actualidad3 crisis en Birmania

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29-IX-07, R. Poch, lavanguardia: El valiente y pacífico movimiento popular birmano de las últimas semanas, parece estar apagándose en las calles de Rangún. Con los monjes, que eran su alma, neutralizados en monasterios rodeados por el ejército, y con un control de la calle mucho mayor, y en aumento, del ejército en Rangún, parece llegado el momento de la frustración, la indignación y el miedo.

Por primera vez en semanas, ayer no hubo grandes manifestaciones en la principal ciudad del país, cuyo comercio está paralizado; la provincia parece aún más quieta. La mayoría de movilizaciones eran fugaces demostraciones de varios cientos o miles, rápidamente dispersadas por el ejército y la policía, cuya acción ha ocasionado un número indeterminado de víctimas en las calles, probablemente superior a los diez muertos y las decenas de heridos oficialmente reconocidos. El primer ministro británico Gordon Brown dijo que la cifra de víctimas "ha sido mucho mayor que lo que se ha informado hasta ahora" (nueve).

Al menos dos personas resultaron heridas por arma de fuego cuando los militares dispararon contra una manifestación en la barriada de Kyauktada y detuvieron a numerosos participantes, informaron testigos citados por Burma Net.La misma fuente menciona la utilización de reclusos en el "restablecimiento del orden" y el registro sistemático de domicilios en zonas cercanas a escenarios de manifestaciones.

La presencia militar está haciendo prácticamente imposibles las grandes concentraciones. "Los esfuerzos para aplastar las manifestaciones parecen estar funcionando", informa el corresponsal de la agencia AP. Las calles están vacías, antes incluso de que entre en vigor el toque de queda, de las seis de la tarde hasta las cinco de la madrugada. Sumándose al aislamiento de los monjes y al creciente control, ayer comenzaron a desconectarse teléfonos y recursos de internet. Camiones con tropas tomaron por asalto las oficinas del principal proveedor de internet del país, la compañía Myanmar Info-Tech, cuya sede está en la Universidad. La junta ha tardado más de un mes en actuar en este frente, lo que la retrata más como una tiranía tradicional que como un verdadero estado policial.

Una de las diferencias que el actual movimiento popular birmano reviste respecto de su antecedente inmediato, la gran revuelta de hace veinte años, ha sido su repercusión internacional. Si entonces, la junta pudo masacrar a varios miles de personas sin crear una particular conmoción en el mundo, el puñado de muertos de ahora y las imágenes de los monjes en la calle han incidido y creado opinión. Los teléfonos móviles con capacidad de trasmitir voz e imagen, el correo electrónico y los blogs, han sido centrales.

Missima News,una de las publicaciones clave que el exilio birmano mantiene en Delhi, ha contado con una red, más o menos espontánea, de centenares de corresponsales y fotógrafos armados de móviles. El diario electrónico del exilio en Tailandia, Irrawaddy,que lleva el nombre del gran río birmano, ha recibido más de 20 millones de visitas en las últimas semanas. Estos medios alternativos, que son la principal fuente de información de la crisis - más aún por la prohibición de entrada de periodistas en Birmania-, comenzaron ayer a perder fuerza y fuentes, merced a la indolente y aún incompleta desconexión.

En ese desmoralizador contexto hay que situar las noticias divulgadas ayer por el exilio de supuestas disensiones en el seno de la junta. Porque, efectivamente, solo una pelea en el seno de la junta o una división del ejército, podría ofrecer alguna perspectiva de éxito al actual movimiento popular, que tiene tanto mérito y valentía como ausencia de recursos políticos.

Birmania es un panorama marcado por la fragilidad. Hay un gobierno militar completamente ajeno al sentir de la calle. Hasta los ochenta, el ejército birmano, que no es un ejército normal porque es el Estado, fue querido, respetado o tolerado por la población. Desde las matanzas de 1988 es detestado.

30-IX-07, R. Poch, lavanguardia: El enviado especial de la ONU, Ibrahim Gambari, llegó ayer a Birmania y mantuvo conversaciones con miembros de la junta en Naypyidaw, la aislada capital del país. La oposición espera que su presencia permita abrir el diálogo con la junta. En Rangún el ejército volvió a disparar contra los escasos manifestantes y mató a un niño.

