"Tocqueville, un teórico de la democracia", J. Tusell

Javier Tusell (1945-2005), el artículo póstumo:
Tocqueville, un teórico de la democracia

Este es el último artículo que Javier Tusell remitió a La Vanguardia; en él refleja su compromiso con el perfeccionamiento del sistema democrático, una de sus inquietudes permanentes.

En 1831 un aristócrata francés llamado Alexis de Tocqueville cruzó el Atlántico con un amigo y viajó por los Estados Unidos. Su propósito no era turístico sino científico. Descubrió allí no sólo una política sino también una sociedad nueva, todavía naciente y titubeante, pero cuyos rasgos eran ya claros y evidentes. Había sido observador minucioso y desapasionado de la decadencia del Antiguo Régimen, aquel del que procedía su alcurnia y sus privilegios. A su vuelta del nuevo continente Tocqueville escribió La democracia en América, que apareció en 1835, es decir hace ciento setenta años, y cuyo segundo tomo se publicó en 1840. Fue su obra cumbre que le convirtió en un autor siempre citado en el país que había visitado y mucho menos en el que había tenido su origen. Sólo con el paso del tiempo lo rescató de esta situación Raymond Aron en un momento histórico, los años 70 y 80, en que se daba por supuesto que el porvenir de la democracia estaba en entredicho. No se había iniciado apenas lo que luego pudo ser definido como "la tercera oleada de la democratización". Hoy, pasada ésta, no serán muchos los que celebren el aniversario.

Pero para quienes la protagonizaron y luego la teorizaron Alexis de Tocqueville fue un guía seguro no sólo con respecto al pasado sino al presente y al futuro. Desde entonces el aristócrata francés no sólo fue considerado como quien mejor supo describir la emergencia de un nuevo mundo democrático sino también como un gran escritor, una persona especialmente sensible para el cultivo de la Historia y un excepcional pensador político.

Supo captar mucho mejor que los políticos profesionales actuales lo que es la democracia, sus maravillas y sus peligros.

A pesar del mucho tiempo transcurrido, 170 años después, Tocqueville sigue teniendo su vigencia y actualidad. La democracia hoy en día puede ser falseada en muchas latitudes pero desde el punto de vista moral e intelectual no es seriamente controvertida en ninguno. El noble galo supo encontrar la razón de su existencia y su verdadera esencia dando una explicación muy razonable y matizada. A diferencia de la mayor parte de los pensadores del siglo XIX, como por ejemplo Comte y Marx, Tocqueville fue un probabilista y no un determinista. La esencia de la democracia no consistía, para él, en unas determinadas instituciones sino en un estado de la sociedad en la que jugaban un papel determinante los factores culturales e históricos. La democracia nacía de la pluralidad, por ejemplo religiosa, y de un cierto nivel de conocimientos que favorecía la directa lectura de la Biblia la cual , a su vez, facilitaba la argumentación en materias controvertidas. Pero sobre todo la democracia creaba un estado social muy rico en posibilidades y sorprendente por su capacidad de movilización ciudadana. "No da al pueblo el gobierno más hábil -escribió Tocqueville- pero hace lo que el gobierno mas hábil es con frecuencia impotente para lograr: expande en todo el cuerpo social una inquieta actividad, una fuerza sobreabundante, una energía que no existe jamás sin ella y que, a poco que las circunstancias sean favorables, puede hacer maravillas". Esa "inquieta actividad" y "fuerza sobreabundante" es la que ha conseguido los grandes éxitos de la democracia: detrás de ella está el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, la progresiva implantación de los derechos humanos en países que eran en otro tiempo dictaduras, la igualdad de la mujer y un largo etcétera.

Otro rasgo característico de la democracia era, para Tocqueville, no tanto la igualdad de todos los seres humanos como "la igualdad de oportunidades". Cada ser humano tenía en sus manos, en una democracia, su cuota de actividad y de fuerza para construir su futuro. Dependía de sí mismo pero también de la capacidad de actuar asociado. Con mucho acierto Tocqueville veía en la democracia no sólo el factor de defensa de unos derechos sino también una cierta conciencia de comunidad que permitía multiplicar las capacidades individuales.

Esta visión de la democracia no es sólo la correcta sino también un ideal del que a menudo parecemos lejanos. Si hoy nos volvemos hacia los ejemplos cotidianos de lo que son las democracias occidentales de seguro no encontraremos esa "inquieta actividad" de la que escribió el aristócrata. En el mundo occidental la política diaria parece muy lejana porque consiste en la confrontación de unos partidos que a menudo sobreviven en una especie de campaña neumática que los aleja de la realidad de los ciudadanos. A la "inquieta actividad" se le ponen barreras como si en la participación ciudadana hubiera peligros palpables o ocultos. La democracia es, hoy, lo establecido y por eso se acepta pero privada de cualquier entusiasmo. La "igualdad de oportunidades" sigue existiendo pero tiene en su contra numerosas trabas que no la facilitan. La propia profesionalización de la política es una de ellas.

Tocqueville adelantó en sus libros algunos vicios en que podía caer un régimen democrático en el futuro y que luego se han convertido en realidad muy cercana. Mencionó, por ejemplo, la "tiranía de las mayorías", perenne tentación de los partidos políticos cuando disponen de ellas. No se dirá que el ejemplo no cae cercano: en España los partidos turnantes han propendido a caer en este exceso desde los años setenta sin que el tiempo pasado haya permitido descubrir ningún cambio en la dirección positiva,ni siquiera rectificación en lontananza. La democracia está muy bien como régimen político pero resulta esencial que sus reglas de comportamiento sean aplicadas con un imprecindible espíritu liberal.

Otro peligro en las democracias, pensaba Tocqueville, era el del inmovilismo que podía llegar a desnaturalizar la propia esencia del sistema político. "Una nación que no pide más que el orden es ya esclava en el corazón", escribió en una frase que nos remite a las recientes limitaciones en los derechos individuales con ocasión de la lucha antiterrorista. Por el contrario lo característico de la democracia sería "un movimiento eterno" hacia adelante con avances "reglados y progresivos". En definitiva Tocqueville descubrió el vínculo estrecho entre democracia y reformismo. Ambos están estrechamente ligados siempre pero deben estarlo de manera especial en un momento en que la democracia padece de muchas enfermedades por apatía, desafección y alejamiento entre gobernantes y gobernados.

Pero más importante que el descubrimiento de los posibles males futuros de la democracia es que Tocqueville nos legó una receta de valor óptimo para solucionarlos. No era otra cosa que volver a la propia esencia de este tipo de sociedad y política. Recuérdese lo de la "inquieta actividad" que la democracia difundiría en la vida colectiva. Vivir en democracia implica ser dueño del propio destino pero también ejercitar en la práctica este dominio. Al hacerlo, al participar, se solucionarían todos los problemas. En suma a los ciudadanos de una democracia "para ser honrados y prósperos les basta con desearlo". Ese es el esperanzador mensaje mensaje final del viajero francés por tierras americanas.

lavanguardia, 9-II-2005