´educación política´, Pedro Schwartz

educación política.

Pedro Schwartz, LV, 05/05/2004.

Muchos catalanes se quejaban de las intervenciones del Gobierno Aznar en la educación, sin ver que la Generalitat de Catalunya interviene igualmente o más en la enseñanza y los centros educativos. Nadie parece plantearse la cuestión previa de si es bueno que la política intervenga tan a fondo en este sector, en el que debería primar la libertad más que en muchos otros, pues tanto influye en lo más íntimo de los jóvenes y sus familias. Quienquiera que sea con quien hable de la cuestión se muestra incapaz de imaginar siquiera un sistema educativo libre. “Pero ¿cómo? ¿Es que cree usted posible que los colegios e institutos tengan plena libertad de enseñar lo que acuerden con los padres, sin intervención pública alguna? ¿O que los títulos universitarios se concedan sin control del Estado o las comunidades autónomas? ¡Qué locura!” Pues, sépanlo, así es en EE.UU. –excepto en los colegios públicos–, y no les va mal –excepto en los colegios públicos–.

Pero no quiero soliviantar demasiado a mis lectores más conformistas, incapaces de vislumbrar los efectos de la libertad sin irritarse e incluso angustiarse. Aceptaré provisionalmente que las autoridades públicas gozan de poder soberano sobre los diversos centros, tanto públicos como concertados (que en realidad son públicos también, por lo sometidos que están a la voluntad del consejero de turno), en materia de currículo, pruebas de examen, idioma de enseñanza, contenido de los libros de texto, obligación de mezclar sexos o escolarizar a inmigrantes, o cuanto se les ocurra de bueno o de malo, que ellos saben lo que nos conviene a los administrados. Demos por supuesto que este sistema de intervención y vigilancia es aceptable y entremos en algunas de las decisiones tomadas recientemente por la nueva ministra de Educación, María Jesús San Segundo.

El primer cambio ha sido el de suspender el sistema de itinerarios previstos para 3.º y 4.º de secundaria. “Itinerarios” quiere decir que, dentro de un sistema común, los escolares que muestren capacidad y deseo de estudiar puedan seguir las materias más difíciles; mientras que aquellos a quienes los libros y las clases aburren, a veces hasta la indisciplina, puedan cursar una formación laboral bien acoplada con las necesidades de la sociedad. Considera la ministra que esa medida resulta “segregadora”. “Hay que apostar por prevenir antes que excluir, y proponer medidas de atención a la diversidad basadas en la optatividad y en medidas de apoyo.” Ya sé que esta prosa ministril se entiende mal. Intentaré explicar el pensamiento de la ministra, que me perdonará si ha conseguido confundirme. La idea es combinar “equidad y calidad”. “Equidad” quiere decir que todos los alumnos tienen que cursar exactamente los mismos estudios, quieran o no, sepan o no, porque no hay que permitir que aparezcan diferencias entre jóvenes sobre la base de los conocimientos o la laboriosidad. Eso es elitismo intolerable para una buena socialista. Los retrógrados debemos empezar a entender que hay que elevar la “calidad” para todos a la vez. Y si algún muchacho se adelanta, se le retiene para que vaya al paso de todos. Les diré que yo, como pedagogo desde antiguo de alumnos de todas las clases sociales, creo que no puede hacerse más daño a los pobres que impidiéndoles que sobresalgan por sus estudios u obligarles a estudiar aquello para lo que no tienen ni capacidad ni ganas. El tratar a todos por igual y juzgarles por el mismo rasero supone cerrarles las puertas del ascenso o acoplamiento en la sociedad. Lejos de destruir las diferencias de clases, el sistema que los socialistas ingleses denominaron de “comprehensive schools” perpetúa los privilegios: los pobres inteligentes y estudiosos se ven forzados a competir en inferioridad de condiciones con los incapaces instalados en las cimas sociales; los muchachos sin inclinación por el estudio se ven impedidos de aprender un oficio que les permita encontrar trabajo y prosperar. Es mi experiencia que no hay mejores alumnos que los hijos de obreros, taxistas, campesinos, oficinistas, dedicados a dar lo mejor de sí mismos, con el apoyo incondicional de esos padres a quienes nuestros izquierdistas miran por encima del hombro. Es bueno que la ministra haya prometido no tocar la obligación de repetir curso cuando se hayan suspendido dos asignaturas, pero no sé cuánto durará ese buen propósito. La que sin duda seguirá viva es la posibilidad de seguir gozando de una beca universitaria tras suspender dos asignaturas en las carreras de letras y tres en las de ciencias. La equidad comienza por los vagos.

En la misma dirección va la supresión de la prueba general de bachillerato y el intento de evitar que las universidades puedan realizar otra prueba de acceso propia para seleccionar a sus alumnos. Para que los estudios de bachillerato se aprovechen bien es muy conveniente un examen final que obligue a repasar todo lo estudiado en esos dos años. Además, si queremos que las universidades vayan diferenciándose y compitiendo, nada hay tan conveniente como que cada una pase a los aspirantes a cursar allí sus estudios por un cedazo que no sea sólo la nota de bachiller.

pedro@schwartzmadrid.com