olor y color rancio

olor y color rancio

A todo se acostumbra uno, un organismo no consigue curar un mal y lo que hace es encajarlo y convivir con él lo mejor que pueda. El caso es ir tirando. Como la sociedad española ha vivido un trauma y un colapso enorme, guerra civil y franquismo, en el curso de la vida de las generaciones que aún hoy protagonizan la vida social pues no le pedimos gran cosa a la historia, básicamente ir tirando. Pues Franco murió en la cama y la cosa dio para lo que dio. Sabemos que hay una parte de la realidad social y política española que es un mal que arrastramos.

Pero lo que acongoja es ver y oír al señor presidente del Tribunal Constitucional, la persona más decisiva al interpretar el sistema legislativo de nuestra democracia, que no es tan bonita como nos cuentan y como quisiéramos, pero es la que hay y con ella hay que ir tirando. Acongoja porque ahí sí que no podemos aceptar la aberración antidemocrática, no puede ser que arbitre los pleitos entre instituciones una persona con mentalidad tan retrógrada y con ideas tan contrarias al consenso de la democracia. El zorro no guarda gallinas.

La reiteración de sus declaraciones antidemocráticas impide pedir benevolencia ante un pronto o un lapsus. Y no es lícito explicarlas por salud o por edad: si no está en condiciones de presidir un tribunal, debiera haber sido apartado. Es responsable de sus irresponsabilidades. Pero sus actuaciones no sólo lo ponen en cuestión a él, evidencian un poder político que creó un ambiente ideológico agresivo y obsoleto que propició que una persona con esa mentalidad ocupase una institución que es piedra angular de la convivencia, y pone en evidencia a la misma institución de la justicia.

Quien ha sido estos años árbitro que interpretó en caso de discusión la España democrática es una persona con un sectarismo ideológico en grado sumo, que confunde su historia personal con la norma social, y que azuza lo que hoy es afortunadamente un espantajo ideológico, el conflicto religioso, pero que ha dividido a la sociedad española con gran dramatismo en otras épocas. Anécdotas a un lado, ¿qué persecución hay contra la Iglesia católica en un estado que se dice laico pero donde ministros y autoridades juran ante cruces y biblias, donde se hacen funerales y bodas de Estado con ritual católico oficiadas por un cardenal? ¿Qué discriminación donde hay un concordato firmado entre el Estado español y el Estado vaticano que permite la financiación pública de los colegios religiosos?... ¿Pero es preciso discutir esto? ¿Y cómo se puede hacer causa de algo tan alocado o malintencionado?

Y quien debiera ser árbitro temperado ha demostrado reiteradamente un infantil nacionalismo chovinista y rencor hacia otros nacionalismos que no son el suyo. Ha sido ofensivo con vascos, catalanes, gallegos... Y todo porque no se lavan en chorritos de colores y olores. Cada uno se lava cuando y como puede o quiere.

Sofocado por tanto olor, pretende huir allende Despeñaperros, pero allí viven muchas personas que no son racistas y que seguramente sienten vergüenza ajena y propia de tener a un paisano así. No hay caso, todos tenemos paisanos que avergüenzan. Vergüenza de ese racismo puro que son sus comentarios sobre muchos de nosotros y su idea de que los andaluces sean mejores. ¿Cómo pudo interpretar una Constitución democrática, intervenir todos estos años en conflictos entre el Estado central y las autonomías, algunas de ellas nacionalidades históricas sin chorritos de colores, quien es tan parcial? ¿Y cómo no pensar que su ideología antidemocrática ha contaminado sus veredictos judiciales, algunos tan serios como una ley que permite ilegalizar partidos?

No, en casos como éste el caso no es ir tirando. No corresponde la jubilación, corresponde un cese para quien no tiene la vergüenza de dimitir.

lavanguardia, 4-VI-04