Las calles de Rangún vivieron ayer su segundo día de relativa calma, con sólo leves y breves conatos de manifestación. Pese a ello, el ejército los reprimió con dureza y volvió a disparar cada vez que la gente intentaba organizar una protesta. En uno de ellos, murió un niño y dos adultos fueron heridos. Las fuerzas de seguridad controlan desde el viernes la ciudad, tras haber matado al menos a doce personas, según la junta, entre ellas un fotógrafo japonés. Aunque fuentes diplomáticas creen que las víctimas mortales pueden ser varios centenares.

El Gobierno birmano ha presentado una disculpa formal ante Tokio por esta muerte. Japón es uno de los principales donantes de ayuda al desarrollo en Birmania y no ha participado en las sanciones occidentales que se aplican contra la junta desde hace treinta años. El enviado especial de la ONU, Ibrahim Gambari, llegó ayer a Birmania y mantuvo conversaciones con miembros de la junta en Naypyidaw, la aislada capital del país. Según algunos, la visita de Gambari, al que la junta había denegado el acceso al país en anteriores ocasiones, ha sido un logro de la diplomacia china.

China es el principal socio comercial y vendedor de armas de Birmania, pero siempre ha mostrado un perfil discreto en lo que se refiere a los asuntos internos birmanos. Ese perfil ha dado lugar a fuertes críticas en Occidente contra Pekín. En medios de la oposición birmana se han expresado deseos de que el enviado de la ONU propicie algún tipo de mediación o diálogo con la junta, la esperanza ahora de los manifestantes tras la neutralización de los monjes por el régimen.

Mientras, un portavoz del programa alimentario de las Naciones Unidas llamó la atención sobre las repercusiones de la crisis en la distribución de ayuda alimentaria, muy urgente en varias zonas del país. "Alimentamos a casi medio millón de personas y todas se están viendo afectadas por la situación", dijo.

En Ginebra, la Unión Europea propuso convocar la semana que viene una sesión especial sobre Birmania en la comisión de derechos humanos de la ONU. La propuesta fue apoyada por 17 de los 47 miembros del Consejo, pero ningún país de África, Asia o el Caribe la apoyó, lo que significa que no se pasará de un comunicado formal y una vaga llamada al diálogo entre las partes.

30-IX-07, R. Poch, lavanguardia: En el verano de 1988, Birmania ya se vio atravesada por un potente movimiento popular, mucho mayor que el que se ha visto hasta ahora en la crisis actual. En Rangún, que entonces tenía dos millones de habitantes, en los momentos culminantes salió a la calle un millón de personas, ocho o diez veces más que ahora, cuando la población de la ciudad se calcula en unos cinco millones. En Mandalay, la segunda ciudad, quizá medio millón salió a la calle. Las movilizaciones afectaron entonces a 250 ciudades y localidades del país (hoy, de momento, a unas 25) y parecían más organizadas, con los estudiantes y los monjes manteniendo el orden y, de alguna manera, protegiéndolos, al contrario que en las manifestaciones de monjes de los últimos días, protegidas por cadenas humanas de civiles.

Como ha sucedido ahora con la brusca subida de precios, en los ochenta el movimiento tuvo claros antecedentes socioeconómicos. El 6 de septiembre de 1987, la junta había retirado de la circulación todos los billetes de valor superior a 15 kyats (unos 2 euros): fueron declarados inservibles, sin posibilidad de canje o retribución. La liberalización de los precios y del comercio del arroz fue otra medida que ocasionó gran convulsión aquellos días. La economía estaba muy enferma, la deuda equivalía a las tres cuartas partes del PIB y se estimaba que entre el 50% y el 90% de los ingresos de las exportaciones se destinaba al servicio de la deuda.

Sobre este trasfondo, la chispa se produjo en marzo de 1988 con una pelea de bar (un salón de té) entre estudiantes del Instituto de Tecnología de Rangún y el dueño del local. Degeneró en saqueos. La policía antidisturbios atajó los desórdenes con inusitada violencia. Un grupo de 41 estudiantes, por ejemplo, murieron asfixiados en una furgoneta militar que los trasladaba a la cárcel. Las estudiantes fueron golpeadas y algunas, se dice, violadas. La sociedad pidió justicia, pero cuatro meses después la junta, añadiendo torpeza a la brutalidad, nombró jefe del partido institucional y virtual número uno al militar que había dirigido el restablecimiento del orden, el general Sein Lwin. Así se llegó al 8 de agosto de 1988.

