"¿Heterodoxia?", Juan Tugores

Juan Tugores Ques, catedrático de Economía de la UB


El triunfo electoral socialista ha hecho pasar a primerísimo plano su programa electoral en el ámbito económico. A la primera reacción a la baja de las bolsas contribuyeron tanto los trágicos acontecimientos del jueves y sus secuelas como la propia sorpresa de los mercados (y, para qué negarlo, de la mayoría de la sociedad, independientemente de la valoración que cada uno haga de la sorpresa). Algunos apuntan también en cierta medida a alguna eventual “heterodoxia” del programa socialista en ámbitos como la disciplina fiscal y la política industrial o empresarial. ¿Qué hay de esa alegada heterodoxia?

Realmente es sólido –y positivamente ortodoxo– basar el programa socialista en el papel de la productividad como motor sólido del crecimiento. La complacencia de los últimos años en la denominada convergencia real entre España y la UE en términos de renta per cápita (respecto a la media europea hemos pasado de un índice 78 en 1995 a otro 85 en el 2003) no puede ocultar el hecho de que la productividad viene divergiendo de la UE en los últimos años (hemos pasado de un índice 94,5 en 1995 a otro 92 en el 2003). Naturalmente es positivo haber crecido sobre todo en empleo, pero mejorar sustancialmente la productividad es requisito esencial imprescindible tanto para la sostenibilidad del propio proceso de convergencia como para una ubicación de España más destacada en las pautas de especialización y “relocalización” de la actividad económica. Casos recientes muestran que tal vez haber sido triunfalista al respecto empieza a pasar factura.

Y si no es en esta prioridad estratégica de la productividad, ¿dónde estaría el presunto componente de esa temible heterodoxia? Quizás el principal cambio que pueda encontrarse o al menos entreverse –y, desde mi perspectiva, desearse– en la nueva estrategia económica se asociaría con la distinción que efectúa una creciente literatura, a la hora de explicar las diferencias entre los resultados económicos de diferentes países y entre los modelos económicos. De una parte aquellos que basan la creación de riqueza en actividades productivas que producen la recompensa de beneficios a los emprendedores que las asumen (denominadas actividades de “profit seeking”). De otra, aquellos en que los incentivos conducen a canalizar las energías de la sociedad hacia tareas –socialmente de dudosa productividad– de apropiación de rentas asociadas a privilegios o escaseces artificiales en ámbitos con competencia limitada o regulados (tareas denominadas de “rent seeking”), en los que las conexiones con los poderes políticos son de los activos escasos más valorados. En mi opinión han sido muchos los ingredientes de este segundo modelo presentes en los últimos años en España. Tal vez el auténtico temor a cambios al respecto pueda ayudar a explicar que empresas de determinados sectores oligopolísticos hayan padecido especialmente las primeras dudas bursátiles.

Rodrik, un “heterodoxo” de Harvard especialista en crecimiento económico, ha reactualizado la distinción entre estrategias basadas en los mercados “de verdad” –de emprendedores que asumen innovación y riesgo– frente a estrategias basadas en los “negocietes” de grupos bien relacionados. La diferente capacidad de generar riqueza –y redistribuirla– es notoria, en el sentido que el lector puede adivinar. Seguramente la única pero gran “heterodoxia” que necesita España es precisamente abandonar a toda velocidad los fuertes ingredientes de estas formulaciones de “rent seeking” y de “negocietes” para apostar con claridad por las enormes potencialidades de los mercados abiertos y disciplinados a la vez. Con equidad y transparencia. Necesitamos esa dimensión progresista del verdadero liberalismo económico, secuestrado en los últimos años por un intervencionismo tan interesado como insostenible.

JUAN TUGORES QUES, catedrático de Economía de la UB
El triunfo electoral socialista ha hecho pasar a primerísimo plano su programa electoral en el ámbito económico. A la primera reacción a la baja de las bolsas contribuyeron tanto los trágicos acontecimientos del jueves y sus secuelas como la propia sorpresa de los mercados (y, para qué negarlo, de la mayoría de la sociedad, independientemente de la valoración que cada uno haga de la sorpresa). Algunos apuntan también en cierta medida a alguna eventual “heterodoxia” del programa socialista en ámbitos como la disciplina fiscal y la política industrial o empresarial. ¿Qué hay de esa alegada heterodoxia?

Realmente es sólido –y positivamente ortodoxo– basar el programa socialista en el papel de la productividad como motor sólido del crecimiento. La complacencia de los últimos años en la denominada convergencia real entre España y la UE en términos de renta per cápita (respecto a la media europea hemos pasado de un índice 78 en 1995 a otro 85 en el 2003) no puede ocultar el hecho de que la productividad viene divergiendo de la UE en los últimos años (hemos pasado de un índice 94,5 en 1995 a otro 92 en el 2003). Naturalmente es positivo haber crecido sobre todo en empleo, pero mejorar sustancialmente la productividad es requisito esencial imprescindible tanto para la sostenibilidad del propio proceso de convergencia como para una ubicación de España más destacada en las pautas de especialización y “relocalización” de la actividad económica. Casos recientes muestran que tal vez haber sido triunfalista al respecto empieza a pasar factura.

Y si no es en esta prioridad estratégica de la productividad, ¿dónde estaría el presunto componente de esa temible heterodoxia? Quizás el principal cambio que pueda encontrarse o al menos entreverse –y, desde mi perspectiva, desearse– en la nueva estrategia económica se asociaría con la distinción que efectúa una creciente literatura, a la hora de explicar las diferencias entre los resultados económicos de diferentes países y entre los modelos económicos. De una parte aquellos que basan la creación de riqueza en actividades productivas que producen la recompensa de beneficios a los emprendedores que las asumen (denominadas actividades de “profit seeking”). De otra, aquellos en que los incentivos conducen a canalizar las energías de la sociedad hacia tareas –socialmente de dudosa productividad– de apropiación de rentas asociadas a privilegios o escaseces artificiales en ámbitos con competencia limitada o regulados (tareas denominadas de “rent seeking”), en los que las conexiones con los poderes políticos son de los activos escasos más valorados. En mi opinión han sido muchos los ingredientes de este segundo modelo presentes en los últimos años en España. Tal vez el auténtico temor a cambios al respecto pueda ayudar a explicar que empresas de determinados sectores oligopolísticos hayan padecido especialmente las primeras dudas bursátiles.

Rodrik, un “heterodoxo” de Harvard especialista en crecimiento económico, ha reactualizado la distinción entre estrategias basadas en los mercados “de verdad” –de emprendedores que asumen innovación y riesgo– frente a estrategias basadas en los “negocietes” de grupos bien relacionados. La diferente capacidad de generar riqueza –y redistribuirla– es notoria, en el sentido que el lector puede adivinar. Seguramente la única pero gran “heterodoxia” que necesita España es precisamente abandonar a toda velocidad los fuertes ingredientes de estas formulaciones de “rent seeking” y de “negocietes” para apostar con claridad por las enormes potencialidades de los mercados abiertos y disciplinados a la vez. Con equidad y transparencia. Necesitamos esa dimensión progresista del verdadero liberalismo económico, secuestrado en los últimos años por un intervencionismo tan interesado como insostenible.

lavanguardia, 18-III-2004