´Atención a India´, Josep Piqué

Mencionar hoy la importancia de China en el escenario estratégico, político, económico y de seguridad colectiva en el presente siglo constituye un tópico que nadie pone en duda. Siempre se habló de la relevancia de la frase “cuando China despierte”. Los años de comunismo maoísta construyeron una potencia militar nuclear y - así lo vio con claridad lúcida un reivindicable presidente Nixon en su política exterior- un evidente contrapeso a la entonces Unión Soviética. Nada nuevo bajo el sol. China y Rusia siempre fijaron sus posiciones como dos imperios de base terrestre en pugna por sus áreas de influencia y que tienen en Mongolia su expresión más evidente.

Pero el maoísmo es un breve paréntesis en la milenaria historia de China. No porque se encerrara en sí misma - el Imperio del Centro siempre buscó su aislamiento del bárbaro entorno como lo demuestra la Gran Muralla-, sino porque el maoísmo violentó la tradicional propensión del pueblo chino a la jerarquía y al comercio y quiso impregnar de ideología y de conceptos abstractos una cultura absolutamente dominada por el pragmatismo.

Hoy, después de la extraordinaria transformación llevada a cabo por Deng Xiaoping - el pragmatismo llevado al extremo: no importa gato blanco ni negro, sino si caza ratones-, nadie discute el papel de China en el presente y en el futuro, con un PIB superior al de Estados Unidos a mediados de este siglo y multiplicando por cinco la población norteamericana. Dentro de poco tendremos ocasión de comprobar la potencia china: los Juegos Olímpicos de Pekín el próximo año o la Expo de Shanghai en el 2010 serán extraordinarios escaparates de lo que la moderna China es capaz de hacer. China será la fábrica del mundo. Y, además, gran potencia nuclear y competidora comercial, estratégica y económica de Estados Unidos.

Bien. Hasta aquí nada que objetar por parte de quienes siguen la coyuntura internacional y que saben muy bien que China va a ser una potencia tan imprescindible como lo ha sido, es y seguirá siendo Estados Unidos, en expresión precisa de Madeleine Albright. Tendremos que seguir prestando constante atención a este tema, pero es evidente que está en la agenda.

Pero creo sinceramente que debemos completar nuestra agenda con otro agente de la política internacional que va a ser tan imprescindible como China. Me refiero a India.

India, esa gran desconocida de Occidente más allá de los tópicos, va a ser en breve plazo una gran potencia. De hecho ya lo es: potencia militar y nuclear, referente obvio en el subcontinente asiático y en todo el Índico, barrera frente a China en el Himalaya y barrera frente al islamismo en Pakistán - recordemos Cachemira como emblema de un conflicto secular- y en Bangladesh, y enorme potencia demográfica.

Pero el subcontinente indio es cada vez más una potencia económica, comercial y tecnológica. Y con unas características específicas que hay que destacar y que la diferencian de la propia China.

Primero, la propia demografía. A mediados de siglo India va a tener unos cien millones más de habitantes que China. En torno a 1.600 millones. Casi cuatro veces más que la Unión Europea y cinco veces más que Estados Unidos. Y con una clase media superior a la población total europea o norteamericana.

Segundo, y muy importante: saben inglés, y todos sabemos que esa herramienta es cada vez más imprescindible en el escenario de la globalización. Y esa consecuencia de la colonización británica explica la característica siguiente.

Tercero, el entorno jurídico procede de la tradición colonizadora británica y, por lo tanto, occidental. Es cierto que el derecho anglosajón y el derecho continental europeo tienen grandes diferencias, pero el concepto de seguridad jurídica y contractual es muy similar y, desde luego, muy alejado de lo que nos podemos encontrar en la China de hoy, Organización Mundial del Comercio aparte.

Cuarto, la mentalidad abstracta y la capacidad de gestionar la complejidad. No es casual que las grandes universidades norteamericanas tengan en su nómina muchos profesores indios en materias relacionadas con la informática y las nuevas tecnologías. Oen teoría económica o en física. Algunos analistas atribuyen tal fenómeno a una herencia cultural: la sociedad india es extremadamente compleja y diversa - etnias, idiomas, castas o religiones- y obliga a prescindir de lo simple y a captar todos los matices.

Y quinto, la tradición democrática, derivada del proceso de descolonización, pero preservada, con un breve paréntesis en la época de Indira Gandhi, por una clase dirigente, elitista y, a menudo, endogámica, pero muy consciente de la eficacia de la democracia - y de su superioridad moral y política- a la hora de gestionar adecuadamente la complejidad de los problemas de una sociedad tan plural.

Creo que he argumentado suficientemente el título de este artículo. Siempre defendí la necesidad de prestar atención a China, desde hace muchos años; ahora ya no es necesario insistir. Hoy, sin embargo, creo que debemos insistir en la extrema importancia de estar muy atentos a India. Política, comercial, tecnológica y económicamente. Y, por lo tanto, estratégicamente.

Debemos tomarnos a India muy en serio. Tanto como a China.

almendron.com, lavanguardia, 21-IX-07.