La fecha fue elegida como inicio de una huelga general, en condiciones de ley marcial, por las mismas razones astrológicas que determinan a veces las decisiones militares: la oposición consideraba el número 8 un signo de buena suerte. No lo fue: en los siguientes cinco días el ejército aplastó el movimiento y mató a unas dos mil personas, pero las movilizaciones siguieron. Fue entonces cuando un millón se echó a la calle en Rangún. El regreso a Birmania de Suu Kyi, hija del padre de la patria, Aung San, actuó como catalizador. Un nuevo presidente más abierto, el doctor Maung Maung, sucedió al odiado general Sein Lwin y se abrieron expectativas de cambio. La mentalidad era echar a la junta, como los filipinos habían hecho con su dictador Ferdinand Marcos en1986, y el espejo, era el poder popular de Manila.

En una entrevista con este diario, la profesora Mary Callahan, de la Universidad de Washington, especialista en el ejército birmano, apunta dos hechos que contribuyeron mucho al derramamiento de sangre y a la intransigencia de la junta. Hasta 1988 el ejército estaba concentrado en la guerra civil contra las minorías, un capítulo de la guerra civil más larga del siglo XX, y se sentía seguro en la zona central étnicamente birmana. Los desórdenes fueron interpretados por los militares como una puñalada por la espalda, en la retaguardia de aquella guerra.

Aquel ejército antiinsurgente, educado en la guerra sucia más brutal que combatía en las junglas del este del país, fue el aparato que hizo de policía en las ciudades. Por otro lado, la oposición de Suu Kyi comenzó aquel verano a mantener contactos y conversaciones con los grupos rebeldes de la periferia birmana, se formó un gobierno paralelo, y se empezaba a hablar abiertamente de juicios contra los militares responsables de la sangría de agosto. La idea de que si cedían acabarían entre rejas, pudo hacerse muy clara aquel verano entre los militares birmanos.

En Rangún, los funcionarios se sumaban a la protesta. El 15 de septiembre el ministro de Defensa, Aung Gyi, logró parar el asalto popular a su ministerio prometiendo desde el balcón un gobierno provisional, inquietante sorpresa para los otros miembros de la junta que no sabían nada del asunto. Dos días después, la multitud tomó por asalto la sede del Ministerio de Comercio, cuya guarnición militar se rindió.

El resultado de todo ello fue el autogolpe de Estado que la propia junta dio el 18 de septiembre de 1988 de la mano del general Saw Maung. La represión que siguió fue brutal. Los militares buscaban a la gente en sus casas, orientándose con fotografías de las manifestaciones tomadas durante el verano, y los encarcelamientos y asesinatos se sucedían. Mil personas murieron en los días siguientes al golpe - en total, pues, fueron tres mil las víctimas- y 10.000 estudiantes huyeron al extranjero, muchos de ellos a Tailandia, con estancias previas en la zona guerrillera, donde algunos soñaron con iniciar una guerrilla birmana contra la junta.

Como consecuencia de este desastre nacional, la nueva junta disolvió la identidad socializante del régimen, y de su partido institucional, y pasó a llamarse primero Consejo de Estado para la Restauración de la Ley y el Orden y más tarde, a partir de 1997, Consejo de Estado para la Paz y el Desarrollo. En 1988 se abandonó el nombre de República Socialista de la Unión de Birmania y se restableció el tradicional de Unión de Birmania. Un año después, el nombre se volvió a cambiar por el de Unión de Myanmar. El budismo subió enteros entre los militares, que, mientras tanto, se han hecho con una nueva capital, Naypyidaw, bien alejada de los escenarios tradicionales del movimiento popular. Veinte años después, un movimiento popular menos fuerte ha chocado con la misma muralla.

