser hombre para ser mejor. Pero ello no me ha impedido en modo alguno luchar por las personas de sexo femenino porque se trata, sencillamente, de la defensa de todas aquellas personas, ya sean hombres o mujeres, a las que se les niega la plenitud de sus derechos fundamentales. Y cuya dignidad humana es despreciada o simplemente cuestionada.

Majestad,
Alteza,

Este Premio constituye para todas nosotras un estímulo muy fuerte para perseverar en el combate en el que estamos comprometidas, cada una en su sitio. Y que desde hace algún tiempo es también el combate para que en las relaciones internacionales haya menos realismo -y hasta menos cinismo- y un poco más de ética: de valores, de ideales, de principios, de compromiso. No es un sueño. Es lo que tenemos que hacer.

Este Premio es un reconocimiento más de que es preciso agrandar los límites de la política exterior, de la cooperación internacional y de la diplomacia. Como espera y exige la opinión pública en todos nuestros países. Para extenderlos a asuntos como el derecho internacional, la ayuda humanitaria, la democracia, la justicia. La ilusión de una "Realpolitik" sin valores, de una política exterior basada únicamente en la defensa de los intereses económicos nacionales, ya no se sostiene. Y, a mi juicio, siempre ha sido moralmente insostenible.

Pienso, en este punto, en una mujer por la que albergo la mayor admiración y el mayor respeto y que para mí es el símbolo mismo de la enorme dignidad que la no violencia debe oponer al rostro obtuso del poder absoluto, fundado en la violencia.

Una mujer de aspecto frágil pero de temperamento inoxidable. Una mujer que, entre tantas y tantas otras, merece nuestro homenaje: Aung San Su-Kyi. Una mujer cuya situación política y personal es conocida en todo el mundo y cuyo único capital, hoy por hoy, es la atención y el apoyo que pueda darle el mundo exterior. A ella, a Aung San Su-Kyi, queremos dedicar hoy este galardón.

Ojalá Majestad, Alteza, que el honor que hoy nos confieren pueda reconfortarla, a ella y a su causa, que es la de todas nosotras, la de todos nosotros.

Muchísimas gracias.


-acta del jurado

-trayectorias de Emma Bonino, Olayinka Koso-Thomas, Graça Machel, Fatiha Boudiaf, Rigoberta Menchú, Fatana Ishaq Gailani y Somaly Mam.