biopesimismo

biopesimismo

Si había una hipótesis sobre la evolución de la Tierra que aportaba sosiego a nuestra atribulada existencia, ésa era la teoría de Gaia, formulada en 1965 por el británico James Lovelock. De acuerdo con Gaia, nuestro planeta es un superorganismo viviente que controla su superficie y su atmósfera para lograr que el medio ambiente sea benigno para la vida. Ahí está: un ser vivo con capacidad de recuperarse de las agresiones que sufre por parte de los microorganismos - nosotros- que acoge maternalmente en su seno. De difícil encaje con el concepto de la selección natural de los darwinistas, la teoría de Lovelock parecía un bálsamo perfecto para no sobresaltarse demasiado con cada nuevo episodio de ecocidio, desde la proliferación nuclear a los vertidos de petróleo en tierras vírgenes.

Hasta que ahora, a los 86 años, el científico ha abandonado el optimismo sobre el futuro de la Madre Tierra que ha marcado su trayectoria para concluir en su nuevo libro, La venganza de Gaia,que el calentamiento global supone un intento de matricidio de tal envergadura que ya no existe posibilidad de recuperación de un planeta herido de muerte: "Yo no estoy diciendo que no haya esperanza; mi mensaje es que el mundo exuberante y confortable al que estamos acostumbrados está desapareciendo rápidamente, y pronto se habrá esfumado de forma definitiva", nos anuncia. El cambio climático, con sus alzas de temperatura de efectos inimaginables y su capacidad de generar fenómenos meteorológicos extremos, habría alcanzado ya un punto de no retorno. No es Lovelock el primer científico de relieve que llega a esta conclusión, más allá de quienes prefieren moverse en el terreno de las opiniones poco fundadas. De entre la avalancha de certezas, destacar la apuntada en el último informe del Worldwatch Institute por el analista ambiental Mathis Wackernagel: la huella ecológica de las economías más industrializadas supera en un 20 por ciento la biocapacidad mundial.

Así las cosas, es posible que en los próximos años la opinión pública transite del alarmismo necesario de los gobiernos a los distintos matices de una nueva filosofía que bien podría denominarse biopesimismo.¿Qué actitud tomar ante la certeza de que la herencia entre generaciones van a ser fundamentalmente desiertos pavorosos, litorales confinados en cárceles formadas por diques, conflictos por el agua de los ríos y lagos y guerrillas urbanas por el control de los aparatos de aire acondicionado?

Se intuye que el biodesánimo de Lovelock será tan amable como lo fue su teoría de Gaia, siempre contrapuesta a hipótesis más accidentadas, como la ley del más fuerte de Darwin o la teoría de las catástrofes de Cuvier. Pero habrá que estar atentos a las nuevas filosofías del pensamiento recalentado globalmente ¿Nos invitarán los nuevos gurús a caminar tranquilos hacia una dulce extinción o nos negarán la evidencia y seguiremos descubriendo el final que nos aguarda a golpe de huracán, a golpe de sequía? ¿Sabremos aceptar la muerte de nuestra especie sin caer en la tentación de corrernos una última gran farra de producción y consumo?

Tendremos muchos manuales de autoayuda a elegir y tiempo sobrado para irnos acostumbrando. Desde aquí apostaríamos por uno de esos funerales alegres y largos propios de las culturas menos apegadas a la vida terrenal, con constantes homenajes al último bosque, a la última playa, al último niño nacido de madre.

lavanguardia, 7-II-06