si cae Dinamarca

si cae Dinamarca

La noticia de las caricaturas sobre Mahoma en un periódico de Copenhague se publica en las páginas de información internacional pero también es un asunto de estricta política interna, no sólo para los daneses. La polémica descubre el principal problema al que nuestros gobernantes deben hacer frente. Ocupados en nuestras reformas autonómicas y constitucionales, corremos el peligro de no atender con la urgencia y la profundidad necesarias el principal desafío al que debe enfrentarse la democracia. También la española.

Carlos Nadal acierta, con su habitual solidez analítica, al concluir, en su artículo de ayer, que "está en juego algo sustancial". El dilema es saber si Europa puede seguir siendo una sociedad abierta o si vamos a retroceder en nuestras libertades para calmar los ánimos de un implacable totalitarismo que manipula el legítimo sentimiento religioso de los musulmanes. Europa es un espacio de libertad donde el derecho a comunicar libremente opiniones está por encima de las iglesias, de los gobiernos y de las mismas instituciones del Estado. Por ejemplo, aquí un juez ha fallado que un articulista tiene perfecto derecho a hacer mofa de los militares golpistas, gusten más o menos las metáforas empleadas; el ministro Bono, como demócrata que es, debe aceptar el fallo porque éstas son las reglas del Estado de derecho. Otro ejemplo: la Cope se dedica a pregonar falsedades e insultos sobre personas, partidos y empresas, pero ello no puede justificar nunca su cierre; el que quiera que acuda a los tribunales.

Hay en Europa unos 13 millones de musulmanes. Una parte de ellos ya ha nacido en suelo europeo, habla nuestras lenguas y se ha formado en nuestras escuelas; son ciudadanos con los mismos derechos y deberes que nosotros. El profesor Jack Goody, en su libro El islam en Europa, destaca que en el Viejo Continente "la situación misma de inmigración ha conducido a una mayor islamización, no siempre fundamentalista pero que incluye algunos elementos radicales". Una anécdota que recojo de primera mano ilustra esta tendencia. Un trabajador magrebí, que lleva cuatro años viviendo en una ciudad catalana, le comenta al empleado de la caja de ahorros de la cual es cliente su malestar ante la llegada de un imán: "Estábamos mejor antes, hacíamos lo que queríamos y nadie nos controlaba, pero ahora todo son normas, todo ha cambiado". El imán de turno y las parabólicas pueden convertir muchos barrios de nuestras ciudades en burbujas ajenas a los valores básicos europeos. Naser Khader, diputado social liberal danés musulmán, le contaba ayer a Marc Bassets el papel determinante de las televisiones árabes en la generación de la ola de protestas violentas por las caricaturas.

El fondo de la cuestión es viejo: la naturaleza de nuestras sociedades abiertas permite el caldo de cultivo del totalitarismo, mediante el uso perverso de una libertad que los totalitarios, paradójicamente, tratan de coartar. Una de las pancartas exhibidas estos días por un fanático rezaba, en inglés: ¡Liberalismo al infierno!

Me recordó ese libro que, en 1884, publicó el sacerdote católico Sardà i Salvany, titulado El liberalismo es pecado.Para completar el panorama, tampoco faltan aquí grupos antisistema que buscan manipular a las comunidades musulmanas con demagogia populista contra las instituciones y creando la sospecha permanente hacia la ley.

El imán de Copenhague que puso en marcha el botón del escándalo ha dejado claro que Mahoma y la religión están por encima de los valores y las leyes danesas. En el Reino Unido, le podrían expulsar. En Dinamarca o España, no. Mientras, ciertos progresistas de oficio siguen justificando el nuevo fascismo con criminal frivolidad.

lavanguardia, 6-II-06