1-X-07, lavanguardia: El enviado especial de la ONU para Birmania, Ibrahim Gambari, pudo reunirse ayer durante poco más de una hora con la líder nacional de la oposición birmana, Suu Kyi. Hija del principal héroe de la independencia birmana, Suu Kyi, de 62 años, goza de un gran prestigio entre la población. En 1990, su partido ganó unas elecciones cuyos resultados no fueron reconocidos por la junta. Desde entonces, ha pasado doce años en arresto domiciliario en una casa sin teléfono. Su reunión con Gambari fue tolerada por la junta, que custodió a la líder hasta el lugar del encuentro, una residencia universitaria de Rangún. El enviado especial de la ONU se había reunido previamente con autoridades de la junta, como el primer ministro, Thein Sein, y los ministros de Cultura e Información, pero no con el número uno, el general Than Shwe. Las reuniones oficiales se celebraron en la nueva capital birmana, Naypyidaw, una ciudad creada de la nada por los militares a 400 kilómetros al norte de Rangún.

1-X-07, R. Poch, lavanguardia: China intenta contrarrestar el desprestigio que se deriva de ser el principal socio y vecino de la junta, pero no hay intención de intervenir en un país que se considera dinamita...

China es el país más influyente en Birmania, pero no tiene la solución. Pekín es el principal socio comercial de los generales, su primer suministrador de armas y tecnología. El comercio bilateral ascendió en el 2006 a 1.022 millones de euros, 175 millones más que el año anterior, y exporta cinco veces más a Birmania que lo que ésta le suministra, por lo que, desde ese punto de vista, tiene la sartén por el mango.

Los intereses chinos se derivan, en primer lugar, de la vecindad. La prioridad china es su propio desarrollo y para eso necesita de un entorno estable. Sus dos grandes provincias del sur, Yunan y Sichuan, no pueden competir con las zonas ricas de la costa este. Su mercado natural está en los países limítrofes del sur, como Birmania, que las comunica con el océano Indico.

En los últimos diez años, el norte de Birmania se ha convertido en una zona de gran presencia china. Ciudades como Bhamo, al nordeste de Mandalay, que hace diez años no eran nada, hoy son emporios chinos. Los chinos de los distritos limítrofes no necesitan visado y, como suele ocurrir en Asia, la economía está en sus manos. En Mandalay, la segunda ciudad del país, los chinos dominan el distrito de negocios, desde los hoteles hasta el comercio. La cerveza y el tabaco chinos son allí más baratos que sus correspondientes locales. Además, hay una fuerte emigración rural de chinos pobres procedentes de la provincia de Yunan. Algunos bromean llamando al norte de Birmania "bajo Yunnan". Como en Indonesia y en Filipinas, la próspera posición de los chinos crea tensiones. En Rangún hubo revueltas antichinas en 1967, lo que arroja cierta sensación de fragilidad...

China tiene importantes intereses energéticos en Birmania. Las reservas de gas natural conocidas son de 19 billones de metros cúbicos, el 0,3% del total mundial, pero queda mucho por explorar y se estima que el país podría contener hasta el 10% de las reservas mundiales, además de pesquerías intactas, el 70% de la producción mundial de teca y piedras preciosas.

Otro gran aspecto es el de Birmania como pasillo. Hay un gran proyecto de trazar un oleoducto de 2.300 kilómetros, desde la costa de Arakan hasta la provincia china de Yunan, lo que evitará a China que el crudo de África y Oriente Medio transite por el estrecho de Malaca. En lo militar, China dispone desde 1994 de una base de reconocimiento e inteligencia electrónica en la Gran Isla de Coco, situada en el golfo de Bengala. El lugar es una atalaya para observar los polígonos de lanzamiento de misiles indios de las islas Andamán y Nicobar.

Como en Corea del Norte, Pekín no ve alternativa al régimen establecido y, a diferencia de Occidente y sus multinacionales, no obtendría ventaja alguna de un cambio de régimen y sí muchos riesgos.

Birmania es el país más multinacional del Sudeste Asiático, con muchas etnias armadas y un ejército de 400.000 efectivos. En caso de descomposición del poder central, el potencial de violencia es enorme. La integridad territorial del país podría saltar por los aires y abrir la caja de Pandora. Pekín no tiene ningún interés en contribuir a una realidad del tipo de una Yugoslavia desmembrada en su patio trasero.

China y Rusia han vetado en dos ocasiones una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU crítica con la junta militar birmana. La opinión pública occidental ha deducido de la tradicional pasividad china una complicidad en los abusos de la junta. Olvida que la propia China contiene ese tipo de abusos entre sus múltiples realidades internas, y también que China se juega mucho con una desestabilización del régimen militar, al que, hoy por hoy, no ve más alternativa que su propia evolución. Ningún discurso de derechos humanos, ni la muerte de varias decenas de civiles, le convencerá de lo contrario, pues cree que los riesgos son muy superiores...

