´Incomparables´, Xavier Bru de Sala

Hasta nos prohíben compararnos con Madrid, y es mejor para la autoestima barcelonesa que hagamos caso. Antes de la democracia, no se podían comparar las dos ciudades por la sencilla razón de que Madrid, bastión de una dictadura provinciana, no era comparable a Barcelona ni en modernidad ni en productividad. En los primeros años de la autonomía, entretenidos como andábamos en construir y normalizar con instrumentos insuficientes mientras Madrid desplegaba el velamen, sí podíamos compararnos, y en no pocos capítulos, cada vez menos, con ventaja. Ahora que estamos definitivamente conformados en tomar dos aviones para salir de Europa, es de esperar que ingresemos en la cofradía del nuevo futurismo, cuyo lema es: "Bienaventurados los que encuentran la salvación en su propia condena".

¿Cómo vamos a comparar El Prat con Barajas? Madrid debe contarse entre las diez ciudades de Europa, no todas capitales, a las que se puede llegar con vuelo directo desde los principales centros de comunicación del mundo. Barcelona cuenta con un aeropuerto de primera, pero no juega en la liga transoceánica sino en otra, la continental, de la cual es campeona si descontamos las ciudades a las que se puede llegar desde los otros continentes. No hay ningún vaticinio realista que prevea para España, como para Italia, dos aeropuertos transoceánicos. Por lo menos durante los próximos diez años, las cosas seguirán como están ahora. Con alguna concesión más, de carácter administrativo o simbólico, pero no esperen que las riendas del aeropuerto sean empuñadas desde Catalunya como las del puerto. Recuerden que si el poder central hubiera estado dispuesto a ello, hasta ERC habría apoyado el Estatut. Eso, que es lo fundamental, no va a cambiar por mucho organismo conjunto de gestión que se pergeñe.

Las consecuencias para el desarrollo de Catalunya son de una magnitud aún no calculada. Después de un vuelo de siete o diecisiete horas, nadie que tenga otra opción está dispuesto a tomar un segundo avión, porque aunque el vuelo sea de cincuenta minutos, son tres horas más que añadir al cansancio, y lo mismo a la vuelta. La pérdida de oportunidades, ya evidente, no afecta solamente a la economía. La decisión de la semana pasada, que forma parte de una cadena rectilínea, pone de manifiesto, ante todo, la inutilidad de los consensos catalanes, porque marca un límite muy preciso y estrecho a las posibilidades de obtener algo de Madrid por el método de la unanimidad política y social en Catalunya. Los partidos y la sociedad civil están de acuerdo en que deberíamos contar con las manos libres para competir con el monopolio transoceánico de Aena en favor de Barajas. Pero la libre competencia, sagrada en cualquier lugar del mundo, no reza para España cuando afecta a los intereses de Madrid.

Cada cual es libre de hacerse las ilusiones que más le convengan. El ritmo de nuestra lastimosa existencia sociopolítica no se verá afectado. Seguiremos reivindicando. Seguiremos negociando. Seguiremos obteniendo. Obteniendo poco para algunos, mucho para otros, bastante para la mayoría. Pero la igualdad de oportunidades para competir, eso ni lo sueñen. Seremos cada día más incomparables.

lavanguardia, 8-X-07.