īSobre violencia, ayuda y seguridadī, Rony Brauman

¿Deben ser objeto de medidas de protección particulares los equipos humanitarios que trabajan en zonas devastadas por conflictos armados? La pregunta se plantea con insistencia desde la guerra de Somalia. Recordemos que fue una de las principales razones de la operación militar Devolver la Esperanza en 1992. Se planteó de nuevo tras el secuestro de miembros de ong en Iraq y Afganistán, así como tras los ataques - en diversas ocasiones, mortales- de que han sido víctimas las organizaciones humanitarias en estos últimos años. En realidad, el 2006 ha sido el año más mortífero en la historia de las ong, con agresiones a varias de ellas en Darfur y el asesinato de diecisiete miembros de Acción Contra el Hambre en Sri Lanka.

Sin embargo, antes de concluir que la ayuda humanitaria está hoy paralizada a causa de las violencias ejercidas contra sus miembros, debemos tomar un poco de perspectiva. Es cierto que la cifra anual de actos graves de violencia declarados por las organizaciones humanitarias casi se ha duplicado en diez años: según un estudio publicado en septiembre del 2006 - el único informe serio sobre el tema-, desde 1997 se han perpetrado en total 408 actos de violencia, con un resultado de 947 víctimas, de las cuales 434 mortales (Abby Stoddard, Adele Harmer y Katherine Haver, Providing aid in insecure environments: trends in policy and operations,Humanitarian Policy Group, Briefing Paper 24. www. odihpn. org).

Expansión
El estudio muestra también que son los trabajadores locales los que pagan el precio más alto (un ochenta por ciento), lo que recuerda la importancia de su implicación en el seno de los equipos de socorro. Sin embargo, para interpretarlas de modo correcto, esas cifras deben colocarse en relación con el conjunto de la población de agentes sobre el terreno. De este modo constatamos que, en el mismo periodo, también su número se ha duplicado, si bien en términos relativos no hay un aumento sino una estabilidad. El resultado del estudio merece subrayarse porque contradice la afirmación muchas veces repetida según la cual la ayuda es cada vez más difícil y peligrosa en los conflictos contemporáneos.

Esta investigación nos recuerda, por un lado, que desde el final de la guerra fría asistimos en realidad a una expansión muy importante de la acción de todo tipo de organismos de ayuda en los países asolados por la violencia armada (ong, Cruz Roja, organismos de las Naciones Unidas); por otro lado, que la profesión humanitaria no es en última instancia más arriesgada que las de leñador, obrero metalúrgico o piloto, oficios marcados por una mortalidad comparable o más elevada.

Por lo tanto, las declaraciones alarmistas acerca de los peligros crecientes de la ayuda humanitaria distan de estar fundamentados, puesto que nunca ha habido tantos trabajadores humanitarios en las situaciones de conflicto. Eso no quita sin embargo que los peligros existan realmente. Aunque no amena zan a la ayuda en su conjunto, sí que la hacen imposible a veces, en ciertos lugares y en ciertos momentos. Es lo que ocurre en Iraq y en algunas regiones de Sudán y Afganistán, así como en Chechenia y Somalia.

Para este problema muy real no existe ninguna solución mágica. Los pasillos humanitarios y la llamadas zonas protegidas - dicho de otro modo, la militarización de la ayuda humanitaria-, constituyen verdaderas trampas, salvo en ciertas situaciones específicas en las que es factible la creación de un protectorado internacional, como ha ocurrido en Kosovo y Timor Oriental.

Por otra parte, la población a la que se dirigen los socorros suele estar demasiado dispersa para permitir la protección de una fuerza extranjera. Y, sobre todo, un escudo militar transforma a los humanitarios en cómplices de unos soldados percibidos como invasores. Las ong se convierten entonces en blancos políticos legítimos.Lejos de disminuir el peligro, la militarización de la ayuda lo multiplica. Por esta razón, las organizaciones humanitarias se alzaron de modo unánime contra el proyecto de enviar una fuerza armada de las Naciones Unidas para proteger a sus equipos sobre el terreno y garantizar la seguridad en los campamentos de desplazados en Darfur.

Ejemplo y diálogo
¿Qué pueden hacer los organismos de ayuda para realizar su labor en semejantes circunstancias? Ante todo, intentar convencer a los participantes en la violencia de su utilidad humana y de su inocuidad política mediante el ejemplo y el diálogo. Para reducir la violencia, los Estados y las Naciones Unidas disponen de otros instrumentos: negociaciones políticas, sanciones diplomáticas, Tribunal Penal Internacional. Es lo que se ha hecho en el caso de Darfur, con resultados muy concretos, puesto que una enorme operación humanitaria - de una magnitud inédita hasta la fecha- ha podido desplegarse y aportar una asistencia vital a cientos de miles de personas atrapadas en la guerra. No todas se beneficiaron en Sudán y nada garantiza, ni mucho menos, que semejantes medidas tengan éxito en todos los casos. Por eso el esfuerzo pacífico para trabajar en los países o regiones que permanecen cerrados a los socorros debe sostenerse de modo paciente y activo. Sea cual sea el resultado, una cosa es segura: la seguridad de los humanitarios no se encuentra en la punta de un fusil.


Rony Brauman es médico. Ha sido presidente de Médicos Sin Fronteras-Francia entre 1982 y 1994. Actualmente es director de investigaciones de la Fundación MSF y profesor asociado del Institut d´Etudes Politiques de París. Su último libro ´Penser dans l´urgence´ (Le Seuil)
lavanguardia/culturas, 1-VIII-07.