cuerpos celestes

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Por mucha resistencia que oponga nuestra individualidad amenazada, los seres humanos estamos programados para acabar proyectándonos en la pareja. Esta predisposición que ha venido garantizando la supervivencia de la especie es la causa de no pocas tribulaciones a lo largo de nuestras biografías, ya que no hay unión entre personas que no sucumba a la erosión del tiempo y la precariedad vital. Siendo esto cierto, hay que convenir que las penalidades que soporta todo proyecto de afectos compartidos son mucho más llevaderas en las sociedades libres - donde cada individuo puede elegir qué formato le da a esa convivencia- que en comunidades donde lo religioso rige lo social, desde la España católica del franquismo hasta allí donde el Corán es ley. En Oxford, por ejemplo, se ha celebrado el juicio contra un inmigrante de origen bengalí y sus dos hijos, hallados culpables de matar de 46 puñaladas al joven novio de su hija y hermana. ¿Qué había hecho la víctima? Llevar adelante su historia de amor pese a que la chica ya había sido prometida por su padre a otro hombre.

Afortunadamente, la sociedad en la que se edita este periódico se puede considerar plenamente libre; incluso, gracias a la última reforma impulsada por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, relativa al matrimonio homosexual, podemos opinar que es más libre que otras del entorno inmediato. Aquí, una pareja puede optar por múltiples formas de convivencia con un riesgo cada vez más bajo de sufrir castigo por ello. Los enamorados o los que buscan emparejarse por intereses sociales o meramente económicos pueden optar por casarse, vivir fuera del matrimonio bajo el mismo techo o hasta apuntarse a la fórmula bautizada en el norte de Europa como living apart together (vivir juntos, pero cada uno en su casa).

Y si partimos de la base de que nuestro Estado no amenaza ya estas modalidades de vida en pareja, hemos de concluir que el principal riesgo de quebranto radica en la pérdida de calidad de la relación que mantienen entre sí los individuos. En definitiva, en el peligro de que uno de ellos ya no se sienta obligado, por la razón que sea, a seguir seduciendo al otro. Porque no hay relación afectiva entre personas que perdure satisfactoriamente cuando se desvanece el llamado instinto de seducción.

Si extrapolamos, de ahí el riesgo de crisis al que se enfrentan dos agentes afectivos que llevan siglos conviviendo: quienes se consideran españoles, por un lado, y aquéllos que, compartiendo o no este sentimiento, replantean en tanto que catalanes una fórmula de convivencia que ya no les complace. Habiendo éstos propuesto legítimamente cambiar la relación por otra en la que su individualidad se vea más potenciada, voces influyentes de la España más madrileña rechazan la oferta apelando de manera rancia al contrato matrimonial vigente. Renuncian así del todo a la única vía posible para salvar una pareja: no dejar nunca de seducirla si queremos evitar que nos abandone.

Porque todos interactuamos y difícilmente seremos para siempre el centro del universo de las personas con las que nos relacionamos. Ya aprendimos a relativizar la centralidad de las cosas gracias a Copérnico y su teoría de las esferas celestes, que enterró la creencia de Ptolomeo de que la Tierra constituía el centro de las galaxias. Por cierto: los restos mortales de Copérnico acaban de ser descubiertos bajo una catedral polaca. Y a la pregunta de si el hallazgo permite concluir si el astrónomo era polaco o alemán - una vieja disputa-, el arqueólogo responsable de la excavación, el profesor Gassowski, ha respondido: "De lo que sí podemos estar seguros es de que era europeo".

lavanguardia, 7-XI-05