¿hay un franquismo inconsciente?

¿hay un franquismo inconsciente?

A los 30 años de la muerte de Franco resulta interesante investigar si en nuestras creencias, manías o temores básicos queda algo de su régimen. Los neurólogos dicen que las estructuras lógicas del cerebro cambian con rapidez, pero que las afectivas perduran mucho más tiempo. ¿Les ocurrirá algo parecido a las sociedades? Es evidente que, si atendemos a las franjas de edad, los casos pueden ser muy distintos. No es lo mismo una persona que tenga ahora 75 años que otra que tenga 30. Mis alumnos no saben quién fue Franco y dado su escaso conocimiento de la historia tampoco saben muy bien lo sucedido en España durante el siglo XX. Así pues, lo que voy a decir ha de entenderse en términos muy generales.

Una persona, un régimen o un sistema pueden influir de dos maneras: una directa y otra por reacción. De un padre tiránico pueden salir hijos sumisos e hijos rebeldes. La rebeldía ha sido también provocada por él, pero no de la misma manera que la sumisión. En el caso del franquismo, mientras que la influencia directa, querida, se ha ido difuminando o desapareciendo, comenzando por las instituciones, de la legislación, los rituales y las actitudes básicas, no estoy tan seguro de que haya desaparecido la influencia reactiva. Pondré como ejemplo la actitud respecto a la Iglesia católica. El rechazo que padece actualmente no se debe a cuestiones religiosas o al laicismo imperante, sino al recuerdo de su comportamiento político durante la época franquista. En el campo de la educación tenemos también algunos ejemplos. El miedo a utilizar palabras como autoridad o disciplina no tiene más justificación que una bobalicona referencia de esas palabras al régimen anterior. Una parte de la confusa ideología ´progre´ tenía que ver también con ese afán de reacción tardía. La ´democratización´ de la familia era una rebelión contra los modos autoritarios precedentes.

Del análisis de los últimos 30 años se desprende una consecuencia esperanzadora. Las sociedades son menos vulnerables a los sistemas de adoctrinamiento de lo que creemos. Todos los sistemas totalitarios han pretendido construir una humanidad nueva, una sociedad renovada desde sus fundamentos. Tuvieron un éxito aparente mientras duraron sus sistemas coactivos, pero su influencia se desvaneció cuando se extinguieron. Basta pensar en el régimen nazi, soviético, maoísta, estalinista. En el caso español, mi generación se educó dentro de una ideología antidemocrática, españolista, confesionalmente católica y sometida a serias censuras políticas y morales. Pero ayudamos a construir una sociedad laica, democrática, heterogénea, con un gran escepticismo moral, multinacionalista, en la que sólo perviven algunos reductos integristas defensores del antiguo sistema de creencias, aunque tal vez no de la figura de Franco.

Es posible, sin embargo, que esta facilidad para el cambio fuera en parte resultado de una época de autoritarismo, que fomentó una pasividad social de la que no acabamos de recuperarnos. Según la ´Encuesta Europea de Valores´ de 1981, "los españoles tienen poca vivacidad psicológica, pasan menos que los otros europeos por una serie de sentimientos y estados psicológicos, les ocurren menos cosas, tienen menos experiencias". En la ´Encuesta´ de 1990 esta característica parece aumentar. El sociólogo Francisco Andrés Orizo comenta: "Ésta, y no otra, era la sociedad que estaba detrás de la transición política. En 1990, las aguas sociales que discurren por entre las emociones de la gente se han aquietado aún mas, y en ciertos casos hasta se han remansado o estancado, lo cual puede tener una lectura positiva y otra negativa. La positiva es la de que se ha llegado a una sociedad más cristalizada y madura, más hecha, que no asume riesgos colectivos y que sigue con su capacidad de absorción que le permite asumir cambios sin traumas. La negativa es la de que tenemos una sociedad menos interesada por las cosas, por plantearse proyectos; menos viva; menos movilizable y mas inserta en la rutina. Lo que podíamos llamar, en los dos casos, una sociedad débil; más orientada hacia la templanza que a la fortaleza".

