´Esclavas´, Joana Bonet

"Nunca me podría pasar algo así", pensaba Irina cuando veía en la televisión rumana reportajes sobre el tráfico de mujeres forzadas a ejercer la prostitución en régimen de esclavitud. Era buena estudiante, se llevaba bien con su familia que, a pesar de las dentelladas de la vida, mantenía el tipo. Pero Irina quería más. Y un día, su novio, aquel que parecía tenerlo todo, incluido un lado oscuro, le propuso un viaje a España para trabajar en un restaurante. Lo que sigue es una historia de terror. "Aquí has venido a ejercer la prostitución" o "en español debes decir: ¿quieres follarme?". La mayoría de las historias sobre tráfico de mujeres se inicia con un abuso de confianza. Una prima, el novio o un amigo de la familia son los portavoces de un futuro radiante que incluye billete de avión y la promesa de un lugar en el mundo. Imagino el momento en que se abrazan, el choque entre el engaño y la avaricia de uno y la ingenua esperanza de la otra, que ya cree acariciar la suerte en un país donde supone que todos los hombres son toreros y las mujeres se visten con lunares, como cuenta uno de los testimonios del documental Voces de mujeres contra la trata de personas,dirigido por Mabel Lozano y producido por New Atlantis. En los últimos años en España han aumentado los casos de explotación sexual. Unas 350.000 mujeres, según cifras de la policía, 800.000 según el Proyecto Esperanza, caen al año en estas mafias.

Según el Código Penal, la pena máxima de cárcel por tráfico de drogas es de 20 años, mientras que las penas por un delito de trata de esclavas con fines de explotación sexual van de los cinco a los diez años - que en la práctica acostumbran a ser entre dos y cuatro-. Que la máxima penalización por explotación sexual se acerque a la pena mínima por tráfico de estupefacientes ha animado a muchas mafias a cambiar el negocio, de las bolas de cocaína a la carne de mujer. Las bandas del Este son más violentas que las latinas, dicen los expertos, y muy pocas mujeres pueden escapar del cuarto sombrío cerrado con doble llave, obligadas a acostarse con cuarenta hombres al día, como el personaje que interpreta Emma Thompson en un vídeo de denuncia que se exhibe estos días. En jornadas de hasta once horas los fines de semana, una esclava sexual genera una media de 9.000 euros al mes, el segundo negocio más lucrativo del mundo después del tráfico de drogas, según la ONU: 300.000 millones de dólares al año.

Asistimos a un genocidio que carece de visibilidad. Las connotaciones morales que implica la prostitución, aún forzada, son capaces de estrangular el futuro: mujeres víctimas, con las carnes maceradas, se convierten en sospechosas a pesar de la tragedia que cargan. "Los clientes deberían interesarse por la situación de las mujeres, antes de disfrutar de ellas", dice un agente de la policía en el documental a partir de la presunta moralidad que significa preguntarse a qué precio se satisface un capricho. Muchas secuestradas denuncian su situación a los hombres con quienes son obligadas a acostarse. "Me miran con ternura y vuelven otro día", dice un testimonio.

Por fin el Gobierno tramita un Plan de Acción Nacional contra la Trata. Desde la Moncloa se anuncia que se espera tramitar el proyecto antes de terminar la legislatura, pero España sigue sin firmar el convenio europeo contra la trata de seres humanos, aprobado en el 2005 y suscrito por treinta y tres países, para blindar los movimientos de las mafias. La culpa - parece una broma pero no lo es- la tiene Gibraltar. "Un problema de autoridades competentes que a España le impide ratificar o firmar el tratado, si bien nuestro país se encuentra en negociaciones con el Reino Unido para resolver el asunto", me informa un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores. Ya se sabe, las cosas de palacio...

lavanguardia, 5-XII-07.