´El rey Abdulah nos da lecciones´, Robert Fisk

En qué mundo vive esa gente? Es verdad, no E habrá ejecuciones públicas frente al palacio de Buckingham cuando su alteza real recorra majestuosamente el Mall. Nos deshicimos de la pena capital hace medio siglo. Ni siquiera habrá (¿o sí?) soborno alguno, que es la forma saudí de hacer negocios. Ahora bien, que el rey Abdulah diga, como hizo el lunes en una entrevista a la BBC, que el Reino Unido no hace lo suficiente para combatir el terrorismo y que la mayoría de los países no se toma ese combate tan en serio como lo hace su país, bueno, eso ya es ir un poco demasiado lejos. ¿No eran casi todos los secuestradores del 11 de septiembre del 2001 de... Arabia Saudí? ¿Es ésta la tierra que viene a darnos clases?

Lo absolutamente inverosímil de la afirmación según la cual la inteligencia saudí pudo impedir los atentados de Londres de haberla tomado en serio el Gobierno británico no parece hacer mella en el monarca saudí. "Enviamos información a Gran Bretaña antes de los atentados, pero por desgracia no se emprendió acción alguna. Y quizá habría podido evitar la tragedia", declaró a la BBC. Con toda sinceridad, semejante afirmación resulta increíble.

La triste y espantosa realidad es que nos dedicamos a agasajar a semejantes individuos, los adulamos, les proporcionamos aviones de combate, whisky y putas. No, eso está claro, este reportero no va a recibir visado alguno, porque Arabia Saudí no es una democracia. Y, sin embargo, ¿cuántas veces se nos ha alentado a pensar lo contrario de un Estado que ni siquiera permite conducir a sus mujeres? Kim Howells, el ministro de Asuntos Exteriores británico, nos repitió anteayer que debíamos colaborar más estrechamente con los saudíes, porque "compartimos valores" con ellos. ¿Cuáles son esos valores?, me dan ganas de preguntar.

Arabia Saudí es el Estado que financió - un tema de discusión hoy prohibido- las legiones de Sadam Husein cuando estas invadieron Irán en 1980 (con nuestro respaldo occidental, debo añadir). Y que no abrió la boca - un mutismo total y natural- cuando Sadam inundó de gas a los iraníes. El comunicado de guerra iraquí no se anduvo con tapujos. "Las bandadas de insectos están atacando las puertas orientales de la nación árabe. Sin embargo, tenemos los insecticidas para exterminarlos".

¿Protestó la familia real saudí? ¿Hubo alguna compasión por aquellos con quienes se iban a utilizar los pesticidas? No. Al entonces Custodio de los Dos Santos Lugares le pareció perfecto que se utilizara el gas que él había pagado - los componentes fueron suministrados, claro está, por Estados Unidos-, mientras los iraníes morían de modo infernal.

Y ahora resulta que los británicos no estamos a la altura de nuestros amigos saudíes en su "enérgica lucha contra el terrorismo". Y es que los saudíes fueron brillantísimos en su enérgica lucha contra el terrorismo en 1979, cuando centenares de hombres armados irrumpieron en la Gran Mezquita, un episodio tan mal gestionado por cierto jefe de la Guardia Nacional saudí, un tal príncipe Abdulah, que tuvieron que llamar a los matones de una fuerza de intervención francesa. Un ataque, por cierto, dirigido por un antiguo oficial de la Guardia Nacional.

El papel de Arabia Saudí en los atentados del 11-S no ha sido explorado del todo. Los principales miembros de la familia real expresaron la consternación y el horror que se esperaba de ellos, pero no se hizo intento alguno de examinar la naturaleza del wahabismo, la religión estatal, ni de su inherente desprecio por la muerte y por toda actividad humana. Fue la iconoclasia legal musulmana y saudí lo que condujo directamente a la destrucción de los budas de Bamiyán por parte de los talibanes, los amigos de Arabia Saudí. Y, tan sólo unas semanas después de que Kamal Salibi, un profesor de historia libanés, afirmara a finales de la década de 1990 que algunos poblados antaño judíos y hoy en Arabia Saudí quizá fueran emplazamientos mencionados en la Biblia, los saudíes enviaron excavadoras para destruir esos restos antiguos.

En nombre del islam, las organizaciones saudíes han destruido centenares de estructuras históricas en La Meca y Medina, y los funcionarios de las Naciones Unidas han condenado la destrucción de edificios otomanos en Bosnia llevada a cabo por un organismo de ayuda saudí, que decidió que eran idólatras. ¿No serían las Torres Gemelas otra obra arquitectónica que los wahabíes querían destruir?

Hace nueve años, un estudiante saudí de Harvard redactó una notable tesis que sostenía que las fuerzas estadounidenses habían sufrido bajas en atentados con bombas en Arabia Saudí porque la inteligencia estadounidense no comprendía el wahabismo y había subestimado el grado de hostilidad ante la presencia estadounidense en el reino. Nawaf Obaid citaba incluso a un oficial de la Guardia Nacional saudí que decía: "Cuanto más visibles se volvían los estadounidenses, más oscuro veía el futuro de mi país". El problema es que el puritanismo wahabí significaba que Arabia Saudí siempre iba a producir hombres que se creían elegidos para limpiar la sociedad de toda corrupción, aunque Abdul Wahab también predicó que no había que derrocar a los soberanos. De modo que los saudíes han sido incapaces de enfrentarse a la dualidad, esa amenaza y esa protección que ha representado para ellos el wahabismo.

El príncipe Bandar, el antiguo embajador saudí en Washington, definió una vez la religión de su país como parte de una "cultura eterna", mientras que un antiguo embajador británico aconsejó a los occidentales que se "adaptaran" en Arabia Saudí y que "actuaran de conformidad con las tradiciones y la cultura saudíes".

Amnistía Internacional ha efectuado centenares de llamamientos en favor de hombres - y, ocasionalmente, mujeres- para que fueran perdonados del sable del verdugo saudí. Todos han sido decapitados, a menudo tras ser objeto de torturas y juicios claramente injustos. Las mujeres son fusiladas.

El ritual de cercenar cabezas fue gráficamente descrito por un irlandés testigo de una triple ejecución en Yedá en 1979. "De pie a la izquierda del primer prisionero, y ligeramente detrás de él, el verdugo se concentró en su víctima... Contemplé cómo la espada retrocedía en la mano derecha. Pensé en un swing de golf hacia atrás hecho con una sola mano, luego el swing hacia delante; la hoja golpeó la nuca y la cortó como... corta un melón un buen cuchillo, un chasquido crujiente y húmedo. La cabeza cayó y rodó un poco. El torso se derrumbó limpiamente. Veo entonces por qué han atado las muñecas a los pies: el cerebro no tuvo tiempo de ordenarle al corazón que parara, y el último latido hizo brotar del cuerpo decapitado un chorro de sangre sobre la tarima".

Pueden estar seguros de que ayer no hablaron de esto en el palacio de Buckingham.

 

lavanguardia, 31-X-07
traducción: Juan Gabriel López Guix