´Gobernar la emoción´, Pepa Bueno

Un diplomático sudamericano recién llegado a Madrid me contaba hace año y medio su asombro por la agresividad dialéctica que veía en el Parlamento español. Decía que después de elevar el grado de las acusaciones a ese nivel, solo queda ya el recurso de las manos porque no se puede ir más lejos. Pues se podía, porque después hemos seguido escuchando palabras tremendas.

Un político, este español pero recién aterrizado en la Carrera de San Jerónimo, se sorprendía también de la normalidad con la que un adversario le saludó en el pasillo, después de pronunciar una catarata de improperios, que no argumentos, desde la tribuna.

Así vienen siendo las cosas desde hace ya casi cuatro años. Y luego nos sorprendemos del nivel de agresividad política que vemos en la calle. Los ciudadanos no ven el saludo en los pasillos del hemiciclo, ni la broma en el bar del Congreso. No entienden ni tienen por qué entender de estrategias políticas ni electorales. Es del todo comprensible que duden en acudir a una concentración bajo el lema de la sacrosanta "unidad", cuando horas antes han contemplado en todas las televisiones cómo se increpaba al concejal socialista madrileño Pedro Zerolo con el argumento político de "maricón".

Se le ven demasiado las costuras a este traje de la unidad que ha habido que confeccionar deprisa y corriendo con elementos tan peligrosos de juntar como la conmoción por la muerte de dos jóvenes guardias civiles y la inminencia de una campaña electoral. El Partido Popular tiene un drama interno porque debe marcar distancias con parte de sus compañeros de viaje. Pero todos tenemos el problema de hacer posible que se pueda volver a hablar de política en las comidas familiares.

La ministra italiana Emma Bonino decía días atrás que lo más difícil es gobernar la emoción, y ponía como ejemplo varios fracasos de su país. Gobernar la emoción es aconsejable para el ciudadano, pero para el político y el medio de comunicación debería ser una obligación inexcusable. Y aquí llevamos demasiado tiempo, no solo no gobernándola, sino excitándola irresponsablemente.

Pepa Bueno, lavozdeasturias, 8-XII-07.