4.- La inspiración de los neoconservadores

4.- La inspiración de los neoconservadores
LV, 25/01/2004

Los neoconservadores alcanzaron el poder con tanta rapidez, casi de la noche a la mañana, tras los atentados del 11 de septiembre del 2001, que eran prácticamente desconocidos. Existían pocas pistas acerca de sus fuentes de inspiración; sólo ahora empiezan a verse con claridad los antecedentes. Los propios éxitos cosechados permiten seguir su evolución y establecer los modos en que están organizados. Además, a pesar de sus diferencias individuales, forman un grupo tan estrecho que es posible considerarlos como un conjunto.

Los datos muestran cuatro fuentes de inspiración. En primer lugar, muchos estuvieron influenciados en su juventud por el movimiento trotskista. Al crecer, saltaron al otro lado del espectro político desde la izquierda radical hasta la derecha radical. En el salto, no abandonaron el compromiso con uno de los principios rectores de León Trotsky, a saber, que la política mundial debía moldearse y controlarse mediante la “revolución permanente”. Según Trotsky, sus oponentes no podrían construir nunca una oposición eficaz porque se verían abrumados por una avalancha de insurrección.

Los neoconservadores estadounidenses adaptaron la revolución permanente de Trotsky a su ideología radicalmente derechista bajo la forma de “guerra permanente”. En palabras de un miembro del grupo, el antiguo director de la CIA James Woolsey: “Esta cuarta guerra mundial durará, según creo, mucho más de lo que duraron para nosotros la Primera y la Segunda Guerra mundiales. Esperemos que no sean las más de cuatro décadas de la guerra fría” (1).

La guerra continua ha sido adoptada como elemento clave de la política estadounidense ideal por parte de los neoconservadores. Consideran que, bajo la amenaza que plantea y la destrucción real que comporta, los oponentes exteriores serán intimidados o destruidos, mientras que los oponentes internos serán desestabilizados, arrastrados en la corriente de los acontecimientos y silenciados por los imperativos del patriotismo. De tal modo, la guerra les proporcionará lo que Trotsky consideró que la guerra proporcionaría al comunismo: una fuerza irresistible.

La segunda influencia de los neoconservadores procedió de la obra de un profesor de ciencias políticas poco conocido de la Universidad de Chicago, donde estudiaron Wolfowitz y Jalilzad. Leo Strauss, un exiliado alemán, entusiasmó (y halagó) a sus protegidos con la creencia de que había descubierto en la filosofía griega significados secretos que sólo podía comprender una pequeña elite: ellos (2). También justificó “el derecho natural del más fuerte”, utilizado más tarde por los neoconservadores para justificar el derecho de Estados Unidos a reprimir a cualquier Estado que pudiera constituir un desafío. Esto es, la guerra preventiva.

De ello se seguía que, si la guerra era necesaria para el éxito de la política estadounidense, los intentos de controlar las armas sólo contribuirían a debilitar el país. Esta conclusión fue avanzada por Albert Wohlstetter, estratega neoconservador de la guerra fría de la Universidad de Chicago y la Rand Corporation. A Wohlstetter, resuelto partidario de la amenaza de la fuerza, se le atribuye haber acuñado la escalofriante expresión “el delicado equilibrio del terror” para referirse a su tipo de política exterior. Se dice también que fue uno de los modelos para el personaje del doctor Strangelove.

Además del compromiso con la guerra permanente y la creencia de constituir una pequeña elite esotérica que dirigía una política de fuerza unilateral, los neoconservadores están motivados por una afinidad con Israel que raya en el patriotismo. Y no sólo con Israel o con el movimiento sionista en general, sino que se identifican con la extrema derecha del movimiento sionista. En ello, su fuente de inspiración ha sido el dirigente sionista radical Zeev (Vladimir) Jabotinski, quien en la década de 1930 defendió el empleo de un “sionismo muscular” para conquistar a cualquier precio todo Eretz Israel. Retomado por el partido Likud, el movimiento israelí de extrema derecha que creció de las organizaciones terroristas Irgun y Stern, el sionismo muscular se encuentra hoy personificado por Ariel Sharon. Es con él y sus ideas con lo que se identifican los neoconservadores estadounidenses.

En estrecha relación con tales creencias, los neoconservadores han establecido una entrelazada serie de pertenencias a “laboratorios de ideas” proisraelíes, comprometidos políticamente y bien financiados. Aunque esa media docena de instituciones constituyen entidades separadas, sus juntas directivas, benefactores y cargos nombrados son en parte coincidentes. Representan quizás el ejemplo supremo de lo que en las escuelas empresariales se ha dado en llamar “creación de contactos”. Así, un “becario” de una puede ser director o investigador de otra, y los individuos son a menudo directores de dos o más. Esta estrecha organización e influencia permite a los neoconservadores reforzarse mutuamente.

El mayor grupo es el Instituto Empresarial Americano (AEI) de Washington, que en el 2000 declaró un presupuesto de 24,5 millones de dólares. Richard Perle, Michael Ledeen, Joshua Muravchik, Michael Rubin y otros neoconservadores aparecen en las listas de “investigadores residentes” o “becarios residentes”, y en él han participado o participan el vicepresidente, Dick Cheney, y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.

