ŽEuropa es la Meca del Islam globalŽ, Francis Fukuyama

Europa es la Meca del Islam global

En noviembre de 2004 el director holandés Theo van Gogh fue degollado de modo ritual por Mohamed Bouyeri, un musulmán nacido en Holanda que habla corrientemente holandés. El acontecimiento ha transformado a la política interna, con un incremento de los controles de policía que ha parado la inmigración en el país.

Este mismo acontecimiento, junto a las bombas del 7 de julio en Londres (también en este caso puestas por ciudadanos británicos musulmanes de segunda generación), debería cambiar drásticamente nuestro modo de considerar la naturaleza de la amenaza del islamismo radical.

La tendencia ha sido ver hasta ahora el terrorismo jihadista como producido en partos del mundo lejano -Afganistán, Pakistán o Medio Oriente- y luego exportado a los países occidentales. Protegerse de él significa levantar muros o bien, como para la administración Bush, ir "allá abajo" y tratar de arreglar el problema en el origen promoviendo la democracia.

Pero hay pero buenos motivos para creer que el origen crucial del islamismo radical contemporáneo no hay que buscarlo en Mediano Oriente sino en Europa occidental. Además de Bouyeri y los atentadores de Londres, también quién ha puesto las bombas en Madrid el 11 de marzo y los jefes de la banda del 11 de septiembre como Mohamed Attase han devenido radicales en Europa. En Holanda, dónde más del 6 por ciento de la población es musulmana, el radicalismo está notablemente arraigado a pesar de que el país sea moderno y democrático. Y no hay alguna posibilidad de que Holanda pueda levantar un muro para defenderse del problema.

Si consideramos la ideología islamista contemporánea como una afirmación de los valores o la cultura tradicionales musulmanes, malentendemos intensamente la naturaleza del problema. En un país musulmán tradicional, la identidad religiosa no es cuestión de elección: se recibe -junto al status social, a los empleos, a las costumbres y hasta a la futura pareja matrimonial - del entorno en que se vive. En una sociedad de este tipo no hay confusión sobre "quienes" somos: la identidad es dada y y sancionada por todas las instituciones de la sociedad, a partir de la familia hasta la mezquita y el Estado.

La elección de la identidad.

El mismo discurso no vale para un musulmán que vive de inmigrado en un suburbio de Amsterdam o París. Aquí, la identidad de cada uno no viene dada de una vez por todas: hay posibilidad de elección aparentemente infinita para decidir hasta que punto se quiera integrar con la sociedad no-musulmana que se tiene alrededor. En su libro "GlobaI Muslim. Las raíces occidentales en el nuevo Islam" el estudioso francés Olivier Roy sustenta de modo convincente que el radicalismo contemporáneo es precisamente el producto de la "desterritorialización" del Islam, lo que priva a la identidad musulmana de todos los soportes sociales que recibe en una sociedad musulmana tradicional.

El problema identitario es particularmente serio para los hijos de segunda y tercera generación de los inmigrados. Han crecidos fuera de la cultura tradicional de sus padres pero al contrario que la mayor parte de los nuevos llegados a los Estados Unidos, pocos de ellos se sienten realmente aceptados por la sociedad que los circunda.

Los europeos contemporáneos hacen pasar a segundo plano la identidad nacional en favor de "una europeidad" abierta, tolerante, "post-nacional". Pero los holandeses, alemanes, franceses y todos los demás mantienen un fuerte sentido de identidad nacional y, a niveles diferentes, se trata de una identidad no accesible a quien viene de Turquía, de Marruecos o del Pakistán. La integración es ulteriormente torpe porque la rígida legislación europea en materia de ocupación ha hecho difícil para los extranjeros de más reciente inmigración o para sus hijos encontrar trabajos también algo calificados. Un porcentaje notable de inmigrados vive así de subsidios, lo que significa no tener la dignidad de dar una contribución por el trabajo a la sociedad que los circunda. Ellos y sus hijos se perciben por tanto como excluidos.

Es en este contexto que llega alguien como Osama Bin Laden, quien ofrece a los jóvenes convertidos una versión universalistica y pura del Islam privado de sus santos, costumbres y tradiciones locales. El islamismo radical les dice exactamente "quién" soy: miembros respetados de una Umma, la comunidad musulmana global a la que pueden pertenecer a pesar de que vivan desparramados en tierras de incrédulos. La religión ya no es vivida, como ocurre en una verdadera sociedad musulmana, conformándose a una multitud de costumbres y a prácticas sociales externas, sino que se convierte en una cuestión de fe interior. De aquí la comparación de Olivier Roy entre el moderno islamismo y la reforma protestante, que ha transformado de modo análogo la religión en un hecho "privado" desligándolo de rituales exteriores y ataduras sociales.

