´El peligro nunca está en la ciencia, sino en la ignorancia´, Edmond H. Fischer

Tengo 87 años y gané el Nobel a los 72, afortunadamente: me hubiera atontado recibirlo de joven. Nací en Shanghai: mi abuelo fundó allí un periódico. Tengo dos hijos, dos nietos y un yerno con el que, increíble, me llevo bien. Soy un agnóstico de laboratorio. Me mantengo alejado de la política por higiene. Toco el piano y leo bioquímica por placer.

Mi abuelo materno era periodista de L¿Aurore y, tras el caso Dreyfuss, tuvo que exiliarse en Vietnam; después fundó en Shanghai el primer periódico francés en China: Le Courrier de Chine,por eso yo nací en Shanghai, donde mi padre era el titular de un prestigioso bufete. A los ocho años me enviaron a estudiar a Suiza y allí me sentí muy solo.

- Usted sólo era un niño.

- Pero en aquel internado tomé una decisión que hizo más por mi vocación que cualquier beca: mi mejor amigo, Wilfried Haudenschild, y yo nos juramentamos - a los 16 años- para acabar con las enfermedades y las guerras del mundo: él lucharía por la humanidad como ingeniero y yo como científico.

- Noble propósito.

- Ese juramento me impidió dedicarme profesionalmente a la música, que amo, y a la que he dedicado miles de horas de estudio. Me hice químico y me aburrí estudiando materia muerta hasta que descubrí el placer de la bioquímica, y a ella he dedicado mi vida en el sitio más apasionante en el que un ser humano puede trabajar: un laboratorio.

- ¿Por qué es tan divertido un laboratorio?

- Porque en él sabes dónde y cuándo empiezas pero nunca dónde ni cuándo acabas.

- ¿Eso es una ventaja?

- Eso es maravilloso, aunque desconcierte a quienes creen que pueden tenerlo todo planificado y bajo control. Un laboratorio es la vida misma: sabes que si trabajas conseguirás algo, pero no sabes ni cuándo ni qué.

- En su caso, el premio Nobel.

- ¡No va así! El Nobel no es como la medalla de oro de unos JJ. OO. para la que el atleta se mentaliza, trabaja, se prepara y gana. El Nobel te lo dan - o no- por añadidura, cuando tu vida y tu trayectoria profesional ya tienen un sentido. Si te lo dan, bien; si no, pues no cambia nada en tu trayectoria: tendrás o no un éxito, el que tú te quieras conceder, pero no por haber o no haber recibido el Nobel.

- Para usted, que lo logró, es fácil decirlo.

- Yo tuve la enorme suerte de que me dieran el Nobel en 1992 a los 72 años, cuando ya llevaba dos años jubilado, y por un descubrimiento que había hecho 50 años antes.

- ¿Eso es suerte?

- Al haberlo recibido ya retirado me evité el peligro de entontecerme por la vanidad. Me refiero a contestar a periodistas que igual te piden un pronóstico sobre la liga de béisbol que la solución del hambre en el mundo.

- Lo siento: no era mi intención...

- Usted me está preguntando quién soy y eso creo que sí se lo puedo contestar.

- Así que le dieron el Nobel por casualidad.

- Me arriesgué a que me lo dieran trabajando mucho, pero sin sufrimiento, la verdad, porque tenía una enorme ilusión. Edwin G. Krebs y yo fuimos premiados por lograr una reacción que podía haber sido un trabajo más, pero, por casualidad, resultó ser decisiva para entender los procesos celulares.

- ¿Es habitual esa suerte en el laboratorio?

- Tienes que buscarla con esfuerzo y talento, pero no logras nada sin ella. La ciencia debe más a la casualidad que al genio.

- Hay mucho sudor tras esas casualidades.

- El trabajo se puede planificar; el punto de partida lo tienes y el objetivo lo puedes elegir, pero el destino final de todo viaje científico es una incógnita. Y por eso me apasiono cada día cuando sigo a mis alumnos y sus trayectorias: nadie sabe dónde va a surgir el próximo descubrimiento espectacular.

- ¿Usted les anima?

- Yo soy el viejo pesado que les dice qué han de hacer: es maravilloso aconsejar a otro lo que tiene que hacer sin tener que trabajarlo y sin asumir los riesgos de equivocarse. ¡Ah! Pero si, por casualidad, alguna vez acierto con mi consejo nunca me olvidó de recordarles a mis chicos lo mucho que me deben.

- Es usted demasiado modesto.

- Me limito a reconocer la evidencia: la suerte es nuestra primera colaboradora en el laboratorio; la segunda es la equivocación: en ciencia, el éxito es hijo de mil errores.

- ¿Dónde está la perseverancia?

- Detrás de las dos: recuerde que Mendel sólo quería mejorar sus guisantes, pero perseveró y acabó descubriendo las leyes de la genética, una revolución para la humanidad.

- Pero el método Mendel era muy riguroso.

- Supo dudar. Einstein solía repetir que miles de experimentos positivos jamás serían capaces de probar sus teorías; en cambio sería suficiente uno solo negativo para demostrar que estaba del todo equivocado. La duda es la maleta más valiosa del equipaje de los genios y la que más falta en el de los fanáticos.

- ¿En qué sentido?

- Si los fanáticos políticos o religiosos aceptaran una posibilidad - aun remota- de que pudieran estar equivocados, ahora mismo no tendríamos ninguna guerra en el planeta.

- ¿Un descubrimiento puede planificarse?

- No, pero podemos crear una atmósfera propicia al saber y a la inteligencia, que apoye la investigación y reconozca que los peligros para el futuro de la humanidad no están en la ciencia sino en la ignorancia...

- ¡Proclamémoslo!

-... Por eso me entristece tanto comprobar que hay quien se opone, en nombre de una mal entendida moral, a aprovechar células madre de embriones humanos, que van a ser lanzados al vertedero como desecho hospitalario, para la investigación genética que hoy es esperanza cierta de muchos paralíticos y de millones de enfermos.

- ¿No existe peligro de banalizar y manipular el origen de la vida humana?

- El peligro está en no investigar cómo se origina nuestra existencia y en no aprovechar ese saber decisivo para curar.

¡Qué tarde deliciosa con Fischer en la playa del Kempinski de Fuerteventura! Un puñado de doctorandos sigue nuestra conversación y otros departen con los 14 premios Nobel que participan en el Forum de la Excelencia 2007. Fischer es un habitual del encuentro y disfruta sembrando la duda - primer atributo del científico- entre las jóvenes promesas del laboratorio; y la ironía, entre sus colegas. Les regalo de su parte cuatro frases para animar el camino de todo aprendiz: "El peligro nunca está en la ciencia sino en la ignorancia"; "La ciencia debe mucho más a la casualidad que al genio"; "En el laboratorio, el acierto siempre es hijo de mil errores"; "El Nobel te cae - o no- por casualidad, pero tienes que arriesgarte con tu trabajo a que te toque"; "Duda y aprenderás".

Lluís Amiguet, lacontra/lavanguardia, 5-IX-07.