´¿Escuela pública o isla fantasía?´, Antoni Puigverd

Nuestra educación está por los suelos, pero nuestra sanidad obtiene el aplauso europeo. ¿Por qué nuestras escuelas están a los antípodas de nuestros hospitales? Planteo la pregunta con doble intención. Para resaltar, en primer lugar, que en Catalunya no sólo luce el desastre. Si bien es cierto que parecemos gafes (el otro viernes bajó el telón de nuestro principal teatro, en plena escena, por falta de fluido eléctrico), no es menos cierto que tenemos mucho de que enorgullecernos: del excelente nivel de nuestra sanidad pública, por ejemplo. Pregunten los escépticos a los jubilados ingleses o alemanes por qué la prefieren a la de sus avanzados países. Los políticos que en los últimos 25 años han potenciado nuestra exitosa - aunque siempre perfeccionable- sanidad pública forman parte de los mismos partidos que fracasan en la gestión educativa. ¿Por qué, entonces, repito, nuestras escuelas están tan lejos de nuestros hospitales?

¿Será, como dicen algunos tópicos izquierdosos, por culpa del dinero que supuestamente se llevan las escuelas concertadas? Imposible: la ratio de dinero público invertido en cada alumno de la concertada es muy inferior a la del alumno de una escuela pública. Y es inimaginable el gasto que exigiría construir una red escolar pública que pudiera permitirse el lujo de prescindir de los centros privados (unos centros, en especial los religiosos, que en los pasados siglos realizaron una gran labor de suplencia del Estado, digna de un mayor reconocimiento).

La coexistencia de una red pública y otra privada es característica no sólo de nuestro sistema educativo, también del sanitario. La diferencia está en el prestigio de lo público en uno y otro ámbito. En efecto: en la escuela pública restan, en general, y salvando todas las excepciones, los que no pueden permitirse una privada; mientras que, cuando uno tiene que operarse de algo gordo, escoge por lo general un hospital público, aunque esté cotizando en una mutua sanitaria. No me tomen al pie de la letra tal afirmación. Sé muy bien que el principal déficit de la sanidad pública son sus largas listas de espera. No son pocos los que tienen que rascarse el bolsillo para ser operados en una clínica privada. Pero esto no altera el principal factor que quisiera subrayar. Mientras la escuela pública tiene el prestigio muy dañado y las clases medias se están fugando de sus aulas, la sanidad pública está tan bien considerada que no puede dar respuesta a todos.

¿Por qué ha perdido la escuela pública catalana el enorme prestigio social que tuvo en los años de la transición y hasta los noventa? Por el platonismo ideológico de las izquierdas. A pesar incluso de no gobernar en Catalunya, tuvieron las izquierdas, en este terreno, tal hegemonía que consiguieron convertir la escuela en un laboratorio social. Un laboratorio en el que hacer todo tipo de experimentos de igualdad al margen de los valores y prácticas vigentes en el resto de la sociedad. El valor de la igualdad es ideológico. Uno puede impulsar políticas tendentes a conquistar cuotas de igualdad, pero no puede pretender que en una institución cardinal como la escuela se realice el ideal de la igualdad de manera absoluta. La escuela no es una isla para la fantasía ideológica. Mientras la sociedad caminaba con alegría hacia el individualismo, la escuela pública profundizaba en el igualitarismo utópico. Un igualitarismo por decreto. La última reforma educativa entronizó en toda España el modelo catalán de escuela: las aulas deben integrar a los que quieren estudiar y a los que no quieren, a los discapacitados y los más capacitados, a los inmigrantes y a los autóctonos. ¿Igualación? Naturalmente: por abajo, por el rasero del menos capaz.

Muchas son las causas del fracaso de nuestra educación. Algunas afectan por igual a la escuela pública y a la privada. Esos padres, por ejemplo, que envician a sus hijos, alejándolos de la cultura del esfuerzo, imprescindible condición del aprendizaje. Pero muchas otras atacan estrictamente a la escuela pública. Por ejemplo: la desaparición fáctica de la autoridad del profesor y del director, en nombre de un lento y burocrático democratismo (el llamado consell escolar).Pero la más importante de ellas es la conversión de la escuela en la isla de la fantasía igualitaria, cuyo resultado más espectacular consiste, precisamente, en la negación de la igualdad real. Los padres que desean lo mejor para sus hijos no se fían de esta educación que iguala por abajo, que anula la autoridad los profesores y que prohíbe, de facto, a los alumnos de baja extracción social escalar peldaños por mérito propio. Fui profesor en un instituto de barrio. Mi mayor orgullo de aquellos años son aquellos alumnos hijos de trabajadores manuales que llegaron a profesores de universidad. Aquel instituto es hoy un gueto en el que los hijos de los autóctonos más humildes coexisten con jóvenes recién llegados de todo el mundo. En estas aulas es imposible mantener el mínimo nivel académico. A duras penas, consiguen los profesores mantener el orden. Esta es la hazaña del sueño de la igualdad: los alumnos talentosos y esforzados de origen humilde ya nunca pondrán el pie en una universidad.

lavanguardia, 26-XI-07.