Si ésta es efectivamente una descripción exacta de una fuente importante de radicalismo, van en ello varias conclusiones. En primer lugar, la apuesta representada por el islamismo no es extraña ni nueva. La rápida transición hacia la modernidad ha producido desde siempre radicalización: hemos visto las mismas formas de enajenación en los jóvenes que en las generaciones anteriores se volvieron anarquistas, bolcheviques, fascistas o miembros de Baader-Meinhof. Cambia la ideología, no la psicología que está en la base.

Fanatismo y modernidad.

Más allá de un fenómeno religioso, el islamismo radical es entonces un producto de la modernización y la globalización: no sería tan intenso si los musulmanes no pudieran viajar, navegar en internet o separarse en otro modo de su cultura de origen. Ésto significa que "arreglar" el Medio Oriente llevando la modernización y la democracia a países como Egipto y Arabia Saudí no solucionará el problema del terrorismo, más bien, podrá empeorarlo a corto plazo. La democracia y la modernización en el mundo musulmán son deseables en su interés, pero en Europa seguiremos teniendo independientemente el gran problema del terrorismo de lo que ocurra en aquellos países.

La verdadera apuesta por la democracia se juega en Europa, dónde el problema es todo interno, es decir el de integrar un gran número de jóvenes musulmánes enfadados (y de hacerlo sin provocar una reacción aún más enfadada en los populistas de derecha). Tienen que suceder dos cosas: en primer lugar países como Holanda y Gran Bretaña deben de un lado rectificar las contraproducentes políticas multiculturalistas que han protegido el radicalismo, y del otro reprimir a los extremistas. En segundo lugar, tienen que también reformular sus definiciones de identidad nacional de modo a volverlas más aptas para recibir a personas con un fondo no occidental.

Los derechos del individuo.

La primera cosa ya es iniciada, En los últimos meses, sea los holandeses sea los ingleses han llegado con retraso a reconocer que la vieja versión del multiculturalismo anteriormente practicado ha sido peligrosa y contraproducente. La tolerancia liberal ha sido interpretada como respeto no por los derechos de los individuos sino de los grupos, algunos de ellos propiamente intolerantes (con la imposición, por ejemplo, de quién tienen las mismas hijas que frecuentar o con quién casarse). Por un sentido equivocado de respeto respecto a las otras culturas, se ha dejado pues que las minorías musulmanes autodisciplinasen sus propios comportamientos, una actitud que se casó con una aproximación corporativa tradicionalmente europea respecto a la organización social. En Holanda, donde el Estado sustenta escuelas separadas católicas, protestantes y socialistas, ha sido bastante fácil añadir un "pilar" musulmán que se ha transformado rápidamente en un gueto, separado de la sociedad circunstante.

Nuevas políticas tendentes a reducir el aislamiento de la comunidad musulmana, desanimando por ejemplo la importación de mujeres de Medio Oriente, han sido llevadas a la práctica en Holanda. Nuevos poderes le han sido otorgados a la policía holandesa y a la británica para monitorar, parar y expulsar a los religiosos que juegan con fuego. Pero el problema más difícil resta el de formar una identidad nacional que ligue a los ciudadanos de todas las religiones y las etnias en una cultura democrática como la fe en América sirve para unir a los nuevos emigrados en los Estados Unidos.

Después del asesinato de Van Gogh, los holandeses han iniciado un fuerte debate, a menudo no político, sobre qué significa ser holandés, con la solicitud de parte de algunos que no solamente los inmigrados sepan hablar holandés sino que también tengan un conocimiento pormenorizado de la historia y la cultura local que muchos de los mismos holandeses no tienen. Pero la identidad nacional tiene que ser manantial de inclusión, no de exclusión; ni puede basarse, diferentemente de cuánto afirmaba el político gay holandés Pym Fortuyn asesinado en el 2003, sobre una eterna tolerancia y falta de valores. Los holandeses han roto por lo menos la barrera sofocante del politically correct que también ha impedido a la mayor parte de los otros países europeos iniciar una discusión sobre problemas unidos a la identidad, la cultura y la inmigración. Pero comprender correctamente la cuestión de la identidad nacional es una tarea delicada y de difícil definición.

Muchos europeos afirman que el melting pot americano no puede ser trasladado a suelo europeo. Allí la identidad queda arraigada en la sangre, en el territorio y en una memoria antigua compartida. Puede darse que sea justo, pero si es así la democracia en Europa se encontrará en apuros el día en que los musulmanes se habrán convertido en un porcentaje de la población aún más elevada. Y como hoy Europa es uno de los principales campos de batalla de la guerra contra el terrorismo, esta realidad también será importante para el resto de todo nosotros.

Francis Fukuyama, Corriere della Sera, 4-I-06