´Es difícil amar si no te aman´, Quim Monzó

Una vez más, Pujol pone el dedo en la llaga: no es porque sí que - tras la quema de fotos del Monarca- la sociedad catalana ha reaccionado de forma "débil y blanda, poco decidida". Y esa es exactamente la reacción. Un ejemplo al azar: La Vanguardia Digital ha tenido colgada durante días una encuesta en la que preguntaba a sus lectores: "¿Debería estar penado quemar fotos del Rey?". Al final ha resultado que el 59 por ciento considera que no. El 40 por ciento considera que sí. El 1 por ciento restante no sabe o no contesta.

Pujol ha explicado su visión del fenómeno en el boletín de su Centre d´Estudis. Nadie puede acusar a Pujol de radical. Pujol, pactista practicante durante todos los años en los que presidió el Govern - y español del año en una ocasión gracias al Abc-,no es un extremista de esos que tanto complacen a los amantes de poner en la misma picota a todos los catalanes. Estos últimos años, cada vez que metían la pata Maragall o Montilla - o el tripartito en pleno-, la gente sensata ha puesto a Pujol como modelo de moderación y de buen gobernar. Pues si lo ponen como ejemplo cada vez que les interesa, en esta ocasión también debería ser así. Pujol habla del gran malestar que hay en Catalunya. Y lo hay. Seamos sinceros: nos tratan como a perros, que es lo que debemos ser, al menos desde los tiempos de Bobby Deglané. Dice Pujol que la clase política ha reaccionado con desinterés ante la quema de fotos porque está harta del "mal trato económico, de respeto y de imagen". Y así es también. Dice además que lo que en España ha sorprendido es que la respuesta del mundo político e institucional catalán a la quema de fotos "no haya sido más fuerte". Y se pregunta: durante las campañas sectarias contra Catalunya de estos últimos años, "¿quiénes, de verdad, han movido un dedo?"

Coincidentes en el tiempo con las de Pujol hay unas importantes declaraciones de Armand de Fluvià en Vilaweb. En esa entrevista, Fluvià (un hombre que durante el franquismo estuvo en prisión en dos ocasiones, precisamente por monárquico) explica cosas llenas de interés. Una: que una república - que ve posible, según como vayan las cosas- no sería la panacea, porque la xenofobia hacia lo catalán persistirá, sea con rey o con presidente de república. Dos: que en Catalunya la gente nunca ha sido muy monárquica. Y tres: que la monarquía actual no ha hecho nada para ganarse el afecto de los catalanes.

Que personalidades distantes como Pujol y Fluvià coincidan estos días en señalar el hartazgo - y en avisar de que la indiferencia catalana ante el símbolo supremo del Estado es consecuencia del trato al que nos someten las instituciones españolas que él encabeza- debería hacer pensar un poco a esos que consideran que contra los catalanes toda barra libre es poca. Por lo que respecta a Pujol cabría añadir: qué cómodo es analizar de verdad los problemas cuando no se tienen obligaciones de gobierno y no hay que doblar el espinazo día sí, día también.

lavanguardia, 4-X-07.