´Carolingia´, Enric Juliana

Carolingia

Se empantana Europa? El fracaso de la presidencia italiana en el difícil alumbramiento de la Constitución puede llevarnos a la conclusión de que estamos en una hora oscura. Quizá dentro de unas semanas, cuando la difícil labor de mediación esté en manos irlandesas, sea posible la cuadratura del círculo, el instante de gloria que Francia y Alemania no han querido regalar al antieuropeísta confeso Silvio Berlusconi. Al igual que la vieja Roma, la nueva Carolingia parece que no paga a los traidores.

Sin embargo, mientras el guiso constitucional se cuece a fuego lento, con evidente riesgo de estropearse, otras dinámicas se insinúan: fórmulas que pueden aportar horizonte y perspectiva a sociedades de vieja vocación europea, como Catalunya, aprisionadas entre la rigidez introspectiva de sus estados nacionales y la retórica voluntarista de la “Europa de los pueblos”.

Es interesante, por ejemplo, prestar atención a los pasos que están dando Francia y Alemania para lograr una mayor robustez política y económica en la actual fase de marasmo. ¿Quién podía aventurar hace apenas unos años que la jacobina Francia estaría dispuesta algún día a potenciar la colaboración de sus regiones, de perfil político apenas incipiente, con los poderosos länder alemanes? Pues bien, el primer paso está dado. Hace apenas dos meses, el pasado 27 de octubre, mientras españoles y vascos se entretenían con el apasionante deporte de la tirasoga, también conocido como plan Ibarretxe, los gobiernos de Berlín y París, reunidos en Poitiers, acordaban poner en marcha los “eurodistritos”, comenzando con la asociación estratégica de sus regiones fronterizas (Lorena y Alsacia, por un lado, y Baden-Württenberg y Sarre, por el otro), encomendando a las ciudades de Estrasburgo y Khel la primera prueba piloto.

Parece, por tanto, que otras dinámicas son posibles en el ámbito de la UE, más allá de las rigideces centralistas y de las introversiones esencialistas. Y es que el mapa real es mucho más fecundo que la cartografía convencional. Catalunya, por ejemplo, hoy observada desde algunas instancias, no sólo españolas, como una “anomalía”. ¿Acaso es el único territorio europeo en el que se afianza una arquitectura política muy alejada de los esquemas vigentes en su estado-nación?. No, rotundamente no.

Observemos bien el mapa de la vieja Europa y veremos más de un “subsistema” de fuerte intensidad política. Baviera, de grata referencia para todo el orbe conservador, quizá sea el ejemplo más claro. El estado libre de Baviera, gobernado eternamente por la CSU, un ecléctico partido socialcristiano, en el que el tradicionalismo, el populismo rural y la nostalgia de los expulsados de los Sudetes (hoy Chequia) conviven con tendencias socializantes, votó mayoritariamente contra la Constitución federal de 1949, por considerarla demasiado rigida. O, en el otro extremo del arco, las ricas regiones centrales de Italia (Toscana, Emilia-Romagna y Umbría) administradas desde hace décadas por el PCI, más que comunista, “comunalista”, interpréte de una fuerte tradición de autonomía local y de un cooperativismo menestral. O Sicilia, con su terrible entramado secretista, que en 1943 ayudó a los aliados, intentó después la secesión (Salvatore Giuliano), para después pactar con la Roma democristiana. O Flandes y Valonia, asimétricas, o Escocia... Pura realidad europea.

lavanguardia, 17-XII-03


oxímoron

El resentimiento (y el resentimiento contra el resentimiento, esto es, el resentimiento al cuadrado) es una toxina que amenaza constantemente el alma de Catalunya, como ya advirtió Josep Ferrater Mora en “Les formes de la vida catalana”: “El amor exagerado a la propia realidad puede transformase en menosprecio a la realidad de los otros”. La sardana se abre, pero también se cierra.

Y quizá también convenga revisar el mito de que el catalán no es en absoluto violento. Barcelona es la ciudad de la Península que vivió con mayor fulgor e intensidad las agresividades del siglo XX. De la dura experiencia de la Setmana Tràgica, de la revolución y de la Guerra Civil surgió una sociedad pacífica en tanto que autocontenida y escarmentada. Con el freno de mano puesto. Una ira sorda, muy interiorizada –Pujol escarnecido y la sistemática campaña “Maragall borratxo”–, en eso ha consistido, también, el denominado “oasis catalán”, que ahora, cual espejismo, parece desvanecerse.

Quizá sea una excelente noticia su evaporación, si se saben ventilar adecuadamente las agresividades futuras. En las grandes democracias, el altar donde se ofician los rituales del antagonismo es el Parlamento. En este sentido, es muy positivo que el nuevo Govern haya decidido someterse a un mayor control de la Cámara.Los debates serán agrios, la atmósfera será distinta, más eléctrica, pero ello no tiene porque ser negativo para la unidad civil, si se sabe propiciar un mayor diálogo de fondo, un intenso debate cultural de múltiples registros, con una nueva pasión por el estilo y el método. Más antagonismo, pero también más reconocimiento mutuo. He ahí la fórmula, quizá imposible. El oxímoron: los contrarios que se cruzan para crear algo nuevo.

lavanguardia, 31-XII-03