ŽEl copyright y el acceso a la culturaŽ

El copyright y el acceso a la cultura
Àlex Barnet, Culturas La Vanguardia, 13-X-2004.
(La traducción al castellano de ‘Cultura libre’ a cargo de Antonio Córdoba está disponible en: www.elastico.net/archives/001222.html)

Hay que liberar a la cultura de los excesos del copyright y de un concepto sobre la protección de contenidos que no encaja con la sociedad del siglo XXI. Esta visión no implica ninguna apología de la piratería, ni procede de ningún panfleto elaborado por las mafias del top manta. Proviene del especialista en copyright Lawrence Lessig, y está expuesta y argumentada en su último trabajo)

Hay que liberar a la cultura de los excesos del copyright y de un concepto sobre la protección de contenidos que no encaja con la sociedad del siglo XXI. Esta visión no implica ninguna apología de la piratería, ni procede de ningún panfleto elaborado por las mafias del top manta. Proviene del especialista en copyright Lawrence Lessig, y está expuesta y argumentada en su último trabajo: Free culture, how big media uses technology and the law to lock down culture and control creativity (Cultura libre, cómo los grandes medios utilizan la tecnología y la ley para cerrar el acceso a la cultura y controlar la creatividad). El libro ha sido publicado en papel en los Estados Unidos por Penguin Books y, paralelamente, está disponible gratuitamente en internet.

Lessig es uno de los expertos empeñados en que el debate sobre la propiedad intelectual y distribución de bienes culturales avance y tenga el nivel que merece. Y lo hace con una coherencia que exlica por qué su libro se comercializa en papel y está disponible gratuitamente en internet. No es ninguna extravagancia, sino una medida lógica de un autor que estima que estamos en la transición hacia nuevas formas de distribución cultural, en las que contenidos libres pueden incrementar el valor de contenidos que no lo son. Y que ambas formas van a coexistir.

Lessig dedica gran parte de su trabajo al análisis del fenómeno de la música digital en internet, que desde Napster es noticia por las quejas de la industria discográfica. Para el autor, la piratería de verdad –copiar un producto y venderlo con ánimo de lucro- es un hecho que no tiene niniguna defensa posible, pero es erróneo juntar este hecho con el intercambio de ficheros, que en muchos casos estaría en la línea de prestar o compartir un libro o un disco, algo que nunca se ha visto como un delito. Lessig se apoya en algunos datos. En 2002, la RIAA (la asociación de las discográficas norteamericanas) informó que las ventas de discos compactos habían caíso un 8’9 por ciento (de 882 millones a 803 millones de unidades), mientras que estimaba que las descargas de internet llegaban a 2.100 millones de compactos.

Descargarse y robar.
“Si cada descarga fuese una venta perdida, entonces la industria habría sufrido una caída en ventas del 100 por ciento, no de un 7 por ciento. Si 2’6 veces el número de CD vendidos fueron descargados gratuitamente, y sin embargo los ingresos sólo cayeron un 6’7 por ciento, entonces hay una enorme diferencia entre descargarse una canción y robar un CD”, dice Lessig. Lessig estima que globalmente las descargas no son exclusivamente negativas, ya que ayudan a difundir más música, e invita a ver el fenómeno como una muestra del cambio de tecnología, de hábitos y de cultura que afecta a los creadores, los usuarios y la industria. Y opina que el reciente éxito de los sistemas de venta online de canciones de pago, encabezado por iTunes, debería tranquilizar a muchos.

Más en profundidad, lo que le interesa al autor es señalar que detrás de la colérica reacción oficial –que plantea un escenario simplista en el que internet debe ser censurada y todos los usuarios son presuntos piratas- se esconde el deseo de dar una vuelta de tuerca más para que la industria extienda el control sobre los productos culturales. Ésta es la guerra sumergida, explica, que en los últimos años ha alargado los plazos de vigencia del copyright, ha retrasado el paso de los mismos a dominio público y ha creado un histérico escenario para juzgar la irrupción del fenómeno digital.

