´La esperada tormenta escolar´, Salvador Cardús

El avance de datos del Anuari de l´Educació 2006 que ha hecho públicos la Fundació Jaume Bofill ha provocado una verdadera tormenta en el debate sobre el sistema escolar en Catalunya. Nadie podrá decir, con el corazón en la mano, que se haya llevado una gran sorpresa. Había ya bastantes indicios que apuntaban a un progresivo deterioro del sistema y solo faltaba encontrar quién se atreviera a poner el cascabel al gato de una manera sistemática y rigurosa. La Fundació Jaume Bofill lo ha hecho y debemos agradecérselo.

La tormenta va a tener, de entrada, un efecto benefactor. País de pocas lluvias como somos, el polvo se va acumulando por todas partes y todo va tomando el mismo color y se confunden los perfiles. En el mundo escolar llevo tiempo diciendo que lo que se considera políticamente correcto discutir de manera abierta - en realidad, muy poca cosa- oculta una gran confusión, desconcierto y malestar entre todos los sectores sociales implicados. Es de esperar que el debate que ahora se abre con algunos datos - deberemos esperar al resto del estudio para tener dibujado el panorama completo- se va a poder desarrollar con más transparencia, sin el temor a ser descalificados por a priori ideológicos. Así, la constatación de problemas de calidad en la escuela pública era acallada bajo la amenaza de convertir a quienes lo afirmasen en sospechosos de favorecer un sistema escolar clasista. Si se discutía la ideología pedagógica hegemónica en los centros de formación de maestros y entre los altos cargos que toman decisiones políticas sobre el sistema escolar, uno pasaba a ser tachado de reaccionario, aunque la crítica se hiciera a la luz de las crisis que tales ideologías ya habían provocado. Aunque en el debate aparezcan otros intereses además de los estrictamente educativos, lo importante es que se pueda discutir todo y sin restricciones previas.

Otra cosa van a ser las consecuencias. Y no lo digo por las declaraciones y entrevistas que he podido leer del actual conseller de Educació a propósito del avance del informe y de los preparativos de la futura ley de Educación, todas ellas tan valientes como sensatas. Lo que realmente me preocupa es saber si los sectores directamente implicados están en condiciones de realizar la autocrítica necesaria para que se produzcan los cambios necesarios. Y me refiero, claro está, a los sindicatos, a las asociaciones de renovación pedagógica que tanta influencia han tenido y siguen teniendo en el mundo escolar o a las universidades que forman a los profesionales de la enseñanza. Va a ser muy interesante, puestos ante el espejo de la debilidad del sistema, escuchar cómo reaccionan los principales responsables de la actual situación. Y esperemos que no se quiera matar la discusión con el pretexto de la escasa inversión pública en educación, argumento que, con ser cierto, no explica ni en una mínima parte el resultado final.

Es cierto que tampoco deberíamos sacar las cosas de quicio y habría que saber entender que algunos de los datos más preocupantes del avance del informe se deben al reciente crecimiento de población, y no sólo la escolar. Cuando se dan datos sobre los niveles de formación general de la población, ahí se computan las variaciones habidas especialmente en Catalunya, hasta llegar a las actuales cifras de población extranjera, no comparables con la mayoría de autonomías españolas ni con ningún otro país europeo, y menos aún con el fatigante referente de Finlandia. Si alguna día, en Finlandia, sacuden a sus escuelas con un crecimiento de extranjeros similar al de Catalunya - el actual, o el pasado-, veremos cómo soluciona la papeleta. Lo mismo vale para la inversión pública, en un país con unas proporciones de privada-concertada superior a las del entorno y con un gasto escolar en buena parte también privado, para suplir los efectos del endémico expolio fiscal al que estamos sometidos desde hace tanto tiempo. Hay que relativizar algunos datos que, siendo negativos, son la otra cara de datos relativamente positivos. Así, el abandono escolar se debe en parte al fracaso educativo, pero en parte al crecimiento económico que ha llevado el país a una gran demanda de mano de obra de poca calificación. Aquí se suman el hambre con las ganas de comer, y a la falta de expectativas escolares se deben considerar las oportunidades de trabajo poco calificado y, en según qué sectores, hasta hace poco no mal remunerado. En la universidad somos víctimas de lo mismo, con unas proporciones de absentismo que el día que se conozcan - o que alguien nos las pregunte-, van a provocar un verdadero terremoto. El acento del cambio que debe producirse, lejos de las habituales broncas sobre los valores o la popular "cultura del esfuerzo", hay que ponerlo en aquello que es posible cambiar. En primer lugar, habría que revisar radicalmente el sistema de formación del profesorado, tanto en las formas de acceso como en lo que a la ideología reinante - nunca mejor dicho- se refiere. En segundo lugar, habría que cambiar el modelo de carrera docente, incluyendo en ella una formación permanente seria - no prevacacional- vinculada a los sabáticos. Y, en tercer lugar, habría que reorganizar la función directiva, la autonomía de los centros y el rendimiento de cuentas. Todo eso pide dinero, cierto, pero no principalmente para mejorar indiscriminadamente los salarios ni para poner más ordenadores en unas escuelas en las que, por falta de espacio, ya se están sacando de encima los libros y las bibliotecas.El sistema escolar debe aprender. Y no valen huidas retóricas hacia delante, cambiando el rótulo de las políticas de "enseñanza" por el de políticas de "educación", confundiendo los problemas de organización con los de civilización. Los segundos, nos afectan por vivir en estos tiempos. Los primeros, los tenemos por nuestra falta de competencia.

lavanguardia, 28-XII-07.