´Plan Marshall para África´, Xavier Sala i Martín

Plan Marshall para África

Agosto del 2001. Un avión con 50.000 mosquiteras Ainfantiles donadas por la beneficencia internacional aterriza en el aeropuerto de Addis Abeba (Etiopía). Al poco de ser descargadas las mosquiteras son robadas por la policía aduanera. Reaparecen a los pocos días en el mercado negro transformadas en... ¡vestidos de novia! Una vez más, la generosidad de los países ricos de nada servirá y 50.000 niños morirán de malaria porque los donantes no han entendido que en África hay corrupción.

En mi último artículo (el 17/III/2005) comenté la reciente propuesta de Tony Blair para erradicar la pobreza subsahariana. El plan se basa en la teoría de la trampa de la pobreza que, esencialmente, dice que la confluencia de muchos factores adversos en África sólo puede ser superada con un enorme esfuerzo (un big push)financiero. Para ello, Blair propone que los países ricos adelanten a los próximos diez años el valor correspondiente al 0,7% del PIB de los próximos treinta años: así, la ayuda internacional se doblará hasta 50.000 millones de dólares anuales en los próximos cinco años, se triplicará en los siguientes cinco y, a partir del 2015, una vez África haya superado la trampa de la pobreza, la ayuda desaparecerá. Resumiendo, Blair pretende enviar a África más de 600.000 millones de dólares en los próximos diez años.

El primer problema del proyecto de Blair es que la teoría en la que se basa podría no ser correcta. Imagínense qué pasaría si, pensando que ésta es acertada, enviamos esa montaña de dinero pero, en realidad, la teoría correcta es que África tiene un problema de corrupción rampante -hipótesis nada descabellada, dicho sea de paso-. Seguramente la mayor parte del dinero desaparecería, como las mosquiteras de Etiopía, en los profundos bolsillos de los cleptómanos mejor situados. Y lo que es peor, sabiendo que la lluvia de dólares solamente duraría diez años, los ladrones se pelearían con urgencia para hacerse con el control político y eso acabaría corrompiendo los pocos sectores de la economía que todavía funcionan. El plan Blair, pues, podría no sólo ser inútil sino enormemente perjudicial.
Lo que me lleva al segundo punto: ¿qué pasará si de aquí a diez años aún no se ha erradicado la pobreza? Recuerden que la propuesta es que los países ricos adelanten el dinero de los próximos treinta años a los primeros diez por lo que la asistencia tras el 2015 ¡será casi nula! ¿Y si África no ha salido del pozo y sigue teniendo problemas de sida y malaria? ¿Cómo se las arreglarán sin capacidad técnica para investigar y sin ayuda por parte de los países ricos? Lo más dramático es que la probabilidad de que el plan no funcione es elevada. Al fin y al cabo, la historia nos enseña que la asistencia exterior de los últimos cincuenta años ha sido mayoritariamente inútil: los países que crecen (como China) lo están haciendo sin beneficencia internacional y los que han recibido solidaridad multimillonaria (como Tanzania) no consiguen encarar la senda del crecimiento. Y claro, con tan decepcionante bagaje a nuestras espaldas, apostar todo el dinero de los próximos treinta años por una teoría no demostrada es como jugarse los ahorros de la jubilación a la ruleta.

El tercer gran problema es que Blair propone que las ayudas sean canalizadas a través del Banco Mundial y la ONU (y en menor medida el BAD y el FMI), organizaciones con un currículum de éxitos no muy ejemplar. Además de la extensa burocracia y la ignorancia de la ciencia económica (y, comoc ientífico de la economía, asumo mi parte de responsabilidad), detrás ese fiasco se esconde el hecho de que el BM y la ONU intentan imponer su visión de cómo deben funcionar las cosas en África sin escuchar a los africanos. Y no me refiero a escuchar a los políticos. Esos, en su mayoría, ya sabemos lo que van a decir: más obra pública para que amigos y familiares puedan enriquecerse con contratos millonarios. Me refiero a los ciudada-nos: el desarrollo económico sólo se consigue cuando las personas pueden escoger libremente. En este sentido, fíjense en la magia del mercado: cada uno de nosotros escoge el producto que más le gusta y la suma de decisiones lleva a las empresas a producir los bienes deseados. Y cuando un empresario produce algo que nadie quiere, el mercado lo arruina y lo expulsa. Eso contrasta con las organizaciones internacionales que han construido escuelas vacías, carreteras que no van a ninguna parte y fábricas que producen... nada. En lugar de ser expulsadas por hacer cosas inútiles, resulta que Blair les quiere dar 600.000 millones de dólares para que sigan edificando monumentos a la incompetencia.

Finalmente, el súbito interés de Blair por África está sospechosamente próximo a las elecciones en el Reino Unido. Mi sospecha se magnifica cuando veo las 111 referencias al cambio climático, el calentamiento global y el desarrollo sostenible, referencias que, o bien están ahí para demostrar que don Tony tiene un buen sentido del humor o bien son electoralistas: la cantidad de COque pueda emitir 2 África es tan ridículamente pequeña que preocuparse por ella es más bien grotesco.

En resumen, a pesar de que es importante que líderes del primer mundo se preocupen de África, la iniciativa del primer ministro británico es oportunista, está abocada al fracaso y puede acabar siendo perjudicial. El plan tiene muchos otros problemas pero les ahorraré la molestia de escucharlos. Déjenme decir, eso sí, que dista mucho de lo que en su día funcionó en Europa. Dista mucho de ser... el gran plan Marshall para África.

lavanguardia, 21-III-05