"Chechenia: el interrogante Kadirov", Gonzalo Aragonés


Un quinto de la población chechena ha sido aniquilada por los bombardeos rusos y las bombas independentistas en las dos guerras de la última década. Pero una buena parte de esos 150.000 hombres aproximadamente, mujeres y niños han perdido la vida de forma horrible: asesinatos, ejecuciones extrajudiciales y torturas.

Tras la victoria de Ahmad Kadirov en las elecciones presidenciales del pasado domingo se abre un nuevo interrogante sobre quién se encargará de la seguridad en esta región insurgente del norte del Cáucaso. El legitimado presidente ya ha dicho que las fuerzas del Ministerio del Interior ruso deben salir de Chechenia, lo que puede significar el primer encontronazo con el Kremlin. Sea como sea, la población civil no lo va a notar mucho, porque a ambos bandos se les señala como los responsables de abusos, matanzas y torturas. La peor parte se la llevan los soldados mandados por Moscú.

“En Chechenia no se respetan los derechos humanos en ningún aspecto”, sostiene Ruslan Badalov, ex ministro con los presidentes independentistas Dzhojar Dudayev y Aslan Masjadov, ahora reconvertido en pacifista desde el Comité Checheno de Salvación Nacional, que él mismo preside. Nada más entrar en su oficina la primera imagen es impresionante. Escrito en letras negras sobre una pared, se puede leer: “¡Detened el genocidio checheno!” Debajo, cientos de fotografías de cadáveres calcinados, niños y mujeres mutilados, cabezas cortadas y personas machacadas hasta la muerte. “¿Quién lo hizo?” “Los soldados.”

Kadirov es un oscuro muftí (líder religioso musulmán) que durante la primera guerra era el jefe de uno de los clanes independentistas. En 1999 se pasó al bando ruso y desde hace tres años sus hombres (los soldados y policías del Gobierno de Grozny) controlan la vida de los asustados chechenos. Por eso hace dos semanas sorprendió que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, llevara a su actual aliado en Grozny a la Asamblea de las Naciones Unidas. Entre los refugiados chechenos de los cuatro campos de Nazran, la capital de la vecina Ingushetia, se cuentan historias sobre las presiones que ejercieron los hombres de Kadirov. “Amenazan con quitarles el trabajo, con cerrar el gas de las casas o dejar de traer agua”, decía una mujer en el campo de Bart.

Las organizaciones humanitarias y defensores de los derechos humanos acusan directamente a los soldados rusos de cometer crímenes contra la población civil. Un informe de la organización Human Rights Watch, presentado ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU el pasado mes de abril, constata que “en los años anteriores los abusos cometidos por las fuerzas rusas ocurrían durante operaciones militares. Pero durante el pasado año los abusos se produjeron por lo general en incursiones nocturnas, cuando hombres armados y enmascarados entraban en las casas y se llevaban a uno o más inquilinos, normalmente hombres”.

Los mismos datos aportó a “La Vanguardia” Tamerlan Akiev, de la Fundación Memorial de derechos humanos en Nazran. “Se han producido asaltos a personas, especialmente mujeres, y secuestros de hombres”, explica. Memorial llegó a documentar 38 casos en enero y febrero pasados.

Uno de los asesinatos cometidos por los soldados rusos en Chechenia es el de Malika Umayeva, una chechena que colaboraba con Human Rights Watch. Según esta organización, esta militancia le acarreó el odio de los jefes militares. En noviembre del año pasado la muerte le llegó en forma de soldados encapuchados. Human Rights Watch recoge el siguiente testimonio de una persona que dormía en la casa de Malika Umayeva: “Oí a alguien chillar en ruso: ‘¡Contra el suelo, bastardos! ¡No os mováis!’... Rodearon la casa en unos segundos. Vi a cinco soldados. Estaban en todas las habitaciones y removían los armarios. Destrozaron toda la casa. Umayeva preguntó: ‘Sabéis de quién es esta casa?’ Los soldados contestaron: ‘Sí, lo sabemos. ¿Cuál es tu nombre?’ ‘Me llamo Malika.’ ‘Entonces, hemos venido al lugar correcto’.”

Gonzalo Aragonés, periodista, corresponsal en Moscú
lavanguardia, 9-X-2003