´El liberalismo´, O. Pi de Cabanyes

Oriol Pi de Cabanyes

Qué es el liberalismo? Antes que otra cosa, una teoría moral de la libertad y de la responsabilidad de la persona ante su conciencia. Sólo a partir de aquí llegó a ser una teoría política (sobre el ciudadano y las instituciones que están en la base de la vida civil y económica) en la que la libertad se sitúa por encima de todo. Se suele argumentar en contra del liberalismo que esta libertad favorece la codicia de los seres humanos, pero se suele ignorar que una de las mayores grandezas humanas es la de la propia capacidad de autoregulación de nuestros instintos animales.

Que la libertad humana sea capaz de autolimitarse, que el poder sea capaz de autolimitarse en su capacidad de predación y destrucción, es lo que garantiza el desarrollo del mundo civilizado. Y, ya que no se concibe como un absoluto, no hay libertad concreta que no deba ser limitada. No según la ética de los principios inamovibles sino según la ética más flexible de la responsabilidad. “¿Por qué tiene que ser paradójico que un liberal como yo sea partidario de limitar la libertad de expresión?”, se preguntaba Karl Popper ante ciertos abusos mediáticos. Para el liberal la libertad implica responsabilidad: su libertad es también su responsabilidad.

Algunos insisten en asimilar el liberalismo –muchas veces abusivamente connotado de salvaje– con el conservadurismo. Y no. Liberalismo no es reacción, es progreso. Pero sin perder el sentido de la realidad ni precipitarse en aventuras del ideal que puedan hacer retroceder los avances conseguidos en la evolución de las sociedades abiertas. La flamenca Annemie Neyts-Uyttebroeck, actual presidenta de la Internacional Liberal, lo explicó brillantemente en Barcelona, invitada por la Fundació Catalunya Oberta: los conservadores observan con miedo las capacidades del individuo y las administran con recelo, mientras que los liberales observan con esperanza las capacidades del individuo y las administran con prudencia. El liberalismo es virtud: confía en el ser humano. Cuando a finales del XIX el canónigo Sardà i Salvany tronaba absurdamente que “El liberalismo es pecado” reaccionaba contra una tendencia (a asumir mayores cotas de libertad personal) que ha ido moldeando, en todos los órdenes, la modernidad avanzada. Y cuando Hitler y Stalin encarnaron un totalitarismo (de distinto signo pero complementario) que marcó la mayor sumisión del individuo a la masa de toda la historia, estaban condenando de raíz la libertad. Que no se expresa en abstracto sino en concreto, en cada persona humana. Aunque, no nos engañemos, la demanda de seguridad acostumbra a ser más fuerte que el amor a la libertad.

El liberalismo, por autoexigente, siempre será minoritario. Pero no ha funcionado en el mundo ningún intento de institucionalizar la solidaridad por la fuerza. Cualquier esperanza de fraternidad que haya confiado en alguna clase de ingeniería social coercitiva ha acabado en burocratismo y dictadura. Y en miseria. Spengler se preguntaba ya en 1920, sentando las bases del Estado totalitario en una Alemania que salía humillada de la gran guerra: “En un futuro, ¿el Estado gobernará al comercio, o el comercio gobernará al Estado?”.

El problema hoy, en plena globalización, continúa siendo esencialmente el mismo: ¿podrá la política continuar mediando entre intereses humanos contrapuestos o el mundo quedará exclusivamente a merced de las leyes del mercado?

lavanguardia, 30-VI-04