Expertos occidentales en Birmania coinciden en que las posibilidades de que la junta caiga con el actual movimiento popular son nulas. Noticias divulgadas por el exilio sobre supuestas disensiones entre los militares, al igual que el célebre "cáncer de páncreas" del jefe de la junta, el general Than Shwe, que la oposición cita desde diciembre, parecen ser una mera expresión de deseos para contrarrestar la triste y cruda realidad.

La verdadera discusión es sobre si hay alguna esperanza de que aparezca una nueva generación de oficiales más abierta. También hay dudas sobre la eficacia de treinta años de sanciones occidentales, que no han servido para nada, porque ninguno de los vecinos de Birmania las apoya, ni siquiera India, Tailandia o Japón, que acaba de perder a un ciudadano de la forma más vil en las calles de Rangún.

1-X-07, J.J. Baños, lavanguardia: Mientras la mayor parte del mundo condena la represión del régimen birmano, una tibieza calculada - cuando no un domina entre la diplomacia China. No en vano, los dos grandes vecinos de Birmania - que a la vez son dos de los pocos países con capacidad de influir en la junta militar- se miran de reojo en sus relaciones bilaterales con Rangún.

En el caso de India, su silencio ha sido comprado hace muy poco. Hace una semana, el domingo, cuando las manifestaciones de miles de monjes ya se extendían por las principales ciudades de Birmania, el ministro del Petróleo indio, Murli Deora, bendecía en Rangún la firma de un contrato gasista valorado en 150 millones de dólares con las autoridades militares. Dicho acuerdo garantiza a empresas indias el derecho de exploración de tres grandes bloques gasistas frente a la costa birmana.

De este modo, India se resarcía del revés sufrido en abril pasado, cuando la junta militar optó por canalizar hacia China la producción de varias unidades de extracción de gas, a pesar de que dos firmas estatales indias controlan hasta un 30% del capital de dichos bloques. La opción birmana echaba por tierra los planes indios de satisfacer su creciente necesidad de gas con un gasoducto indo-birmano que atravesaría también Bangladesh.

Ciertamente, el empresariado indio quiere regresar a Birmania, donde cientos de miles de indios trabajaban como funcionarios del Raj británico y pequeños comerciantes hasta los años sesenta (algunas decenas de miles siguen instalados allí). Pero también los militares se resisten a dejar que Birmania caiga del todo en los brazos de China, por su potencial desestabilizador para los estados del nordeste indio, en varios casos infestados de guerrillas con lazos tribales a ambos lados de la frontera. Por ello, las ventas de armamento indio al régimen birmano han ido en ascenso en los últimos años.

Surayud Chulanont, el primer ministro de Tailandia, uno de los diez países miembros, como Birmania, de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean), declaraba esta semana que la intervención de China e India era importante para terminar con el duelo entre junta y opositores en Birmania. Opinión que comparten EE. UU. y la UE, que así lo han transmitido a Nueva Delhi. Pero el ministro de Exteriores indio, Pranab Mukherjee, con un ojo en Rangún y una oreja en Pekín, ha reiterado que India no se inmiscuye en los asuntos internos de otros estados y no ha ido más allá de expresar su deseo de "una solución dialogada" y de que "el proceso de reconciliación nacional iniciado por las autoridades vaya adelante".

Un pragmatismo demoledor, que llega a las pocas semanas de que las marinas de guerra de cinco democracias (India, Estados Unidos, Japón, Australia y Singapur) practicaran unos muy pregonados ejercicios navales conjuntos en el golfo de Bengala, muy cerca de Birmania. Pero a la hora de la verdad, el gas que albergan los yacimientos costeros birmanos parece pesar más en el Gobierno indio que las veleidades democratizadoras.