Esta pasividad estaba fomentada por una preocupación por la seguridad, estimulada por el régimen franquista. La mayoría de los españoles habían reaccionado de la misma manera que los demás pueblos. Cuando se tiene miedo sólo se aspira a la seguridad, y las libertades se ponen con facilidad en un segundo plano. Lo que fundamentalmente quería el pueblo español era mantener el nivel de bienestar. En el ´Informe sociológico sobre el cambio social en España, 1975-1983´, publicado por Foessa, leemos la jerarquía de valores imperante. El 59% de los españoles coloca en primer lugar el vivir mejor, con seguridad y paz; el 15%, que no existan desigualdades sociales; el 11%, la capacidad de decisión y participación, y el 9%, que haya libertades para todos.

Ambas cosas - pasividad y búsqueda de la seguridad- produjo también, como lejano efecto del franquismo, un desinterés por la política, una cierta atonía de la sociedad civil. Como ha escrito Víctor Pérez-Díaz, "con la transición democrática todo ha ocurrido en España como si tan pronto como el pueblo español se liberó de su servidumbre política se hubiera dispuesto a descargarse del peso de su libertad y a depositarla sobre los hombros de los dirigentes de los partidos". Partidos, además, que parecen sentir la atracción del partido único y desearían poder eliminar al contrario. Salíamos de una sociedad paternalista y hemos desarrollados gustos de nuevo paternalistas. La responsabilidad individual disminuye y se espera casi todo del Estado.

Es posible que la sociedad civil comience a desperezarse. Las manifestaciones recientes, las discusiones sobre las autonomías, el repentino interés por la educación... parece indicarlo así. Sin embargo, mi trato con las generaciones más jóvenes me hacen pensar otra cosa. Una parte importante de la juventud se ha instalado en una ´precariedad confortable´. La precariedad les impide estabilizar su vida, pero a la vez esto les exime de responsabilidades, lo que produce comodidad. Es la generación de los ´mileuristas´, que no encuentran un acomodo fácil en el mercado laboral, pero tampoco lo encuentran tan difícil como para movilizarse contra él.

En este momento, cunde en ciertos sectores la idea de que la época franquista se ha olvidado con demasiada rapidez. Hay intentos de recuperación de la memoria histórica que son legítimos y convenientes en sentido abstracto, pero que en el caso español hay que evaluar desde la misma historia. Los españoles de la transición - salvo minorías a ambos extremos- no tenían una lectura amable de nuestra historia de este siglo, y ante la ambigüedad de su juicio prefirieron no escarbar en el pasado. El 17 de mayo del 77, en una entrevista publicada en ´El País´, Santiago Carrillo decía: "El proceso de transición se basa en no remover el pasado, compromiso tácito para que la democracia no se vuelva a hundir". ¿Quién fue el autor de ese compromiso tácito? Según Gregorio Morán, "el proceso de ocultamiento y liquidación del pasado no fue algo limitado a la clase política, sino algo más amplio, más concienzudo y hasta más profundo. Se trató de eliminar todo vestigio de memoria histórica que sirviera para echar luz sobre el agujero negro en el que se convertirían los 40 años de la dictadura. La complicidad social en esta operación implicó a todos. La primera igualdad que instauró la transición a la democracia es que todos somos iguales ante el pasado. Nos constituimos en el Reino de los Desmemoriados" (´El precio de la transición´, Barcelona, Planeta, 1992).

Me temo que los intentos de recuperar esa memoria procedan de los grupos más influidos - directa o reactivamente- por el régimen anterior, lo que haría más difícil alejarnos definitivamente de él. Decía Sartre que la condición indispensable para la libertad es no estar a merced de nuestro pasado, sino decididos a determinar nuestro futuro. Esto también es válido para las sociedades. Ya que nos hemos liberado del franquismo consciente, debemos mandar también a paseo el franquismo inconsciente.

lavanguardia, 20-XI-05