El Instituto para Políticas de Oriente Próximo de Washington (Winep) es algo más pequeño. En el 2000, recibió subvenciones desgravables por valor de 4,1 millones de dólares. Su director fundador fue Martin Indyk, que había sido antes director de investigación del importante lobby proisraelí Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-Israelí (Aipac). En 1993, tras ser hecho a toda prisa ciudadano estadounidense, Indyk se convirtió en ayudante especial del presidente Clinton y director para Oriente Medio del Consejo de Seguridad Nacional. Más tarde fue nombrado embajador en Israel y subsecretario de Estado para Oriente Medio y el Sudeste Asiático. El Winep está hoy dirigido por Dennis Ross, que actuó como coordinador del presidente Clinton en el proceso de paz de Oriente Medio. Entre los investigadores y el personal que comparte con otros institutos neoconservadores se encuentran Robert Satloff (director de política), Patrick Clawson (director de investigación), Michael Rubin y Martin Kramer.

El Instituto Judío para Asuntos de la Seguridad Nacional (Jinsa), que fue fundado en 1976, gestiona un presupuesto anual de unos 1,5 millones de dólares. Prácticamente fusionado con otro grupo, el Centro para la Política de Seguridad (CSP), posee una impresionante junta directiva que incluye al vicepresidente, Dick Cheney, y los neoconservadores Paul Wolfowitz, Richard Perle, el subsecretario de Estado, John Bolton, el subsecretario de Defensa, Douglas Feith, Michael Ledeen, la antigua embajadora en las Naciones Unidas Jeanne J. Kirkpatrick, Stephen Bryen, Joshua Muravchik, Eugene Rostow y el ex director de la CIA James Woolsey, además de varios generales y almirantes retirados.

Es posible que ningún otro grupo haya hecho una campaña más infatigable que el Jinsa/CSP en favor de un “cambio de régimen” en Oriente Medio, contra la limitación de armas y por el programa denominado “guerra de las galaxias”. No constituye, pues, sorpresa alguna que la mayoría de sus fondos procedan de contratistas del Departamento de Defensa, fundaciones conservadoras y destacados derechistas. Ha colocado a casi dos docenas de sus miembros, investigadores, directores y asesores en puestos elevados del Gobierno de Bush.

El Instituto Hudson fue fundado en 1961 por Herman Kahn, que era por entonces un destacado partidario de la guerra nuclear contra la Unión Soviética (3). Mantiene un activo programa relacionado con Oriente Medio bajo la dirección de Meyrav Wurmser, cuyo marido, David, es el principal asesor de John Bolton, el “halcón” de mayor rango en el Departamento de Estado. Richard Perle es uno de los miembros del consejo de administración.

El Foro de Oriente Medio, el grupo más pequeño, es también el más estridente. Utiliza donaciones desgravables por valor de unos 1,5 millones de dólares al año para realizar una vigorosa campaña en favor del gobierno del Likud en Israel. Los miembros clave de su personal están también relacionados con el AEI y el Winep.

El director del Foro, Daniel Pipes, a quien el presidente Bush ha hecho hace poco miembro de la junta del Instituto de la Paz de Estados Unidos, organizó una iniciativa llamada Campus Watch (Obervatorio Universitario). Su objetivo es denunciar y atacar a los profesores universitarios críticos con Israel o la política estadounidense en Oriente Medio. Su colega Martin Kramer (antiguo director del Centro Moshe Dayan de la Universidad de Tel Aviv) ha ampliado el ataque para incluir también al Departamento de Estado, de manera muy parecida a cómo el antiguo “lobby de China” atacó a los sinólogos en la época de McCarthy.

Gracias al apoyo de esta diversidad de organizaciones y con estrechos lazos ideológicos, por vínculos de amistad e incluso matrimoniales, los neoconservadores han hecho uso de las oportunidades proporcionadas por los atentados del 11-S para conseguir lo que el antiguo subsecretario de Estado David Newsom ha etiquetado como un “un golpe de Estado en gran medida pacífico”. Según Newsom, “los miembros del grupo se han envuelto en la bandera”, de modo que se ha “creado una atmósfera de intimidación sobre la base del patriotismo con el objetivo de acallar las críticas y las opiniones contrarias”.

1)En una conferencia pronunciada ante estudiantes de la Universidad de California en Los Ángeles el 2 de abril del 2003, según informó la CNN.
(2)Una doctrina similar es atribuida al filósofo griego Pitágoras para comunicar “doctrinas secretas” a sus discípulos preferidos. Las doctrinas secretas se conocen en el llamado “budismo esotérico”, en el chiismo islámico y en el judaísmo cabalístico.
(3)Su libro “On thermonuclear war” (Princeton, Princeton University Press, 1961) intentó defender la idea de que Estados Unidos “podía permitirse” la guerra nuclear, porque a pesar de las decenas de millones de muertos y la probable destrucción de una cuarta parte del país, los supervivientes reconstruirían la economía estadounidense.