Volviendo a las preocupaciones militares, la insurgencia en estados fronterizos como Assam, Manipur o Nagaland cuenta en Birmania con un santuario potencial - y en ocasiones real- para golpear en territorio indio. Dichos estados indios, de población mongoloide, continúan viviendo en gran medida al margen de India, sesenta años después de la independencia. A pesar de la poca cobertura mediática, en el último año ya han muerto más decenas de civiles en Assam que en Cachemira a causa de la violencia política. En el pequeño Manipur, donde el ejército goza de impunidad gracias a la ley de Poderes Especiales, los choques entre ejército y guerrillas provocan una media de treinta muertos al mes.

2-X-07, J.J. Baños, lavanguardia: La revolución azafrán ha sido barrida de las calles. Ayer, por segundo día, los únicos grupos que circulaban por Rangún eran las patrullas de soldados. Mientras, muchos ciudadanos birmanos regresaban al trabajo. La represión a sangre y fuego de la protesta encabezada por monjes budistas - fuentes diplomáticas multiplican varias veces la cifra oficial de trece muertos- ha dado un respiro a la dictadura militar. Una vez sofocados los últimos rescoldos de la pacífica revuelta callejera, el generalísimo Than Shwe aceptó recibir al enviado especial de la ONU, el nigeriano Ibrahim Gambari. Aunque no lo hizo en Rangún, sino en Naypyidaw, la capital de nueva planta construida en medio de la jungla para prevenir, precisamente, este tipo de levantamientos populares.

Gambari llevaba cuatro días aguardando su encuentro con el gerifalte de la junta militar y sólo había logrado reunirse hasta ahora con políticos de segunda fila. Al margen, claro está, de la opositora Aung San Suu Kyi, premio Nobel de la Paz, en arresto domiciliario. El mediador vio incluso como su entrevista con Than Shwe era sustituida ayer a última hora por una excursión de 400 kilómetros para asistir a una manifestación orquestada de apoyo al régimen.

No obstante, pese a que los opositores han sido dispersados por el ejército birmano - el duodécimo del mundo en cuanto a efectivos- el levantamiento popular no puede darse por aplastado. Aunque la oposición legal - incluido el partido de la confinada Aung San Suu Kyi- ha dado claras muestras de inoperancia y la protesta callejera está agotada, el movimiento promete otras formas de lucha, entre las que se encuentra la amenaza de una huelga general.

La organización y la difusión de mensajes se ve entorpecida por un régimen que, por muy cerril que sea, sabe que los SMS pueden hacer tambalear gobiernos. Por cuarto día consecutivo, tanto las redes de telefonía móvil como de internet estaban ayer fuera de servicio. Asimismo, los soldados seguían requisando cámaras fotográficas, para evitar la propagación de imágenes de la represión.

La difusión de fotografías de la boda de la hija del dictador, cubierta de collares de diamantes, creó el año pasado indignación entre la empobrecida población birmana.

El marido - magnate de la aviación y del ladrillo- se ha convertido en el hombre más rico de Birmania a la sombra del régimen, entre otras cosas, con la construcción de ministerios en la nueva capital, cuyo nombre es traducible por ciudad real. No son pocos los que ven delirios dinásticos en Than Shwe, de 74 años, cuya voz nunca ha sido oída por sus compatriotas.

La paternalista prensa oficial reduce los acontecimientos de los últimos días a "maquinaciones de embajadas extranjeras" y sermonea que el pueblo "aún no está preparado para la democracia". No es de extrañar que la recepción de la BBC- a través de antenas parabólicas-, así como de radios opositoras que emiten desde fuera de las fronteras birmanas. se haya convertido en el ansiado alimento informativo para millones de hastiados por 45 años de dictadura.

Por otro lado, Amnistía Internacional (AI) pedía ayer al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas un embargo de armas al régimen birmano. AI hacía extensivo su llamamiento a India y China - y en menor medida a Rusia y Ucrania-, sus principales proveedores. No obstante, a las pocas horas de tomar posesión, el nuevo jefe del Estado Mayor indio, el general Deepak Kapoor, calificaba ayer de "asunto interno" los sucesos de Birmania y hacía votos por estrechar las relaciones con el ejército birmano, al que India vende todas las antiguallas de su arsenal.

Asimismo, la balcanización de Birmania afectaría directamente a los estados del nordeste de India - varios de ellos de lengua tibetobirmana-, donde ya operan decenas de grupos guerrilleros. El Gobierno nipón asegura que estudia sanciones contra Birmania, una novedad en la política de Japón, que es también el mayor donante del estado del Sudeste Asiático.