Cultura libre aporta datos sobre este conflicto. En los últimos 40 años, los plazos de vigencia del copyright en EE.UU. se han alargado once veces. Actualmente, los derechos para autores corporativos (caso de Disney) son de 95 años. Y para los autores naturales suman toda la vida del creador, más otros 70 años. El Congreso, además, tiene la potestad para, en algunos casos, dar plazos a perpetuidad. El libro contiene también bastantes ejemplos jugosos de hasta donde llega el tema, como el de una carta de la American Society of Composers, Authors and Publishers a la organización Girls Scouts pidiéndole que pahue por las canciones que las niñas cantan en sus juegos de campamento.

Lessig es mejor explicando la complejidad de la situación y apuntando medidas genéricas –copyrights más cortos, visión social de su papel, simplificación de las leyes, etc- que resolviendo todas las preguntas que los temas plantean. A su favor hay que decir que no rehuye la complejidad d elos datos a juzgar y que aborda el problema desde una perspectiva radical, pero nunca extremista. Y que resulta brillante difundiendo la idea de que está en macha una gran discusión sobre el copyright y el uso social de los productos culturales.

Fórmulas médicas, patentes informáticas de uso general, desarrollos tecnológicos de alcance universal y contenidos educativos de primera necesidad son temas que no deberían gestionarse con modelos antiguos o que no respondan a las necesidades de un mundo dividido por una estremecedora brecha entre pobres y ricos. El debate ya ha empezado. Hemos visto las recientes quejas de los países del tercer mundo ante los precios de los tratamientos del sida. El software libre se está convirtiendo en una bandera para muchos países en vías de desarrollo. Y hace sólo unos días, Argentina, Brasil y Bolívia han solicitado a la OPMI (Organización Mundial de la Propiedad Intelectual) que desarrolle políticas que no beneficien sólo a las empresas.

Cultura libre es una introducción militante a este debate, amplio y complejo. Se trata de aumentar las posibilidades que tiene la sociedad de accder a la cultura, sin maltratar a los autores. El conocimeinto y la cultura son grandes negocios del nuevo siglo y hay que discutir en qué medida dejan de ser sólo una mercancía y pasan a tener un papel importante a la hora de distribuir el progreso.


Las ideas de Lawrence Lessig (Dakota del Sur, 1961), uno de los grandes especialistas norteamericanos en ‘copyright’, se han plasmado en la creación de Creative Commons, un movimiento que propone unas licencias más flexibles para el ‘copyright’. Situadas entre el ‘copyright’ tradicional y el uso indiscriminado de las obras, las licencias Creative Commons son ya utilizadas por más de un millón de productos culturales (canciones, libros, películas, programas informáticos…). Básicamente permiten la reutilización y copia del material sin fines comerciales y apoyan el uso creativo y social del mismo, salvaguardando los derechos de los autores. David Byrne, el grupo Beasty Boys y Gilberto Gil, actual ministro de Cultura de Brasil, son algunos de los artistas que apoyan estas licencias en el ámbito musical. La Creative Commons Developing Nations License es la última entrega del proyecto y consiste en una propuesta revolucionaria. Cuando el autor lo decide, determinados productos siguen bajo el amplio ‘copyright’ típico de los países ricos, pero pueden ser copiados y distribuidos libremente en países en vías de desarrollo.
LV, Culturas, 22-XII-04.

“Cada generación tiene su filósofo: un escritor o un artista que plasma la imaginación de una época. (...) Nuestra generación (lo) tiene (...) Richard Stallman ha desarrollado su carrera en la vida pública como programador y arquitecto fundando un movimiento por la libertad’’. Lo argumenta Lawrence Lessig en la introducción de ‘Software libre para una sociedad libre’, obra de Stallman –antiguo hacker– que defiende el libre acceso a todos los contenidos de la red en la línea del propio Lessig y su polémico ‘Cultura libre’, La edición corre a cargo de Traficantes de Sueños, que se presenta no como una editorial, sino como un “proyecto” “sin complacencias con la arcaica sacralidad del libro” y que por tanto permite la reproducción total o parcial de los textos que incluye.