´la frontera del este´, Esther Barbé

la frontera del este.

Esther Barbé
, catedrática de Relaciones Internacionales de la Universitat Autònoma de Barcelona.
LV, 05/05/2004.

Hace apenas unas semanas, Günter Verheugen, comisario responsable de la Ampliación, afirmaba en una conferencia impartida en Bratislava que “Europa y la Unión Europea no son lo mismo”. Hace un año, Chris Patten, comisario de Relaciones Exteriores, dejó claro que la ampliación no es un proceso “sin límites”. Las palabras de ambos comisarios van unidas a una misma preocupación: desde el 1 de mayo del 2004 la Unión goza de 2.400 nuevos kilómetros de frontera con Rusia, Bielorrusia y Ucrania, a los que habrá que sumar 450 kilómetros de frontera con Moldova cuando ingrese Rumania (supuestamente en 2007).

Durante la guerra fría, la contención del comunismo constituyó la “frontera natural” de la Comunidad en Europa. Después, Europa se ha quedado sin fronteras o, en todo caso, la única frontera que es percibida como tal, por los que están al otro lado, es la frontera institucional determinada por la pertenencia o no a la Unión. Algunas voces han hablado de “telón de terciopelo”, en referencia a las diferencias socio-económicas entre ambos lados, y, más recientemente, de “telón de papel”, en referencia a los visados que los ciudadanos de dichos países deben obtener para entrar en la zona Schengen. En otras palabras, para pasar de Bielorrusia a Polonia o de Ucrania a Hungría o Eslovaquia, por poner dos ejemplos.

Los ejemplos no son banales, ya que la región de Brest (entre Bielorrusia y Polonia) o la región transcarpática (extendida entre Hungría, Eslovaquia y Ucrania) constituyen dos manifestaciones claras de supervivencia transfronteriza. En la región de Brest se calcula que antes del 1 de octubre del 2003, fecha en la que Polonia introdujo el visado Schengen, más del 70% de los vehículos que cruzaban la frontera transportaban productos para vender. El término de “pequeñas hormigas” es de uso corriente entre los polacos para definir ese comercio transfronterizo que se ha convertido en uno de los principales medios de supervivencia para una parte importante de la población. El otro, natural y simplemente, consiste en emigrar (ilegalmente) hacia la UE. En Ucrania, con una población de 48 millones y una tasa de paro del 50%, se calcula que hasta cuatro millones de ciudadanos trabajan en el extranjero. La reciente película “Lichter”, del alemán Hans-Christian Schmid, ilustra a la perfección ese telón de papel, de terciopelo o de cristal, como se prefiera, que se está generando al este de la UE.

Frente a dicha realidad, la Comisión está gestando, desde el 2003, una nueva política para el entorno próximo. La política aún no existe como tal y ya ha recibido múltiples críticas. Rusia, para empezar, se ha negado a formar parte de ninguna política de carácter global. Los países mediterráneos, incorporados a dicha política, no se han sentido en absoluto halagados al ver que dicha política recibía el nombre de “Una Europa más amplia”. La Comisión parece estar rectificando en ese terreno, a la vista de que algunos analistas empezaban a hablar de la doctrina Monroe de la Unión Europea. Pero por encima de todo, la paradoja de esa política para el entorno próximo de la UE de los Veinticinco es que el objetivo perseguido: mayor estabilidad paneuropea y mayor seguridad interna, se puede ver negativamente afectado por una política que se ha interpretado como una “política de contención de la ampliación”.

Por ejemplo, ¿qué llevará a Ucrania a aceptar una fuerte condicionalidad o a adoptar modificaciones legislativas si no tiene expectativas de adhesión? Si en un primer momento, la política presentada por la Comisión parecía extremadamente ambiciosa a largo plazo (incorporación progresiva y condicional de dichos países a las cuatro libertades), lo cierto es que se ha ido descafeinando. En un seminario celebrado hace pocos días en Bruselas, un alto cargo de la Comisión definió la política hacia los vecinos del este, siguiendo el esquema clásico del palo y la zanahoria, como una zanahoria de plata. Lo malo, dijo, es que la zanahoria de oro (la adhesión) también existe. La Unión ha de dar muestras de imaginación para contener la ampliación y, a la vez, mantener la estabilidad europea. Sin duda, el primer paso hay que darlo mediante la flexibilización de la frontera del este, de tal manera que los contactos humanos recreados tras el final de la guerra fría no se interrumpan de nuevo. Estamos hablando de contactos imposibles durante décadas. Así, los habitantes de ambos lados del río Bug, frontera polaco-ucraniana, tuvieron que esperar al fin de la guerra fría para ver reconstruido el puente sobre el río que los unía. Las bombas de la segunda guerra mundial, primero, y Stalin, después, los habían separado. Ahora puede hacerlo Schengen.